Artistas en La Cumbre: cómo vivir y crear en el poblado histórico nacional
La figura de Mujica Lainez está omnipresente en el lugar y en el relato de escritores, pintores, dibujantes y coreógrafos que eligieron pasar sus días en este revalorizado rincón de la Punilla cordobesa
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CORDOBA.- No todos encuentran el concepto preciso; a la hora de definir porqué eligen La Cumbre para vivir y crear, las ideas se esfuman como los colores de las pinturas de Miguel Ocampo, quien vivió 35 años en este pueblo de aires ingleses enclavado en el Valle de Punilla cordobés. Antes había llegado Manuel Mujica Lainez, cuya estancia quedó unida para siempre con el lugar. Compró la casa porque el nombre escrito en el cartel fue “magia” en su subconsciente: “El Paraíso”. Antes todavía fueron los serranos y los ingleses, quienes dejaron sus improntas por separado y en fusión. Desde hace pocos días La Cumbre es Poblado Histórico Nacional.
Ocampo –quien se enamoró de Susana Withringtony tuvo allí el motivo más importante para quedarse- admitía que su producción podía asociarse a los lugares donde vivió, como Roma, París y Nueva York, ciudades en las ocupó cargos diplomáticos. “Lo que más pesa en su pintura es La Cumbre”, señala la página de presentación de la sala que lleva su nombre, abierta en 2008 y donde se exhibe su obra. Detrás está la casa donde vivió (sigue allí Willington) y su taller. En sus primeros años recorría la ciudad en un Fiat descapotable antiguo, se integró fácil y rápidamente al ambiente.
“Es el pueblo en el que se enamoró y en donde se enamoró; lo influenció en la pintura –dice Agustín Lucovas, responsable del museo-. Venía de la abstracción y pasó a la descripción del paisaje aunque sin dejar nunca deja de lado sus orígenes. Sus últimos cinco años los dedica al color por el color mismo. Dejó su huella en La Cumbre”.
El artista plástico Remo Bianchedi –nacido en Buenos Aires, vivió años en Madrid- no duda en afirmar que llegó a La Cumbre por Ocampo; allí tiene su fundación, Nautilus. Se instaló en 1989 y ya no se fue. “Es más que placer vivir aquí; ya soy parte de la naturaleza”, dice y asegura que el mejor legado de Ocampo es “la humildad; fue ejemplo de eso y esa es su impronta también aquí”. Coincide con muchos otros de los que “adoptaron” el pueblo que lo característico ya estaba. “Lo más importante es la gente nativa, no los que venimos de afuera. Es, simplemente, hermoso”.
UN MOJON EN LA CIUDAD
“Siempre soñé con un lugar así, apartado y cercano. Todo lo que viví antes fueron sólo anuncios. Esta casa será mía. Prometo que la tendré. Detallaré a mis amigos la vida que pienso desarrollar habitación por habitación, será mi monasterio. Aunque no me crean, transformaré El Paraíso en otro mito”, escribió Mujica Láinez en 1968 cuando supo que había elegido el lugar dónde quedarse. La casona está en Cruz Chica y fue diseñada por el arquitecto francés León Dourge, quien sostenía que esta zona de Córdoba le recordaba mucho a Andalucía.
Entre el ’20 y el ’30 construyó varias viviendas –que integran un circuito turístico- para quienes elegían el lugar para vivir o vacacionar. Además de “El Paraíso” están La Gitanilla -casa de veraneo de Dourge-; Sevilla y Toledo, dos construcciones que funcionan como hoteles, y El Olimpo, actualmente La Posada Cruz Chica, un espacio que ofrece alojamiento y una experiencia completa para los sentidos.
Ana Mujica, hija del escritor, sostiene que su padre encontró “su lugar” en esa casona: “Es que el pueblo es muy especial, muy completo por su gente, por sus espacios, por ofrecer alternativas para la vida cultural, deportiva, en comunidad. Hasta el clima acompaña. No sólo a mi papá le encantaba, también a mi madre (Ana de Alvear) que la amaba y a nosotros y a mis hijos. Por eso seguimos en la lucha para mantener la casa y el museo; nos prometieron recursos para arreglar el exterior y necesitamos de las visitas para poder cubrir los gastos fijos”. La casa-museo abre de martes a la tarde a domingo, de 10 a 13 y de 17 a 19:30.
“En mayo de 1969 compra El Paraíso, no en Grecia ni en Taormina sino en la Córdoba argentina; seis hectáreas de bosque sobre la pendiente de una sierra, a 830 kilómetros de Buenos Aires, con su gran casa principal, otras más pequeñas, un lago, una pileta de natación. Sin lugar a dudas éste es un sitio encantado. Sin lugar a dudas, el enigma de una predestinación lo une por lazos imprevisibles, a partir de sus comienzos, con el escritor que hace tres años ignoraba su existencia”, cuenta Cecil, el perro que cuenta la vida del escritor en el libro que lleva por título ese mismo nombre.
Para la escritora Soledad Ranzuglia –radicada hace 26 años en La Cumbre, creadora de un programa de poesías en el Canal 11 de la ciudad- “Manucho” es sinónimo de la belle époque en la zona. “Es parte de una época, es la memoria cultural y esa impronta sigue estando, es una presencia. Es lo que dejaron quienes hicieron un buen trabajo, por eso la innovación se suma a aquella tradición”. Comenta que hay mucha gente que se inclina por disciplinas creativas porque “hay espacio y luz para crear, hay un trabajo silencioso que se comparte y el lugar promueve que podamos compartir. Es un estilo de vida que se sostiene en el tiempo”.
Según el último registro de artistas realizado por la Municipalidad, en La Cumbre hay 35 en actividad; en la Sociedad de Escritores, figuran 30 también ejerciendo. En la ciudad viven unas 8000 personas de manera permanente. Se organizan varias “noches de galerías” al año, un festival de jazz y alguno de cine. Son oportunidades en que los artistas pueden interactuar con un público más amplio, recibir a colegas de otras geografías.
CONTAGIA SIN NOTARLO
El coreógrafo Mauricio Wainrot –una de las mayores figuras de la danza contemporánea argentina- siente placer al poder trabajar debajo de la pérgola tapada de plantas y flores en su casa muy cercana al histórico hotel Reydon (de estirpe inglesa, fue una escuela de pupilas). Hace 16 años que, ininterrumpidamente, llega a La Cumbre y se instala el tiempo que puede. “En el 2001 llegué de casualidad a visitar a unos amigos, recordé que había estado de chico, me acordé de todos los lugares y me enamoré”, apunta y define al pueblo como “bien diferente; sólo hay que pensar que su gente pagó para que la ruta no pasé por adentro; eso muestra una diferencia de mentalidad”.
Repasa las posibilidades de caminar pegado a las sierras, ver paisajes coloridos, disfrutar de artistas, artesanos y vocaciones artísticas. “Siempre ofrece algo distinto, algo que la distingue. Es un lugar único”, afirma a la vez que menciona que en muchas oportunidades aprovecha sus estadías para “organizar obras nuevas, crear, pensar. Estoy tranquilo acá”.
La casualidad y una amiga pintora guiaron al artista plástico Carlos Martín hasta aquí hace 25 años: “Me enamoré y rápidamente y sin ayuda decidí desarmar todo en Buenos Aires y venirme, de esas decisiones de las que uno puede arrepentirse… pero no! Hice amigos, me encontré con pintores, hice talleres con Remo y empecé a trabajar más fuerte, más duro, con más dedicación”. Admite que antes de La Cumbre su estilo era geométrico, abstracto y que cambió sin darse cuenta. “Empecé con paisajes, con naturaleza. Sucede sin darte cuenta, hay algo que te lleva por ahí sin que lo pienses”.
Alejandra Kohan tiene el taller de pintura en su casa y una galería en el centro; reconoce que no vino sino que la “trajeron” porque su familia llegó cuando ella tenía 12 años. Vivió varios años en Barcelona y podría haberse quedado, pero no. “La Cumbre es mi lugar; tal vez porque tiene un aire que trajo Manucho, quien se rodeó de artistas… Lo que nos trae a los que amamos es el arte es un intangible, algo que sucede sin que lo planeemos”.
Hace 15 años el artista e ilustrador Martín Kovensky llegó a La Cumbre junto con su esposa Ana Gilligan, artista y galerista. “Queríamos algo diferente para nuestros hijos, algo menos alienado –cuenta-. Hicimos una especie de ‘estudio de mercado’ de otros lugares en la costa, en la provincia de Buenos Aires e incluso teníamos una casa en San Marcos Sierra y La Cumbre ganó. En buena parte porque el ambiente artístico nos permitió seguir con nuestras profesiones”. La pareja es dueña de la galería Júpiter. “Siempre está latente la posibilidad de que esta ciudad explore y explote mejor su marca ‘arte’; ojalá esta declaración ayude a dar ese impulso”.
Poblados históricos, un programa
La Cumbre no es el único pueblo del listado de “pueblos históricos”. El programa fue anunciado hace poco más de tres años por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos; la primera etapa abarca diferentes lugares donde se realizan obras y restauraciones. Terminados esos trabajos cada pueblo será parte de la Red Pueblos Auténticos. La presidenta de la Comisión de Monumentos, Teresa Anchorena explicó que del programa de pueblos históricos anunciado en 2017 el año pasado recibieron $55 millones que son los que se siguen ejecutando.
“Hay un acuerdo entre los ministros Tristán Bauer de Cultura, Gabriel Katopodis de Obras Públicas y Matías Lammens de Turismo por el que se le da un impulso importante a la iniciativa”. Apuntó que Cultura diseña las iniciativas y propone los itinerarios que se integran a los circuitos que hace Turismo. Anchorena adelantó que en los próximos días habrá un nuevo anuncio ministerial con fondos para el programa.
Los otros pueblos son Camarones (Chubut), Moisés (Entre Ríos), Goya (Corrientes), Dolores de Punilla; la calle Ovejero de Río Grande que es monumento histórico junto con el ex frigorífico Cap; Finca el Carmen y Fuerte de Cobos en Salta ya lo son también al igual que la ex Estación Francesa se Resistencia (Chaco) y la Misión Nueva Pompeya. Las dos estaciones de trenes de Sáenz Peña son bien histórico.
Los sitios de las casas de los caudillos riojanos Facundo Quiroga y Chacho Peñaloza en Anajuacio y Huaja serán declarados lugar histórico nacional; Libieg en Entre Ríos es Bien de Interés Industrial. Ya se hicieron obras en Yavi (Jujuy), Chamical (Salta), Camarones y Guanacache (Mendoza).
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