Arte y naturaleza: la semilla del cambio
Cada vez más artistas apelan a escenarios naturales para realizar sus creaciones y generar conciencia ecológica
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El viento, el agua y la luz solar como materia prima del arte, para crear efectos ópticos a través de una docena de instalaciones realizadas al aire libre cerca del bosque de manglares de Al-Thakhira, en el norte de Qatar. En eso consiste parte de la primera muestra en el Golfo Pérsico de Olafur Eliasson, artista islandés-danés radicado en Berlín, que suele inspirarse en la naturaleza para crear sus obras. Curioso desierto se titula esta exposición, inaugurada días atrás, que incluye también la exhibición de obras producidas durante más de un cuarto de siglo en el Museo Nacional de ese país árabe, con sede en Doha.
Conocido a nivel global sobre todo por su famosa instalación titulada Proyecto Clima, que recreó un atardecer en la Turbine Hall de la Tate Modern en 2003 –poco después de haber representado a Dinamarca en la Bienal de Venecia–, Eliasson es uno de los principales exponentes de una tendencia creciente: la que procura “hacer visibles y palpables los fenómenos invisibles” a través del arte, para sensibilizar y generar conciencia sobre la necesidad de preservar el medioambiente y todas las formas de vida en el planeta.
“El Curioso desierto de Olafur Eliasson ilustra el poder y la capacidad de resolución de problemas del arte –observó la Jequesa Al Mayassa bint Hamad bin Khalifa Al Thani, presidenta de los Museos de Qatar–. Abre un diálogo importante sobre el medioambiente, uno de los temas más apremiantes de nuestro tiempo, en el contexto de los paisajes naturales de nuestra nación. Para demostrar que el arte no se limita a las galerías sino que está a nuestro alrededor, en todas partes, para inspirar y educar”.
A escenarios similares recurrieron a su vez los artistas argentinos Charly Nijensohn y Tomás Saraceno, también radicados en Berlín, que viajaron hasta los salares de Bolivia y Jujuy para realizar conmovedoras videoinstalaciones o batir récords mundiales con el vuelo más sustentable de la historia de la humanidad. “El agua y la vida valen más que el litio”, decía la frase cosida en el gran globo de tela negra se elevó hace tres años tripulado por la pilota Leticia Márquez en el norte de nuestro país. Fue posible gracias al esfuerzo de la comunidad Aerocene impulsada por Saraceno, que aspira a crear una era libre de combustibles fósiles.
El tucumano regresó con su equipo al mismo lugar este verano, para participar de un debate sobre justicia ecosocial con expertos y las comunidades locales. La filmación de ese encuentro ampliará Pacha, una “película sin fin” y pieza central de su muestra Webs of Life, que se exhibirá desde principios de junio en las prestigiosas Serpentine Galleries de Londres.
Una ballena en el bosque
Los contextos naturales también aportaron varias veces dramatismo a las instalaciones apocalípticas de Adrián Villar Rojas, otro de los artistas argentinos contemporáneos más consagrados. Desde Mi familia muerta, la ballena varada que creó con arcilla en el Bosque Yatana de Ushuaia, hasta la más reciente, que inauguró el parque de esculturas de gran escala de la Bodega Xumek en el Valle de Zonda en San Juan, el rosarino que representó al país en la Bienal de Venecia en 2011 sorprendió con monumentales intervenciones bajo cielo. Por ejemplo, en el Jardín de las Tullerías en París (2011), en la Documenta de Kassel (2012) y en el Observatorio Nacional de Atenas (2017), donde transformó ese lugar árido al plantar 46.000 plantas de 26 especies, como parte de su proyecto internacional titulado El teatro de la desaparición.
“Los artistas son como profetas: tiran mensajes al océano en una botella”, dijo la semana pasada a LA NACION Lucía Pietroiusti, fundadora del proyecto Ecología general en las Serpentine Galleries, mientras observaba el ensayo general de Sun & Sea en Colón Fábrica. El galpón de La Boca fue convertido en una playa, con 80 toneladas de arena. “El arte puede convertir un dato científico algo complejo y abstracto, en una sensación física”, agregó la curadora de esta instalación-ópera-performance, que alude al colapso medioambiental y ganó del León de Oro cuando representó a Lituania en la Bienal de Venecia en 2019.
Allí mismo, hace más de medio siglo, Nicolás García Uriburu tiñó de verde el Gran Canal, sin haber sido invitado a la bienal italiana. Entonces fue perseguido por la policía, que temió un atentado terrorista tras las protestas del Mayo Francés.
Nada de eso ocurrirá durante la próxima edición de Bienalsur, que presentará desde julio en distintos puntos de la Patagonia obras ambientadas en la naturaleza realizadas por los argentinos Sebastián Díaz Morales, Joaquín Fargas y José Luis Miralles; Laura Siles (España), el colectivo Electrobiota (México), Vincent Ceraudo (Francia), Anna Friz (Estados Unidos/Canadá) y Pedro Torres (Brasil/España). Una buena oportunidad para transmitir al mundo un mensaje tan universal como urgente.
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