A través de diversas técnicas visuales, los chicos enriquecen su expresión y se vinculan, online, con sus pares
"Está cansada de la cuarentena", dice Nick al ver un fotomontaje de Grete Stern que representa a una mujer adentro de una jaula. "Está encerrada y quiere salir, se siente presionada porque no puede salir a trabajar", acota Tasha. "Sí, en un tiempo las mujeres no tenían derechos y no podían salir a trabajar", coincide Juana.
Los tres participan de un taller virtual en el Malba, como muchos de los que se impulsaron durante los últimos cuatro meses para continuar con la educación a distancia. Y que no solo permitieron a los chicos viajar con la imaginación, sino también compartir experiencias con chicos de otros países, como las dos hijas de argentinos que llegaron desde Nueva York a la convocatoria del museo porteño.
Ciudades que se prenden fuego y abuelos que rescatan a sus nietas, sueños con autos y globos o señoras con cabeza de caballo: el universo onírico de Stern interpela a los chicos, que plasman sus propios mundos en los trabajos del taller.
"Según los padres, los saca de la angustia y la depresión. Les cambia el ánimo", observa Kira Mamontoff, profesora de talleres de acuarela. Hasta hace cuatro meses recibía a sus alumnos en su departamento de San Isidro, pero la cuarentena los volvió virtuales y fue una sorpresa: se sumaron muchos más, de varias provincias.
"La integración se produce sin importar desde dónde se conectan, con el objetivo de compartir y enriquecerse al mostrar sus trabajos, ideas para hacer, motivándose desde el encuentro y la empatía –agrega Kira–. Honestamente, el cambio pasó de la exasperación de no poder continuar con las clases a la oportunidad de hacerlo adaptándonos a la situación". En este sentido, Franca Baratella, de 13 años, sintetiza un aprendizaje colectivo: "Durante la cuarentena aprendí que la paciencia es vital para vivir y también para la acuarela".
El taller de fotografía Ojos de Campo, destinado a alumnos de escuelas rurales e impulsado desde 2005 por Diego Arranz, también le hizo un lugar a la virtualidad. Porque la cuarentena no interrumpió las clases ni las ganas de retratar el ambiente que rodea en su vida cotidiana a los talleristas: unos 120 chicos, de 6 a 17 años, que viven en Villa Ruiz, Tuyutí, Espora, Franklin, Villa Espil, Azcuénaga y Cucullu, del municipio de San Andrés de Giles. Los encuentros semanales con los profesores pasaron a tener una pantalla de por medio y las salidas prácticas grupales se volvieron individuales y en los alrededores de cada casa.
El taller propone la fotografía como un medio de expresión artística y como un incentivo al desarrollo creativo de los chicos, que se vinculan con su entorno a través de las imágenes que reflejan sus distintas miradas.
Es un taller lúdico, todo pasa por el juego. Por la cuarentena, las clases pasaron a tener más teoría: composición, iluminación, edición. La mayoría de los chicos no tienen cámaras: usan los celulares en sus salidas por la cercanía de sus casas en cada pueblo. Hace dos meses, empezaron a hacer entrevistas por Zoom a un fotógrafo de un género específico: fotoperiodismo, foto artística, deportes como polo y fútbol, naturaleza, aviones y hasta instagrammers para aprender secretos de cada técnica.
Además de los talleres ahora virtuales por la pandemia, los profesores Laureana Bidart, Micaela Rodríguez y Clara Sabinio dan clases a través de videos a chicos con capacidades especiales del Centro de Día Alihuén. Y filman videos con consejos y tips.
La acuarela y sus matices
Crónicas urbanas. "Aprendí que la cuarentena redujo el ambiente en el que interactúo, así como los paisajes que me limito a ver día tras día. Esta es la vista más abierta que tengo desde mi ventana", cuenta Felipe Pallua Viciconte (15 años, CABA).
La delicadeza. "Me encanta la leyenda del colibrí –explica María Josefina González (12 años, Mendoza)–. Creo que cuando vemos un colibrí es un alma que nos visita. A mí, mi abuelo... Extraño a mis seres queridos que no puedo ver, pero sé que están".
Búsquedas. Federica de Preindlsperg (16 años, San Isidro) decidió convertir en oportunidad la larga detención impuesta por el coronavirus. "Como en cuarentena tengo un poco más de tiempo –cuenta–, pude empezar las clases de acuarela".
Imágenes rurales
Puntos de vista. Esta fotografía tomada por Ian (8 años, Espora) es parte del trabajo que el taller Ojos de Campo sigue haciendo durante estos meses de cuarentena: acompañar a los alumnos de escuelas rurales e impulsarlos a registrar su entorno.
Atardeceres. Divididos por edades (de 6 a 11 años y de 12 a 17), los grupos de Ojos de Campo se mantienen activos gracias a la conectividad online; aquí, una imagen tomada en las proximidades de su casa por Nadine, tallerista de Villa Ruiz.
Marco visual. Jennifer (9 años, Franklin), que sigue las clases del taller de fotografía de manera virtual, pone manos a la obra y experimenta otro modo de la composición expresiva con este juego de recuadro dentro del encuadre: así, la vías abandonadas del tren y el verde que lo rodea ganan fuerza y belleza.
Ritmos del fotomontaje
Soñar, soñar. Bruni Jaroslavsky (9 años, Resistencia, Chaco) asegura que lo que más le gustó de la cuarentena "es que se redujo la contaminación y que con mis amigos compartimos casi todo el día juntos con videollamadas y juegos online". Su fotomontaje parte de un sueño: una señora con cabeza de caballo que hacía labores en la casa. "Acá está doblando la ropa", dice.
Al rescate. "Me gustó mucho el taller de la artista alemana Grete Stern, nunca había hecho un fotomontaje ni sabía lo lindo que era hacerlo –comenta Natasha (10 años, Lanús)–. El mío es sobre una ciudad que se prende fuego y un abuelo que ayuda a su nieta. Estuvo redivertido y aprendí mucho. Me gustaría volver al museo".
Recreo. Durante estos días, Guillermina Lucía Wiszniacki (7 años, Caballito) hizo lo que todos los chicos: miró TV, le sacó chispas a la tablet, jugó con todos los juguetes y objetos a disposición en su casa, hizo collages y algún experimento. Pero también asistió al taller de fotomontaje del Malba, donde el juego fue soñar como lo hacía Grete Stern.
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