De los banquetes faraónicos a las formas más contemporáneas, de Caravaggio a Matisse y de Andy Warhol a hoy, sobran ejemplos para pintar una relación suculenta
Desde los inquietantes bodegones de patos, conejos y frutas del francés Chardin hasta los retratos hechos con frutas y verduras de Arcimboldo, la comida es fuente de inspiración para el arte. En el Museo Nacional de Bellas Artes hay ejemplos como Cocina bohemia, de Victorica, donde retrata a su secretario, enfermero, cocinero y amigo preparando el plato del día junto a un mortero. Están en la historia nacional, además, La mazamorra, obra de Fernando Fader, y El carnicero, de Cesáreo Bernaldo de Quirós.
Más acá en el tiempo, Víctor Grippo experimentaba con papas en los 70 y Marta Minujín hace intervenciones con pan dulce, naranjas o alfajores. Mondongo ha logrado retratos con chicles, chacinados y galletitas. Hoy, en materia gastronómica, lleva la delantera Nicola Costantino, que prepara banquetes y hace tortas heladas que son delicias para los ojos y la boca.
El arte también es fuente de información cuando retrata usos y costumbres. Se sabe lo que los primitivos habitantes de las cavernas cazaban por sus dibujos. Y se conserva el menú completo del Antiguo Egipto por la estela funeraria de la princesa Nefertiabet, banquete que la acompaña desde hace 4500 años y que se puede ver en el Louvre. Se distinguen panes y tortas, papillas de miel, brochettes de cordero, pescado relleno con pasas de uva y frutas secas, entre otras cosas.
Si comemos solos frente a las pantallas el compañerismo del fuego de campamento, de la olla y de la mesa común, podría desaparecer
Unir arte y comida ha sido una pasión para la historiadora y lingüista Graciela Audero desde sus años de joven estudiante en Francia. "Fue en París, hace muchos años, donde me inspiraron los artículos de los críticos gastronómicos James de Coquet en el diario Le Figaro y Robert de Courtine en Le Monde, descendientes de los creadores del género, que fueron Grimod de la Reynière y Brillat- Savarin. Eran crónicas donde se mezclaban datos históricos, literarios, artísticos; pequeños ensayos culturales, que informaban sobre restaurantes y recetas, describían mesas refinadas, detallaban menús glamorosos... Para mí, eran placeres lingüísticos porque yo me alimentaba en restaurantes universitarios", explicaba la autora a LA NACION.
Audero llevaba un tiempo publicando artículos como aquellos en el diario de su provincia, El Litoral, de Santa Fe, cuando el año pasado Eudeba y Ediciones UNL reunieron sus columnas y algunos textos más en el libro Arte y comida, donde además de hablar de historia del arte y de historia de la gastronomía, ilustra con recetas de época las obras que más le apasionan. Por ejemplo, para Nefertiabet recomienda "huevos dorados", de codorniz.
Otro ensayo reciente que indaga en la Historia de la comida (Tusquets) desde un punto de vista cultural es el de Felipe Fernández Armesto; repara, por ejemplo, en una variable de la alimentación que también documentó ampliamente el arte: el encuentro. Y hace una advertencia que en estos días puede leerse como una oportunidad: "Si comemos solos frente a las pantallas –dice– el compañerismo del fuego de campamento, de la olla y de la mesa común, podría desaparecer". Sobran hoy el tiempo y los motivos para rodear nuestras mesas como damas y remeros en un cuadro de Renoir.
CENA BÍBLICA
La cena de Emaús. Caravaggio, 1601.
En esta joya de la National Gallery de Londres, Caravaggio recrea una comida habitual en la Judea de hace 2000 años: pollo asado, pan y vino. La canasta de frutas condensa una carga simbólica, según detalla Audero: su sombra en forma de pez es símbolo cristológico; las uvas negras, símbolos de la muerte; las uvas blancas, de la resurrección; las granadas, de la pasión de Cristo; las manzanas, de la gracia o del pecado original. Además, son las frutas consumidas en la Palestina del tiempo de Jesús y mencionadas en la Biblia, lo mismo que la almendra, la algarroba, la aceituna, el dátil, el higo, la nuez, la mora, el melón, el pistacho y la mandrágora. En su momento, causó gran polémica debido a la forma de tratar un tema religioso, lo que obligó al autor a pintar una nueva versión. Es una mezcla de escena bíblica con bodegón.
COMIDA ITALIANA
El comedor de alubias. Aníbal Carracci, 1583.
Aníbal Carracci (1560-1609) pinta esta obra donde se ve a un campesino comiendo un plato de alubias o judías. En su mesa, hay una hogaza de pan, puerros, una jarra y una copa de vino, y un plato con un pastel relleno. "Es la descripción detallada de una comida simple en un interior modesto", dice la historiadora Graciela Audero. Una rareza y a la vez una celebridad, este cuadro demuestra la vocación de Carracci de salir del repertorio esperable de lo religioso y lo mitológico. Se puede ver en la Galería Colonna de Roma, Italia.
OSTRAS PARA MATISSE
Tulipanes y ostras sobre fondo negro. Henri Matisse, 1943.
De los 50 años de su vida dedicados a pintar, 25 los pasó en una ciudad mediterránea donde consumen pescados a granel. Al respecto, dijo Matisse: "En mi arte, he intentado crear un medio cristalino para el espíritu: esa limpidez necesaria la encontré en Niza. (...) Todo deviene diáfano, preciso, límpido. Lo que pinto son objetos pensados con medios plásticos: si cierro los ojos, vuelvo a ver los objetos mejor que con los ojos abiertos, privados de pequeños accidentes, es eso lo que pinto". Hay debate sobre la mejor forma de comer las ostras: para Matisse, con limón. La obra perteneció a Pablo Picasso.
EL BANQUETE DE LA PERLA
El banquete de Cleopatra. GiamBattista Tiepolo, 1743-1744.
Al hombre se lo conquista por el estómago, sabía Cleopatra, y en su primer encuentro con Marco Antonio lo deslumbró con un banquete que bien retrata Tiepolo, inspirado en las narraciones de La historia natural, de Plinio el Viejo. "Bajo una lluvia de pétalos, le sirve en vajilla de oro un menú gourmet: panes muy blancos con raíces y semillas de loto; codornices y pelicanes cubiertos de vinagre, cebollas y huevos; guisos de ciervo, gacela y antílope. Los platos se suceden exhalando perfumes de azafrán, cilantro, almendras tostadas", detalla Audero. La obra está en la lejana Galería Nacional de Victoria, Australia. La leyenda dice que Cleopatra disolvió una perla de su pendiente en vinagre y se la tomó. Enamorado para siempre, muchos años después Marco Antonio murió en sus brazos.
CEBOLLAS PARA VAN GOGH
Naturaleza muerta con cebollas. Vincent Van Gogh, 1888.
La pasión milenaria de los hombres por la cebolla explica que esta aliácea aparezca representada en las producciones artísticas desde la tumba de Tutankamón hasta las naturalezas muertas actuales. Muchos bodegones del arte occidental tienen como motivo las cebollas. Por ejemplo, este de Van Gogh, que pertenece al Museo Kröller-Müller, en Otterlo, Países Bajos. El conjunto de objetos sugiere intimidad y señala las cosas que lo sostuvieron emocionalmente en sus últimos meses de vida. Van Gogh intentaba volver a su rutina de trabajo luego del incidente de la oreja.
SOPAS, CHOCLOS Y ALFAJORES
Bolsa de la sopa de tomate Campbell. Andy Warhol, 1966.
Warhol se ocupó incansablemente de los símbolos de la sociedad de consumo: botellas de Coca Cola, frascos de ketchup, bananas, dólares. Pero la lata de sopa es la obra más reconocible de este pionero del pop y se exhibe en el MoMA de Nueva York. Claro que si hablamos de Warhol y de comida hay que mencionar a Marta Minujín y los choclos con los que pagó la deuda externa en una celebrada fotoperformance. Minujín tiene muchas obras con comida: El obelisco de pan dulce (1979), La Venus de queso (1981), La estatua de la libertad de frutillas (1985) y El lobo marino de alfajores (2014), entre otras.