Arte y ciencia: dos caminos para reflexionar sobre los misterios del mundo
En "La Biblioteca de Babel", Borges describe un complejo de galerías hexagonales e idénticas, en cuyos anaqueles se acomodan todos los libros posibles, ordenados arbitrariamente, cada uno de 410 páginas, de 40 renglones y 80 símbolos por renglón. La biblioteca (o el universo, como la llama Borges) no es infinita, sino "ilimitada y periódica".
Probablemente, a un arquitecto le sería imposible reproducir la interminable sucesión de superficies bruñidas y lámparas como frutas esféricas que imagina el escritor, pero el próximo lunes, Joaquín Fargas presentará en la mítica Biblioteca de Alejandría (y al mismo tiempo, mediante una videoconferencia, en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires) su versión de la invención borgiana.
Con el título de El libro absoluto, su obra explora la posibilidad de concentrar en un único dispositivo (en este caso, digital) la suma del conocimiento.
"Yo estaba trabajando en este concepto del libro absoluto -cuenta Fargas, mientras retoca los últimos detalles del dispositivo en su taller de Palermo-. ¿Podemos tener todo el conocimiento en un solo volumen? Eso me llevó a inspirarme en Borges, en "La Biblioteca de Babel" y "El libro de arena". Por un lado, la biblioteca, como el universo, contenedor de todo el conocimiento universal. No hay hexágono en esa biblioteca donde uno no pueda encontrar la respuesta a una pregunta. Por eso, esta obra está conformada por hexágonos que permiten ir buscando disciplina por disciplina".
El "artefacto" se conecta por bluetooth con una computadora y permite elegir contenidos sobre cualquier disciplina girando cada uno de los hexágonos, que buscan en Internet, en la Wikipedia y en la base de libros en pdf de la biblioteca de Alejandría. "La página aparece y, como en el libro de arena, dura siete segundos y desaparece", explica Fargas.
La producción que cruza arte, ciencia y tecnología crece en todas las latitudes y en una multiplicidad de expresiones.
Doctora por la Academia Finlandesa de Bellas Artes, Irene Kopelman también explora estos caminos en su muestra "Puntos cardinales", que se inauguró ayer en el Malba con curaduría de Carina Cagnolo.
Residente en Holanda desde 2002, cuando viajó a participar en una residencia de artistas en Rijksakademie van Beeldende Kunsten, Ámsterdam, a Kopelman ya antes de graduarse en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) la atraía el paisaje de su provincia.
"Cuando me fui a Holanda, me di cuenta de que allá el vínculo con el paisaje es muy artificial -cuenta-. Entonces empecé a trabajar con colecciones de ciencia, de etnografía, de minerales... Me interesa el trabajo científico, comprender el funcionamiento de la naturaleza y advertir sus patrones".
Por invitación de Agustín Pérez Rubio, entonces director artístico del Museo, Kopelman dedicó dos años y medio a un proyecto colaborativo con grupos de científicos que hacían trabajo de campo en Córdoba, San Juan y Chubut.
En Pampa de Achala y Sierras Chicas, Córdoba, investigó con ellos especies vegetales invasoras. En Ischigualasto y una zona cercana a la localidad de Jáchal, provincia de San Juan, se concentró en formaciones geológicas de cientos de millones de años, a partir de las cuales produjo una escultura en cerámica, y series de pinturas y dibujos. En Puerto Madryn, desarrolló una serie de dibujos a partir de las investigaciones de biólogos que estudian especies marinas invasoras.
La exhibición reúne obras resultantes de estos viajes, desde dibujos y notas de campo, a pinturas de gran tamaño, esculturas y hasta un "jardín" que reproduce cómo va cambiando el paisaje vegetal desde Córdoba a San Juan.
"Irene siempre está observando y describiendo la forma de trabajar de los científicos -afirma Cagnolo, que fue su directora de tesis en la UNC-: lo que les interesa, aquello que los atrae, que los emociona. Por un lado intenta acercarse a la metodología y avidez por el conocimiento de los investigadores, y por otro, expresar la pulsión estética que ella trae".
El menor de seis hermanos, Fargas se graduó de ingeniero, pero estuvo ligado al diseño desde joven. "Lo primero que vendí fue una obra artística, a los 18", recuerda.
Después se transformó en artesano y, a los 21, cuando decidió casarse, optó por una ocupación "más formal": fotógrafo de sociales. Fue industrial, empleado del Banco de Desarrollo... "Pasó el tiempo y ya no me interesó tener una industria, entonces, me dediqué más a la divulgación de la ciencia. Fundé un centro interactivo que todavía existe en San Isidro, el Exploratorio -recuerda-. Trabajé en el país y en el extranjero, y durante varios años estuve un poco limitado porque me separé y mis cuatro hijos se quedaron viviendo conmigo. No podía pensar mucho. Pero cuando ellos fueron grandes, me lancé de lleno a la actividad artística; sobre todo, investigando nuevas tecnologías".
Desde hace quince años, orientó su mirada -y sus manos- al cruce de caminos entre arte y ciencia, una pasión que ejerce desde la Universidad Maimónides, donde fundó el laboratorio de bioarte y da clases desde hace más de una década.
"Lo que me gusta, tanto del arte como de la ciencia, es que progresan sobre la base de preguntas, muchas de las cuales no tienen respuesta -explica-. Hoy creo en la simbiosis de arte, ciencia y tecnología. Mi práctica es un ejercicio filosófico que avanza sobre la base de preguntas existenciales".
Kopelman, por su parte, considera que el trabajo conjunto entre científicos y artistas abre un espacio inspirador en el que puede darse un cruce de miradas diversas sobre un mismo objeto. "Cuando las cosas salen bien, sentimos una fascinación común por un determinado objeto, y entonces es bastante fácil comunicarse -afirma-. Un artista puede aportar una mirada más poética sobre lo que hace el científico. Un nivel de reflexión que a veces pierden porque están midiendo, calculando".
En cuanto a su método de trabajo, que ejercita en Europa, donde con frecuencia experimenta con grupos de investigadores, describe: "Cuando salimos en expediciones, yo dependo totalmente de ellos. Escucho, me quedo pensando. Después, algunos procesos se materializan y otros quedan 'dando vuelta'."
Más allá de la simple dimensión estética, ciencia y arte son dos caminos para reflexionar sobre los misterios del mundo que muchas veces se cruzan.
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