Arte con vista al mar: Pinamar, una galería de esculturas a cielo abierto
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Pinamar.– A vuelo de pájaro, no hay como los pinos. El paisaje aéreo está teñido de verde, surcado a un lado por el mar y las dunas, con sus vaivenes. Sin embargo, lentamente, desde hace un par de años, unos nuevos custodios de la naturaleza avanzan (aunque inmóviles) sobre el mapa, con prestancia y vigor, silenciosos. Lo de “nuevos” es relativo: algunos bronces tienen su origen hace casi un siglo. Otros fueron fundidos al calor de este milenio. Sin embargo, sus historias, que ahora desparraman los vientos, son parte del presente.
Justamente un pájaro fue el primero, antes que ningún otro, en pararse en tierra firme y empezar a hacer de Pinamar suelo fértil para las esculturas. En 2007, el gigante del artista Pájaro Gómez se emplazó en la avenida Bunge y el Mar. Dibujando espacios sorprendió a todos. Se colocó en ese punto neurálgico por iniciativa de Pinamar SA, con la colaboración de más de veinte empresas (que obtuvieron una réplica numerada), y se donó a la municipalidad, como más tarde ocurriría también con otro ejemplar de gran tamaño: "la piña", de Alberto Bastón Díaz, como comúnmente llaman a La permanencia de un sueño, que desde el 70º aniversario de la ciudad jardín, en 2013, se abre, desgranada, para recibir a los visitantes en el camino de Los Pioneros.
Aunque la suerte de estos dos colosos no estaba ligada al proyecto de un parque cultural tal y como se piensa hoy, ya son familia ensamblada con otras sesenta piezas de arte que en espacios públicos y privados se exhiben a la vista de todos. Hace poco más de tres años, cuenta Elsa Shaw de Canale, se presentó "una oportunidad" para adquirir una colección privada de esculturas. "Carlos Alberto Cupi tenía muchísimas obras en unas siete hectáreas acá, en Pinamar, donde se podía entrar con invitación. Un día, por asuntos personales, levantó su parque y lo llevó a un campo. Le hicimos un ofrecimiento. Eran 69 obras y lo que más quería él era que se conservaran juntas. Fue una oportunidad importante: son cien años de escultura contemporánea, algo difícil conseguir. Llegaron un 25 de enero y en abril de 2017 empezamos todo esto".
Entonces sí la idea se hizo clara: las esculturas, que ahora pertenecían a la empresa de los fundadores de Pinamar, la disfrutarían todos. Y permanecerían cercanas, a la vista del público. Ahí están desde El hombre del Delta, de Lucio Fontana, y cuatro bronces de un escultor que es bandera, José Fioravanti, hasta otro Hombre, de Ricardo Carpani, la Victoria, de Gyula Kosice, ejemplares monumentales que nacieron en los últimos días de Rubén Locaso, las mujeres de Antonio Pujía y Mariano Pagés, El gato de Tito creado por el gran pintor Carlos Alonso, una Venus fragmentándose de la saga mitológica de Marta Minujín y la Barca de Hernán Dompé, entre muchas otras.
"No temas moverlas", le había dicho alguien que sabe de este asunto al arquitecto Alejandro Tobe cuando el juego de combinar tamaños y formas recién empezaba. "No tengas miedo de llevar cosas de tanto valor de un lado a otro". Primero lo hizo sobre un plano, con fotos; después con grúas, sobre el campo. Con Tobe, los Shaw fueron desplazando las fichas sobre el tablero de la ciudad. "Muy tímidamente empezamos por la vereda del Playas –dice el arquitecto, parado allí, frente al tradicional hotel, cuyo patio es a esta altura una galería de arte a cielo abierto–. Nos preguntábamos: ¿esta conversa con esta otra? Fue una curaduría más sensible". Así, actualmente hay esculturas en espacios públicos y privados (de acceso público), como en galerías comerciales, un balneario y el Golf. "Para nosotros es importante que se vean en el paisaje. Acá afuera, por ejemplo, están agrupadas todas las figurativas; lo abstracto aparece del otro lado", comentan ahora junto a La lectora, de Fioravanti, en los links del Golf, donde también se encuentran la Mano del destino, de Locaso, y Cariátides, de Aurelio Macchi. Cruzando la confitería, los jugadores van y vienen en el parque entre La Hormiga, de Pablo Larreta, y esos fascinantes cubos ensamblados en acero inoxidable de Víctor Magariños. Cuidado en el paseo contemplativo: no vaya a ser que a alguien sorprenda el golpe de una pelotita entrometida.
En el Golf, justamente, donde está la mayoría de las obras del Parque Escultórico de Pinamar (PEP) –un proyecto que buscará crecer con un diseño de senderos que desemboque en un anfiteatro–, durante este verano habrá actividades programadas para disfrutar del arte y la naturaleza. Como el picnic bajo las estrellas que programan con la secretaría de Cultura para el 9 de enero. Las esculturas cambiarán de piel esa noche merced de un show de mapping.
A la colección que adquirieron para darle a la comunidad un museo como el que no tiene le resta aún una decena de obras por colocar. Pero en este arte la matemática no es exacta y la cuenta podría dar más que diez: a raíz del entusiasmo de artistas, viudas e hijos –muchos de los cuales se reunieron en un encuentro inaugural con las treinta primeras obras– varios herederos se comunicaron para sembrar nuevos ejemplares y hacer que el parque siga creciendo.
Cinco historias detrás de las obras
- La emoción de un asistente. "Conocí a Rubén Locaso en Italia: fanáticos de Miguel Ángel, fuimos juntos a las capillas mediceas y nos hicimos muy amigos", cuenta a LA NACION el escultor y docente Federico Bacher, que colaboró también como restaurador con el proyecto del PEP. "Cuando volví al país, me tomó como asistente para moldear y retocar bronces en su taller, en Parque Patricios. Era un loco incomprendido, yo le decía Beethoven; un genio, con mucho vuelo. Conectado con lo cósmico, creía que La Mano que está en el parque del Golf era una antena que recibía información del universo. Cuando recayó en su enfermedad, apareció un millonario y le compró sus tres esculturas más grandes. Fundir sus obras en yeso a bronce era pasar a la eternidad. Y se dio ese milagro. Como él apenas podía hacerlo, me encargué de retocar las ceras y poner su firma. Llegó a ver las fotos de las esculturas en blanco y negro antes de morir."
- Un cómplice del viento. "Cuando me propusieron realizar una escultura como símbolo de Pinamar fue todo un desafío, porque conlleva no solo el registro del lugar sino poder realizar una obra que se transforme, dinámica, en relación con el viento y su fuerza de empuje. La construí en un taller donde no tenía la suficiente altura como para montarla, así que cuando la armé frente al mar, en un día con sudestada, no solo me impresionó su dimensión sino que el viento la movía intensamente. Giraba y me mostraba todos sus lados", recuerda el Pájaro Gómez.
- Los cuatro gatos de Alonso. "El Gato de Tito no es la única escultura que hice –dice el pintor Carlos Alonso –, es la única en ese tamaño. Tengo una cabeza en mármol, El coleccionista, y otros bocetos más pequeños". La aclaración no solo instruye sino que amplía las vidas del Gato de Tito, que no tiene siete, sino cuatro: como el que se exhibe en el Playas Hotel existen otros tres ejemplares.
- Votos por el arte público. "Me provoca un inmenso placer ver cómo el pueblo de Pinamar se agrupa alrededor de la obra los fines de semana y se apropia del espacio que está contextualizado por ella", responde por mail Alberto Bastón Díaz, autor de La permanencia de un sueño. "Cómo el tejido social adopta el símbolo, el cual termina convirtiéndolo en una señal de ese lugar de agrupamiento. La instalación de obras de arte en los espacios públicos enriquece la ilustración cultural de un pueblo", considera.
- Marta, siempre Marta. Minujín es sinónimo de arte público (además de efímero: del Obelisco de pan dulce al Partenón de los libros prohibidos). Se identifica y prefiere, lo dice con todas las letras, que sus obras estén a la vista de todos. Tiene esculturas en calles de Buenos Aires, en estaciones de subte, en explanadas de edificios de muy diverso tipo (un museo, un sanatorio, la sede las Naciones Unidas). "Esa escultura –dice, por la Venus fragmentándose que está en Pinamar– forma parte de mi serie de mitos artísticos fragmentados, que es como agarrar la cultura griega y traerla a esta época, en capas". Un concepto que comenzó a trabajar en los ochenta y sigue haciendo hoy de esta obra un imperdible del circuito. "Pérez Companc [por Carlos Cupi] la compró para un parque de esculturas privado y después se puso en el espacio público. No fui nunca a verla, pero ahora que voy a pasar Año Nuevo en Cariló, voy a ir".
Diferentes formas de disfrutarlas
Las esculturas están en el Playas Hotel, el Golf Pinamar, la vía pública, galerías y balnearios
Visita autoguiada. En el basamento de cada obra se encuentran el título y autor junto a un código QR para acceder a información detallada de la escultura. Hay folletería y mapas disponibles.
Picnic bajo las estrellas. La primera actividad gratuita organizada con la municipalidad para esta temporada será el 9 de enero en el Golf Pinamar: habrá jazz en vivo, vinos y mapping entre las esculturas. Llevar lona. El secretario de Cultura del municipio, Eduardo Isach Haddad anticipa a LA NACION que habrá invitaciones para disfrutar del PEP cada quince días durante el verano. La segunda fecha de enero será con una proyección de cine y, en febrero, tienen previsto un espectáculo de danza y otro de teatro.
Con guía. Se ofrecen tours a cargo de una guía de turismo e intérprete ambiental. Más info en experienciapinamar.com.ar
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