Arte: un acto de fe
Las estructuras que Luciana Lamothe montó con materiales toscos en Ruth Benzacar buscan que el espectador se entregue a una experiencia de inestabilidad. Dentro de la galería, devenido acción poética, el riesgo en pequeñas dosis invita a reflexionar sobre la fragilidad humana
¿Por qué hay vértigo si sabemos que el material resiste?", se pregunta Luciana Lamothe en el texto que acompaña Prueba de tensión, su última muestra. En ella, enormes estructuras realizadas con materiales de construcción -específicamente de andamiaje: tubos de hierro, planchas de madera y abrazaderas- ocupan los dos subsuelos de la galería Ruth Benzacar. La primera respuesta es simple: no se trata de saber o no saber; el vértigo es un trastorno del equilibrio, una respuesta fisiológica inmediata a un entorno inestable. La segunda es de orden psicológico: tenemos vértigo porque no sabemos si esos materiales resisten. Queremos creer que sí, que los materiales resisten. Pero a menos que seamos arquitectos o ingenieros, no lo sabemos a ciencia cierta. Lo que pide Lamothe es un acto de fe. Y luego, una dosis recatada de masoquismo para entregarse a la experiencia de la inestabilidad, como si se adentrara en el esqueleto opaco de un parque de diversiones.
La experiencia es también musical: bajo nuestro peso, las tablas de multilaminado de eucalipto industrial se arquean y emiten chirridos, rechinan en un roce amoroso y terco con el metal. Parece que se quejaran del organismo extraño que las tortura a cada paso. Y hasta da lástima pisar las tablas, presentir que podemos ser la gota que colma el vaso, que permanecer un segundo más de lo debido terminaría por quebrar la estructura, ir directo al accidente. Y si eso sucediera, sentirnos después tan poco heroicos: claramente no somos albañiles arriesgando la vida a 50 metros de altura. Entonces quizá nos preguntemos si no sería mejor subir a una obra en construcción para vivir una verdadera experiencia de inestabilidad. Pero la conciencia de estar en una galería de arte transforma toda experiencia en poesía y nos permite gozar en una dosis reducida de lo que en la vida diaria puede percibirse a otra escala.
La pieza principal de la muestra funciona también como una especie de máquina de música concreta. Un pasadizo que propone un tránsito pautado y regular, trayecto que empieza y termina en una escalerita que tiene algo de chiste; aquí es donde sobran cautelas constructivas y la economía de recursos pregonada en el texto tambalea en un detalle que le da un insospechado matiz amable al tono industrial de la exposición.
Con el asesoramiento del arquitecto Guillermo Mirochnic, Lamothe logró definir el volumen necesario de caños para que la estructura fija que llega hasta el techo consiga soportar lo que queda en el aire. Cual vendedora de seguros, nos invita a transitar la pasarela recordándonos que "la claridad y solidez del sistema constructivo que garantiza la seguridad de la pieza es primordial para pactar y acceder a la experiencia".
Si en la simpática Casa de Casper cordobesa la inestabilidad es producto de la ilusión, Lamothe se desvía de los trucos para hacernos vivir la inestabilidad a secas, breve: las sensaciones son tímidas, cortas, lo que vuelve un tanto absurdo la exageración del andamiaje para un efecto tan limitado.
Lamothe vuelve a apostar por la restricción y la falta de seducción de los materiales, cada vez en mayor escala, para exprimir al máximo las tensiones que su obra viene escarbando desde aquella época en que se dedicaba al vandalismo poético. No puede negarse: punto, línea y plano en el espacio tienen un encanto ascético conmovedor, cierta mística minimalista que ella, en su calidad de escultora, maneja a la perfección. Logra una emoción muy precisa a la hora de calibrar los vacíos y los pesos, los huecos en el enrejado de líneas tubulares, las horizontales que penetran con astucia el último subsuelo, temblando apenas para recordarnos que todo pende de un hilo. Con materiales robustos, toscos, Lamothe señala la fragilidad, no ya del objeto, sino del espectador devenido transeúnte.
Adn lamothe
Mercedes, 1975
Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y realizó clínica de obra con Pablo Siquier y Ernesto Ballesteros. Ganó el primer premio en Currículum 0 (2005), el Itaú Cultural (2010-11) y el Lichter Art Award (Fráncfort, 2011). Participó del premio arteBA-Petrobras (2009) y obtuvo las becas Kuitca (2010), Intercampos (Fundación Telefónica) y Lipac (Centro Cultural Ricardo Rojas). Participó de bienales en Goteborg (2007), Berlín (2008) y Lyon (2011). Su obra se centra en la funcionalidad de los elementos, de los espacios y la arquitectura.
Ficha. Prueba de tensión, de Luciana Lamothe en Ruth Benzacar (Florida 1000), hasta el 13 de junio. El lunes 19 a las 18.30, charla abierta al público con Javier Villa y Guillermo Mirochnic.