Arte: la huella digital
Realizadas con sofisticados recursos tecnológicos, las obras del mexicano Rafael Lozano-Hemmer que se exhiben en el Espacio Fundación Telefónica invitan a reflexionar sobre la identidad y lo subjetivo en un mundo marcado por la exposición visual
Una rama pende, suspendida, en el medio de la sala. Alguien la roza suavemente. La rama comienza a girar y, sobre la pared, como en un espejo, una proyección reproduce ese giro con un cambio crucial: en delicados trazos en blanco y negro que recuerdan a los grabados orientales, lo que se ve no es la vara seca que cuelga de un hilo, sino la sombra de lo que alguna vez fue, quizá lo que aún siente que es: una rama pletórica de hojas, unida a un árbol dador de vida. Como cuando cualquiera de nosotros mira su propio retrato e, inevitablemente, lo que ve allí es algo muy distinto de lo que expone la cruda imagen.
El artífice de esta instalación, cuya depurada belleza se sostiene en un preciso dispositivo informático, se llama Rafael Lozano-Hemmer, es mexicano y vive desde los años 80 en Montreal. Nada en su obra podría asociarse a ese registro telúrico que, de un modo u otro, suele esperarse de los creadores latinoamericanos. Muy por el contrario, la de Lozano-Hemmer es una expresión basada en sofisticados recursos tecnológicos, fundamentalmente en una elaborada programación digital. De hecho, para el montaje de Detectores , la exposición que actualmente exhibe en el Espacio Fundación Telefónica, viajaron tres asistentes del artista, quienes colaboraron con el equipo local en la puesta a punto de cada una de las instalaciones (cuyo funcionamiento el artista supervisa, en tiempo real, desde su taller canadiense).
El gran eje que recorre la muestra es el problema de la identidad en el mundo contemporáneo. Y allí sí podría sospecharse una motivación más anclada en la historia del autor que en el despliegue high-tech . La conciencia del desarraigo, el obligado extrañamiento: esos movimientos mentales que siempre acompañan el movimiento territorial parecen fundar -muy sutilmente- las intervenciones de Lozano-Hemmer. El resultado es una suerte de estilizada cartografía que no cesa de preguntarse sobre el lugar de la subjetividad dentro del vasto sistema de dispositivos visuales en el que vivimos sumergidos.
Mecánicas de vida
Un buen ingreso al "universo Lozano-Hemmer" es la instalación Índice de corazonadas . Con un vago recuerdo a Gattaca (aquel film de ciencia ficción sobre un futuro en el que los documentos de identidad son reemplazados por ínfimas muestras de sangre), el espectador es invitado a imprimir su huella digital en un sensor equipado con un microscopio digital y un sensor de frecuencia cardíaca. Inmediatamente, la imagen de su pulgar aparece proyectada en la pared, sumándose a las de quienes ya visitaron la obra. Se conforma así un enorme friso que, además, late al ritmo de las pulsaciones de la última persona que activó el dispositivo. La representación de todo lo que uno es como individuo -esos surcos concéntricos que atraviesan nuestros dedos, los latidos que nos permiten seguir vivos-, transformada en un enorme mosaico que por momentos se torna figura abstracta: identidades únicas fundidas en una vibración y un magma indiferenciados.
En una línea similar -algo así como una interrogación sobre las nociones tradicionales del retrato- se ubica Último suspiro . En una pantalla se ve una grabación donde la cantante cubana Omara Portuondo sopla y llena de aire una bolsa de papel. Frente a ese video, una maquinaria inspirada en los respiradores artificiales "trabaja" con el aliento de la cubana: activa un mecanismo de fuelles y tubos que culmina en la misma bolsa de papel que observamos en la filmación, y la hace "respirar" rítmicamente. Aquello que constituye aPortuondo, su "aliento de vida", se recrea merced a una estricta, acompasada, construcción mecánica.
Pocas veces una muestra de arte electrónico parece tan insuflada, si no de vida, al menos de presencias enigmáticas. Inesperadamente, la fantasmática esencia del cine, su capacidad de reconstruir el movimiento de la vida por medio de una ilusión óptica, aparece transmutada en un montaje de piezas que, a ritmo regular, "respira", como si estuviera habitado. No es ésta la única obra de Lozano-Hemmer que invita a identificarse con los decimonónicos espectadores de La llegada de un tren a la estación de La Ciotat , de los hermanos Lumière. En Tensión superficial , una enorme imagen de un ojo humano "dormido" se "despierta" cuando el sistema de vigilancia computadorizado que lo regula detecta algún movimiento. El ojo, como un cíclope persecutorio, sigue el movimiento de todo aquel que pase próximo a su área de influencia. Ésta es una de las obras más básicas de la muestra, tanto en lo que hace a su resolución técnica como a lo conceptual (una evidente referencia al Gran Hermano de Orwell); sin embargo, es rotundamente eficaz en su presencia inquietante.
La cuestión de la identidad resurge en Sabroseos , una pared entera cubierta por una pantalla que, a simple vista, se percibe como una colorida composición abstracta. Al aproximarnos, un sistema de vigilancia activa selectivamente -siempre en correspondencia con nuestros movimientos- parte de los miles de pequeños videos que componen el mosaico visual. Las imágenes provienen de Internet y representan parejas que se besan. Avanzando y retrocediendo, yendo de derecha a izquierda, vamos descubriendo las infinitas posibilidades de este acto: desde consagradas escenas de Lo que el viento se llevó o Casablanca hasta la multitud de seres anónimos que subió este gesto íntimo a la imprevisible marea de la Red y hoy, sin saberlo, integra una muestra de arte. Sabroseos puede ser visto como un canto al disfrute. Pero también es una puesta en escena de la compleja circulación de lo subjetivo en un mundo donde la mirada de los otros parece regirlo todo.
Adn Lozano-Hemmer
México, 1967
Vive en Montreal, donde es reconocido en el campo del arte electrónico. Estudió física y química. Su especialidad son las instalaciones interactivas, desarrolladas en diálogo con la arquitectura y la performance. Sus trabajos fueron adquiridos por el MoMA, la Fundación Colección Jumex, la Daros Foundation y la Tate de Londres, entre otros.
lanacionarMás leídas de Cultura
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
Marta Minujín en Nueva York. Fiestas con Warhol, conejos muertos y un “banquete negro”