Arte: Francia, modelo y faro de la urbe naciente
La obsesión por afrancesar Buenos Aires de raíz alcanza un clímax hacia el Centenario. Roque Sáenz Peña remodela el interior de la Casa Rosada "a la francesa" e inaugura el Salón Blanco; Joseph Bouvard traza las diagonales Norte y Sur
Buenos Aires se transforma de "Gran Aldea" en ciudad capital gracias al arte de construir de los italianos, pero su pretensión de metrópolis continental estuvo en manos de la cultura arquitectónica francesa.
A poco de declarada la Independencia, Rivadavia llama a profesionales ingleses para hacer infraestructura. Y trae a arquitectos franceses para hacer arquitectura y renovar la imagen institucional pública sepultando el barroco "godo" para sumarse al neoclasicismo internacional. El primer gran gesto estético y político, cubrir el frente de la inconclusa catedral de Buenos Aires con un peristilo grecorromano, estuvo a cargo de los franceses Catelin y Benoit, quienes reprodujeron el frente del Palais Bourbon de París terminado poco tiempo antes.
Los hombres fuertes post Caseros: Urquiza, Mitre, Roca entronizaron las artes italianas en la construcción y encaramaron en las oficinas públicas a profesionales de diversas regiones de la península. El ecléctico y voraz Sarmiento fisuró el predominio italiano, abriendo el juego a la cultura arquitectónica francesa con Jules Dormal, a quien envía a estudiar a París, viaje que transforma al ingeniero belga en arquitecto "Beaux Arts".
Pero serán cordobeses quienes reabran la puerta oficial a los franceses que, ya en la década de 1880, empezaban a desafiar con otros europeos el predominio italiano en el campo de la edilicia privada. Ramón Cárcano, futuro gobernador de su provincia, al frente de los Correos y Telégrafos de la República, necesitaba construir el Palacio para la sede central de esa crucial dirección de comunicaciones del Estado. Fiel a sus orígenes y al roquismo, convoca al "arquitecto presidencial", Francesco Tamburini, quien se excusa aduciendo que estaba muy atareado y que era un proyecto demasiado complejo para sus capacidades técnicas. Desesperado, Cárcano entrevista a un arquitecto francés de paso por Buenos Aires rumbo a Francia después de trabajar en Perú y Chile. Norbert Maillart, alumno privilegiado de la École des Beaux Arts de París y Second Grand Prix de Rome, acepta el desafío y comienza a instalar la grandeur francesa en la arquitectura pública argentina, esa monumentalidad hecha del manejo escultórico de las masas, de la jerarquía procesional de los espacios, del juego magistral de los ejes compositivos y de la sabiduría en la aplicación de los recursos decorativos. Maillart se aboca a diseñar el Palacio del Correo no sin antes viajar, enviado por Cárcano, por toda Europa y Estados Unidos para ver los últimos adelantos en materia de edificios de correos. Desde entonces ningún arquitecto ni ingeniero extranjero escapará jamás de la cosmopolitización que le impondrá la circunstancia argentina. Maillart realiza un primer proyecto para el Palacio de Correos abortado por la crisis de 1890. Regresará hacia 1900 para elaborar uno más ambicioso que sólo será inaugurado en 1928. Y ya dentro del Ministerio de Obras Públicas diseñará el Palacio de Justicia, el Colegio Nacional Buenos Aires y otros proyectos monumentales jamás realizados, como un nuevo y grandioso palacio para reemplazar la ya modesta Casa Rosada, todo rodeado de plazas y varios edificios para distintos ministerios.
Al mismo tiempo que Cárcano contrata a Maillart, el empresario cordobés Crisol hace otro tanto con el paisajista francés Charles Thays. Este discípulo de Alphonse Alphand y Jules André comenzará allí su colosal trayectoria nacional con el diseño del Parque Sarmiento. Poco después se instalará en Buenos Aires, donde será director de Parques y Paseos y cambiará definitivamente la fisonomía de la capital. Combinando magistralmente especies autóctonas y exóticas hará que sus espacios verdes y arbolado urbano conformen el aporte estético más notable y homogéneo de la ciudad. Esta majestuosa operación de diseño del espacio público que también supo poner en valor edificios y conjuntos de arquitectura pública y privada estuvo acompañada de la instalación de escultura al aire libre de diversos autores, muchos de ellos franceses, tanto pompiers como vanguardistas: Peynot, Carrier-Belleuse, Coutan, Rodin, Bourdelle.
La obsesión por afrancesar Buenos Aires de raíz alcanza un clímax hacia el Centenario. Roque Sáenz Peña remodela el interior de la Casa Rosada a la francesa y se inaugura el Salón Blanco. El intendente Güiraldes contrata al arquitecto Joseph Bouvard, Directeur de Parcs et Promenades de Paris, para rediseñar el plano de la ciudad mediante el trazado de avenidas y diagonales sobre todo su égido. De este megaplán que incluía codificar estrictamente las construcciones sólo se concretarán las diagonales Norte y Sur. La francofilia continúa con el radicalismo y en tiempos de Alvear en la presidencia y de Noel en la intendencia se convoca a Jean-Claude Forestier para trazar nuevos parques y rediseñar las costaneras. También se crea la Comisión de Estética Edilicia regenteada por los arquitectos René Karman y René Villeminot, profesores en la Universidad de Buenos Aires e integrantes de los equipos del Ministerio de Obras Públicas.
Pero la impronta francesa en Buenos Aires no sólo quedó marcada en edificios y espacios públicos. La arquitectura privada institucional, comercial y residencial también se impregnó de galicismos. Como bien se sabe, hacia 1900 París era una fiesta y los argentinos-estancieros concurrían a ella muy asiduamente. Allí, las clases altas pasaban temporadas que a veces duraban años, tomaban a la capital francesa como base de operaciones europeas y se extasiaban en museos y anticuarios, cafés y restaurantes, exposiciones y salones, tiendas y boutiques , burdeles y cabarés. Pero la mayor afición, casi como el champagne , era la arquitectura y la decoración que los rodeaba continuamente: del Louvre a Versailles, del Jeu de Pomme al Grand Palais, del Pré Catelan al Ritz. Ya en la Argentina buscaban recrear eso mismo en sus residencias de Buenos Aires, pero también en los cascos de las estancias o en las residencias de Mar del Plata. A partir de 1900 fue el reinado del hôtel particulier francés que, en diversas escalas, del palacio al petit-hôtel , pobló diversas ciudades del país.
Los aportes de la cultura arquitectónica francesa al patrimonio de la ciudad fueron tan amplios y complejos como su propio espesor y también incluyen a la ingeniería politécnica y a las arts et manufactures . Fructificaron en la edilicia comercial como en el caso de la tienda Gath y Chaves de Cangallo y Florida, cuyo interior emulaba al de las Galéries Au Printemps de París; en la arquitectura religiosa de capillas, iglesias y basílicas como la del Santísimo Sacramento; en el estilo de diversos frentes e interiores de difusa inspiración art nouveau ; en las formas y espacios de escuelas y colegios de órdenes francesas como el San José, el Lasalle o el Champagnat. Es que Francia fue, en materia de arquitectura, decoración y urbanismo, una referencia sustancial para la Argentina hasta mediados del siglo XX en que, por razones políticas, sociales, culturales y tecnológicas la mirada cambia de rumbo y se dirige hacia otro norte, hasta reemplazar finalmente París por Nueva York, y más recientemente, por Miami.
Más allá de revisionismos estéticos o éticos que frecuentemente han frivolizado la francofilia en materia arquitectónica de muchos argentinos, el patrimonio de ascendencia francesa impregnó el carácter de Buenos Aires. Y la transformó en poco más de medio siglo de "una gran ciudad de Europa", como la describió Georges Clemenceau en su estadía de 1910, en la "Capital de un imperio imaginario" como la definió André Malraux en su visita de 1964.
Savoir faire savoir vivre
Como ninguna otra ciudad del mundo, Buenos Aires ostenta una serie de grandes casas derivadas de la cultura arquitectónica francesa de la Belle Époque. Lideró el movimiento José C. Paz, el fundador de La Prensa, quien hizo diseñar su colosal residencia de pretensiones presidenciales frente a Plaza San Martín por Louis Sortais, Grand Prix de Rome y estrella de la arquitectura Beaux Arts. Antes había hecho construir su "palacio periodístico" de la Avenida de Mayo por arquitectos, ingenieros y decoradores franceses, y el sepulcro familiar en Recoleta por otro príncipe pompier: Jules Coutan. Siguieron varios otros como los palacios Anchorena, Ortiz Basualdo, Unzué, Bosch, Errázuriz, Pereda, Atucha, Duhau… Estos edificios se inspiraban en su disposición espacial y formal en la arquitectura francesa del siglo XVIII y seguían la matriz inaugurada con Luis XIV en Versailles que hacía confluir el trabajo de arquitectos, decoradores y paisajistas en el diseño integral y coherente de una pieza de arte edilicio.
El estilo "dieciochesco" hizo escuela en Buenos Aires de la mano de franceses como René Sergent, Louis Martin, Paul Pater, Louis Dubois, Édouard Le Monnier; y argentinos como Alejandro Bustillo, Acevedo, Becú y Moreno. Este furor hizo que grandes casas de decoración como Jansen o Carlhian abrieran sucursales en Buenos Aires y que el "estilo francés" se expandiera por los "edificios de renta", las elegantes casas de departamentos coronadas por mansardas que exhibían en vestíbulos, salones y escaleras todo el despliegue de los refinamientos Luis XV o Luis XVI. En varios casos este estilo dieciochesco salta de la arquitectura residencial a la pública, como en los edificios de la Aduana por Lanús y Hary, de la Bolsa de Comercio por Christophersen y del Concejo Deliberante por Ayerza y Le Monnier. Hacia 1930 las formas dieciochescas son reemplazadas por las líneas art déco o por los minimalismos racionalistas, pero las composiciones exteriores e interiores, como un eco de la "resistencia", continúan fieles a la tradición francesa y perduran por dos décadas.
Datos & Pistas
- Dos cordobeses.
Ramón Cárcano le encargó al francés Norbert Maillart el Palacio de Correos, hoy en traumática transformación, y el empresario Crisol contrató al paisajista Charles Thays para que diseñara el parque Sarmiento. - Arquitectura pública y privada.
El patrimonio urbano de Buenos Aires es el resultado de un Estado "hacedor" y de capitales privados que creyeron en un destino de grandeza para la joven ciudad. - El Hôtel particulier.
Hacia 1900 París era una fiesta y los argentinos-estancieros la disfrutaban, mientras buscaban recrear en Buenos Aires o en los cascos de estancias el reinado del hôtel particulier. - Las grandes tiendas.
En el modelo francés, los lujosos "magazines" formaban parte de la trama urbana. El interior de Gath y Chaves, de Cangallo y Florida, por ejemplo, emulaba el de la Galería Au Printemps de París, todavía vigente.
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