“Arte democrático” de los 2000: Alejandro Ikonicoff exhibe parte de su colección
Empresario y fanático de la música, quiso producir espectáculos pero trasladó ese rol al arte contemporáneo; ahora presenta en Nora Fisch obras que reflejan “el germen” de artistas ya maduros, como Luciana Lamothe y Adrián Villar Rojas
- 7 minutos de lectura'
Primero, fue groupie: desde los 16 hasta los 28 años, iba a tres recitales por mes. “De rock, punk rock, heavy metal… Yo quería ser como Daniel Grinbank. A los que él trajo, los vi a todos”, dice riendo Alejandro Ikonicoff, el empresario textil que soñaba ser productor musical. Pero en 1998, con el lanzamiento del primer reproductor MP3, sintió que “el negocio se había acabado”.
No era el final, sin embargo. Al año siguiente, cuando Cecilia Szalkowicz y Gastón Pérsico lo invitaron a la inauguración de Belleza y Felicidad, espacio fundado por Fernanda Laguna y Cecilia Pavón que marcaría a toda una generación de artistas, sintió que se abría un nuevo camino.
“Era lo que buscaba: tener mi vida ligada a la cultura”, explica ahora, a los 54, rodeado de las 150 obras que exhibe y subasta en Nora Fisch. Forman parte de un acervo que ronda las 700 piezas, en gran parte obtenidas a modo de canje por su apoyo como productor artístico, que funcionan en conjunto como un “registro de época” en torno al hito que marcó el 2001.
“La crisis nos encontró como un grupo formado. Literalmente era una comunidad, no era la misma Argentina. Y era sano porque todos teníamos el mismo deseo: que algo sucediera”, recuerda Ikonicoff sobre aquellos tiempos marcados por la sucesión de cinco presidentes en once días, el corralito, la violencia en las calles, las asambleas barriales y los trueques. “Estimulados por esta potencia transformadora en una ciudad que ardía, muchos de los artistas apostaron a unas artes visuales que se jugaban a generar sentido en el instante de su manifestación”, escribe en el texto que acompaña la muestra su curadora, Alejandra Aguado.
En esa era de aparente anomia y libertad absoluta, agrega, surgió una gran cantidad de “proyectos autogestionados o espontáneos que se abrían paso en los parques, las calles y espacios de la ciudad no necesariamente preparados para la exposición de arte”.
Fue el caso por ejemplo de Luciana Lamothe, artista que en estos días representa a la Argentina en la Bienal de Venecia, quien comenzó a realizar acciones en el espacio público. Entre ellas, la de frotar un papel contra diversas superficies urbanas, para dejar marcada su huella a modo de gofrado. El resultado puede verse ahora colgado en la galería, junto a otras que Ikonicoff compró en su primera muestra en Juana de Arco.
Así como Gustavo Bruzzone compró casi todas las obras de la famosa serie Pop Latino de Marcos López, cuando expuso en el Centro Cultural Rojas por primera vez, y registró con su cámara la escena de los años ‘90, Ikonicoff se propuso hacer algo similar hacia los comienzos del nuevo milenio. “El Negro era mi faro”, reconoce. Fue así que, además de la de Lamothe, conservó las exposiciones iniciales de artistas como Diego Bianchi –en el ICI, convocado por Laura Buccellato-, Diego de Aduriz, Miguel Mitlag, Rosana Schoijett y Fernanda Laguna.
La primera muestra que produjo fue la de Leopoldo Estol, en 2005, en Ruth Benzacar. Siguieron experiencias delirantes como Fuerza y elegancia, impulsada en 2007 por el colectivo Rosa Chancho, que consistía en una fiesta diurna con paseo en limusina por la ciudad. Y al año siguiente, él mismo ayudó a Eduardo Navarro a montar Fabricantes Unidos, proyecto que simulaba una fábrica de budines en una galería comercial de Once, del cual conserva como recuerdo un traje con forma de budín.
La colección de Ikonicoff registra también su paso por los talleres y por las muestras de artistas que, según Aguado, “dejaron una fuerte marca en el desarrollo de las artes visuales de los primeros 2000 hasta hoy”. Como Adrián Villar Rojas, Gabriela Forcadell, Javier Barilaro, Guillermo Ueno, Cecilia Szalkowicz, Sandro Pereira, Martín Legón, Máximo Pedraza, Max Gómez Canle, Marcelo Galindo, Mónica Heller o Irina Kirchuk. En 2013, parte de este acervo se exhibió con obras de las colecciones de Bruzzone y Esteban Tedesco en Fundación Proa.
Evoca, además, un clima de época en espacios que conformaron la escena artística contemporánea de principios de milenio, junto con Belleza y Felicidad -el Espacio Giesso, el hotel Boquitas Pintadas, las galerías Ruth Benzacar, Dabbah Torrejón, Daniel Abate, Alberto Sendrós, Foster Catena, Jardín Oculto, Sonoridad Amarilla o Appetite-, y de artistas emergentes que participaron de las becas de Pablo Siquier y Guillermo Kuitca o de premios como Currículum 0 o arteBA-Petrobras.
“Era todo parte de una efervescencia, de una búsqueda que se hacía sin pensar en el sistema, con mucha honestidad. Les interesaba seguir creando”, recuerda Ikonicoff con algo de nostalgia. “Era un buen canje”, reconoce también, ya que a cambio de su apoyo económico -para realizar proyectos y pagar viajes, alquileres y residencias- recibió obras tempranas de artistas hoy muy reconocidos. “Prepará tres obras”, les ofrecía, y él elegía entre esa selección. Y así conservó, opina, “el germen de lo que fueron como artistas maduros”.
En la muestra pueden verse, por ejemplo, los experimentos iniciales de Tomás Espina con pólvora, o un esqueleto gigante como decoración de una torta realizada y fotografiada por Villar Rojas en 2006. Un anticipo de lo que se vería tres años después en la Bienal del Fin del Mundo en Ushuaia: Mi familia muerta se llamó la ballena de arcilla de 28 metros de largo, realizada en medio del bosque por el artista que llegaría a representar a la Argentina en la Bienal de Venecia.
Hasta que, en 2007, Ikonicoff sintió que “no podía más”. “Estaba bancando entre quince y veinte muestras por año, recibía tres o cuatro llamados por mes en busca de ayuda –explica-. Lo que estaban haciendo los artistas jóvenes ya no me atraía mucho, mientras que otros comenzaban a tener renombre y ya no necesitaban tanto apoyo, porque había más galerías. Así que me empecé a ocupar de qué iba a pasar cuando les dijera que no”.
Al año siguiente, mientras asistía a una clínica de Fabián Burgos, tuvo otra idea: ¿por qué no llevar ese formato de intercambios a los coleccionistas?” Fue así que nació en el Malba la Clínica de coleccionismo federal, que ya recorrió varias provincias y tendrá su 12ª edición el 29 de junio en Colección Amalita.
La decisión de vender muchas de sus obras ahora responde a una propuesta de la galería Nora Fisch, que tomará ofertas hasta el 3 de julio, con un precio base, y las cederá al mejor postor. Coincide, a la vez, con un deseo propio. “Quiero sentir que vivo más liviano –confiesa-. Y también que nos sirva a nivel educativo. Esto me llena de satisfacción porque para eso era todo: poner en valor simbólico lo que sucedió en una historia reciente”.
Con esa intención habrá charlas vinculadas con la muestra, además del aporte teórico de Aguado. “Gran parte de la producción de este momento —escribe la curadora— surgía así al calor de lo colectivo y como resultado del intercambio y la colaboración. El de ellos era un arte democrático —se creaba con los materiales y métodos que estaban al alcance, por lo general lo más barato—, popular por la cercanía de sus imágenes y sagaz en su visión”.
Para agendar:
Colección Alejandro Ikonicoff. Obras y documentos de los 2000, muestra curada por Alejandra Aguado, hasta fin de julio en Nora Fisch (Avenida San Juan 701). Las obras tienen un precio de base y se aceptan ofertas hasta el 3 de julio. De martes a sábado de 14 a 19, con entrada gratis. Feriados consultar horario en contact@norafisch.com
Temas
Otras noticias de Arte
Más leídas de Cultura
Un honor. Mónica Cahen D’Anvers recibió el diploma de la Academia de Periodismo en un emotivo acto con la voz de Sandra Mihanovich
Del "pueblo de los mil árboles" a Caballito. Dos encuentros culturales al aire libre hasta la caída del sol
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
La Bestia Equilátera. Premio Luis Chitarroni. “Que me contaran un cuento me daba ganas de leer, y leer me daba ganas de escribir”