Arte: cerca de la felicidad
En la cima de su carrera, la artista argentina que vive y trabaja en Nueva York inaugura el 12 un site-specific en Malba; durante una larga y grata conversación confió a adncultura algunas de las claves de su vida, en la que se conjugan con armonía la creación, el humor y el éxito
En la primera tarde primaveral del fin del invierno y con el último sol de agosto comienza una larga conversación con Liliana Porter en su casa porteña vecina del querido Bar o Bar. Es un departamento de doble altura que tiene el sello de la buena arquitectura de Sánchez, Lagos y De la Torre, los mismos que proyectaron el Kavanagh. Hay estilo,una manera elegante de hacer grato el espacio.
Sobre la mesa descansa el séptimo volumen de Conversaciones, colección impulsada por la coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros para dar visibilidad global a los artistas latinoamericanos, que, entre otros asuntos, forman parte de su "geometría de la esperanza". Entre ellos están Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez y Tomás Maldonado.
La conversación Katzenstein/Porter es intimista; un diálogo verdadero entre dos personas inteligentes con bastante historia común. Antes de fundar y dirigir la escuela de arte de la Di Tella, Inés vivió y estudió en Nueva York. En 2003 curó la muestra Liliana Porter. Fotografía y ficción, en el Centro Cultural Recoleta, que marcó un turning point en la relación de la artista, que vive en Nueva York desde 1964, con el público argentino. La visibilidad de su obra en el centro de arte más visitado del país, el estupendo catálogo editado con Malba y el eco de la crítica ubicaron a Porter en el lugar que correspondía.
Su obra es y ha sido un faro para los artistas conceptuales y no conceptuales. Personalmente pienso que Jorge Macchi, tal vez el más notable de su generación, ha mirado con atención esos trabajos minimalistas donde apenas un clavo, un hilo y una sombra pueden alumbrar un mundo entrañable e inquietante.
Una obra del brasileño Cildo Meireles, el metro dislocado que activa la mente y un trabajo reciente de Ana Tiscornia, de la serie que inaugura mañana en galería Nora Fisch, escoltan la única pintura de Porter colgada en el living de doble altura. Es una tela blanca con un grueso trazo azul gestual, inofensivo, rápido, del que se desprende una catarata de hombrecitos, escaleras, baldes, cosas… Si se mira con atención, lo que sucede es una tragedia, los hombrecitos y sus enseres han sido arrasados por alguna catástrofe natural. Ese gesto azul es un tsunami que los lanza al vacío y al fin. Tragedia máxima en lenguaje mínimo. Definitivamente, hay que desconfiar de las cosas simples.
Las obras de Porter integran colecciones privadas y de grandes museos, desde la Tate Modern hasta Malba. Desde la Daros de Suiza hasta el Reina Sofía de Madrid. Siendo muy joven ocupó la Sala Projects del MoMA, y desde entonces no paró. Su producción es lo opuesto al punto muerto, está siempre en movimiento, sin perder jamás la fidelidad a ciertas premisas que la tornan inconfundible. Una mezcla de ternura y drama. Animadora de exposiciones y ferias internacionales, fue artista invitada en la última edición de Pinta Nueva York, pasó con éxito la prueba de la crisis en el ARCO madrileño y este año conquistó al público limeño en Parc. Ruth Benzacar en Buenos Aires y Espacio Mínimo en Madrid comparten el raro privilegio de tener en el staff a esta artista singular, eternamente joven , con "su piel amasada entre aceituna y jazmín", cuyas obras son un best seller.
–Sos una artista de éxito.
–(Ella mira con cara de acá no ha pasado nada y cruza las manos.) No sé si soy una artista de éxito, prefiero pensar que soy una persona feliz en el sentido de estar sana, hacer lo que me gusta y disfrutar de cada momento.
–Una grata sensación de bienestar.
–Sí. Creo que es algo que aprendí de mi madre, Margarita, sobreviviente de una familia rumana signada por la tragedia. Ocho hermanos que se iban muriendo uno por año por enfermedades y pestes. Cuando le quedaba sólo una hermana, ella y el padre murieron en el incendio de la casa. Perdió todo. Esa pérdida tremenda no la hizo una mujer triste sino alguien capaz de disfrutar cada momento, de no darse por vencida, de ser feliz al poner la mesa, de pensar y preocuparse de que fuéramos felices .
–¿Y tu padre?
–Mi padre era genial. Ruso de Ucrania, se llamaba Julio Porter. Hizo más de 25 películas (N. de la R.: La carpa del amor, El extraño del pelo largo) y escribió más de cien guiones. Lo recuerdo como una estrella de la farándula, una celebrity. Cuando volvía a casa avisaba antes para que lo esperásemos con las luces prendidas y llegaba cantando. Tenía el ropero lleno de paquetes de regalos.
–En tu familia había una relación natural con el mundo del arte y la cultura, por tu padre, pero también por tu abuelo, que tenía un imprenta de donde salieron ediciones de la revista Martín Fierro. ¿Pensás que ese entorno influyó en tu decisión de ser artista?
–Nunca pensé en serlo, ni siquiera pronuncié la palabra artista hasta que inauguré una muestra en México y la crítica me llamó así. Había estudiado en la Belgrano como si fuera el secundario, y después estudié grabado.
–¿Por qué grabado?
–Fui una grabadora, antes y después de mi encuentro con Luis Camnitzer, porque me gustaba la idea de una obra que llegara a más gente, más democrática. Me costó darme cuenta de que estaba trabajando con una técnica epigonal que era una limitación, como un corsé para las ideas, y decidí hacer las cosas al revés, primero la idea y después valerme del soporte que mejor resultaba.
–En el prólogo del libro de la Colección Cisneros se hace referencia a tu migración, gradual pero decisiva, de los grabados hacia una práctica expandida que incluye fotografías, pinturas, dibujos, esculturas, videos, instalaciones. ¿Todo vale?
–Sí. Pensar que en un momento hablábamos de la muerte de la pintura. Nada ha muerto; todo está vivo y al mismo tiempo. No habría que enseñar técnicas como si fueran categorías, no hay que poner límites. Me acuerdo de que cuando llegué a Nueva York en el 64 quedé deslumbrada al ver que todo era posible, que había un tipo como Warhol vendiendo copias de las sopas Campbell’s por cinco dólares, ¡firmadas! Lo pasábamos tan bien con Luis (Camnitzer) y Noé, los dos estaban con la Beca Guggenheim y yo me sumé. No hablaba inglés sino francés, porque pensaba que había que ir a París. Warhol y Lichtenstein fueron los artistas que más me impresionaron y lo mejor fue el trabajo con Luis (después nos casamos) en el New York Graphic Workshop. En el 68 comencé a trabajar con fotografías de modo más experimental.
–Cuatro décadas en Nueva York: te hacen parte de la historia del arte del siglo XX, una larga línea de tiempo y la misma frescura para empezar de nuevo.
–Ahora tengo en marcha una obra de teatro, será mi próximo "soporte". Así como el video empezó porque los muñecos tenían cuerda y en la foto no se veía el movimiento. En estos días con Ana (Tiscornia) y con Inés (Katzenstein) hacemos el casting para el teatro.
–¿Y la foto como la representación de lo real, y los muñecos como protagonistas de los inefables diálogos porterianos?
–Fueron apareciendo, algunos me los regalaron, otros me enamoraron. Viste el pato (y trae el pato peludo que se cae, le cortan la cabeza, le pasan cosas horribles).
–El elenco cotillón, ¿es la infancia?
–No, para nada, no tiene nada de nostálgico, ni melancólico, todo es tiempo presente. Puede ser por la urgencia que tenía mi madre por ser feliz, a mí me gusta que el espectador lo pase bien, que se vaya contento y hasta que se lleven de regalo un pekalej, diría mi abuela.
–¿Y qué lugar ocupa la Argentina en este presente perfecto o continuo ?
–Me gusta volver, me gusta encontrarme con la gente, caminar por la Boca, sentir el sol, el mismo sol, que la gente vea mi obra; necesito ese cotejo, una mirada que valoro, que es parte de mí misma.
–¿Que vas a mostrar en Malba?
–El hombre con el hacha y otras situaciones breves... Un site-specific creado especialmente para la Sala 3. Son una serie de tarimas planas en la que algunos de los personajes de mi elenco estable están concentrados en tareas específicas y agotadoras: construir, destruir, recoger, ir, regresar, tejer. Más una selección de obras sobre papel. Mis amigos, mi mundo aquí y ahora.
Ficha . Liliana Porter en Malba (Avda. Figueroa Alcorta 3415), del 13 de septiembre al 18 de noviembre.