Arte argentino de los años 90, en una subasta para recordar: gente de pie, aplausos y suspenso
Las ventas de la colección Bruzzone, en Roldán, suben la vara de los precios en el mercado contemporáneo, con obras reconocibles, como la Merengada que se expone actualmente el Malba
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La de ayer fue una noche histórica. El remate de Roldán marcó un cambio de paradigma y empina la cotización del arte de los años 90. Nahuel Ortiz Vidal, muy hábil con el martillo, mantuvo arriba el ritmo de una sala llena, con caras conocidas, entre coleccionistas, galeristas, gente de los museos, curiosos.
Se subastó en dólares la colección de Gustavo Bruzzone; una colección sensible, por el espíritu cómplice con que el abogado y juez se acercó al mundo del Rojas y a sus artistas. Muchas de las obras estaban grabadas en la mente de los conocedores, integraron e integran muestras de público masivo como la galletita Merengada (Qué feliz soy con mi galle preferida) de Martín Di Paola, que se exhibe en Del cielo a casa, en Malba, y se remató en US$20.000, sin contar impuestos ni comisión.
El gran ganador de la noche fue Marcelo Pombo con su Vitraux de San Francisco Solano: precio de martillo US$130.000. Una obra con historia que hizo historia. El comprador es un coleccionista joven, apasionado y temperamental. “Alguien que sabe que los récords son para siempre y que se llevó el suyo al Palacio Estrugamou”, comentaban los que saben.
Raro. No se vendió un conjunto de fotos de Marcos López, ese mojón histórico que fue el pop latino.
Llevar arte contemporáneo a los remates es una tendencia que arrancó en Sotheby’s y Christie’s a fines del siglo XX, con enorme éxito y precios récord para Jeff Koons, por ejemplo. Es un cruce de aguas. Pasar, sin que pase el tiempo, del mercado primario al secundario, de las galerías a la sala de subastas. Ese cruce tuvo su punto más alto cuando Damien Hirst mandó a remate sus pinturas, al día siguiente de la caída de Lehman Brothers, y cosechó más de US$200 millones.
El arte contemporáneo en remates es tendencia internacional, lo confirma Cristina Carlisle, de Christie’s Argentina: “Las subastas validan los precios del mercado ya que son públicas y transparentes, todos se enteran lo que se pagó una obra. La gente hoy consulta Artnet y ArtPrice para saber cuánto vale, pero de todas maneras un precio enorme no significa que a partir de ese momento suba la cotización, aunque no es inusual que ocurra cuando la subasta es un éxito.”
En la sala estuvieron Teresa Bulgheroni, Marita García y Elena Nofal de Malba; Eduardo Mallea de arteBA; los coleccionistas Andrés Brun, Gustavo Vidal, Willy Navone, Raúl Naón; y los galeristas Alberto Sendrós, Julián Mizrahi, Cecilia Caballero y Leopol Mones Cazón. Gente de pie, aplausos y suspenso. Valet parking y champagne. Desde los teléfonos se concretaron ventas a varios de los más sólidos compradores locales y de larga distancia. ¿Nombres? “Secreto de sumario”, diría el juez.
Gustavo Bruzzone dijo públicamente que subastaba parte de su colección por razones vitales. Acaba de ser padre, quiere tener tranquilidad económica y seguirá amando el arte. “Estoy contentísimo con lo que pasó, sorprendido, y tengo que hacer una evaluación. Ojalá sirva el ejemplo de alguien que con muy poco dinero empezó a comprar y se dedicó a una generación que con el paso del tiempo, por la crítica y los historiadores, se consolidó como un grupo importante. Para que se sepa que el arte argentino no sólo es valioso por lo que representa, sino una buena inversión”, dijo Bruzzone a LA NACION.
¿Qué cambia para el arte argentino? Sube la vara de los precios que son muy bajos si se comparan con Brasil, que tiene la Bienal de San Pablo y una masa crítica de compradores que no hay acá. Por cuerda separada, hay que pensar en el momento de la Argentina, que toca fondo con el Fondo. O recordar, una vez más, que crisis es oportunidad. Anoche salieron primeros trabajos de un artista de fuste como Sebastian Gordín, con una muestra en preparación. Pero también de Feliciano Centurión, tan amado, de quien queda poca obra disponible. Malba pujó por la obra de Rosana Fuertes y Eduardo Mallea por la icónica galletita. Quedaron en el camino.
“Lo de ayer fue emocionante y un gran salto adelante en la valoración de los artistas argentinos contemporáneos. Los precios siguen siendo bajos, pero ocasiones así cambian el paradigma. Los coleccionistas que tienen obra de Pombo, por ejemplo, deberían estar festejando. Queda por delante seguir trabajando”, dice Nahuel Ortiz Vidal, con genética de rematador.
¿Cómo sigue la historia? No solo es cuestión de récords. Se amplía el mercado con nuevo público y se prueban los engranajes de las ventas públicas, que son las que fijan los precios. El más alto para el arte argentino lo tiene El cantor, de Pettoruti, vendido en Christie’s por US$800.000; cerca están los Berni arriba del medio millón y los Pueyrredón que remató Naón por US$500.000 y compró Amalita Fortabat.
Anoche, los engranajes funcionaron y también una eficaz campaña de marketing. Exposición y libro ad hoc editado por Sebastián Bocazzi con textos de Laura Batkis y Rafael Cippolini, que dirigió Ramona, la revista fundada por Bruzzone. Las subastas pasan y los libros quedan. Batkis, gran aceleradora de la legitimación de los 90, estaba en la sala. Bruzzone no.
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