Arte de anticipación: el imaginario de la pandemia ya estaba puesto sobre el lienzo
Abulia de cuarentena, reuniones virtuales, hospitales de campaña y pestes infernales ya habían sido representados en cuadros y fotos. Anticipándose sin querer a los días de pandemia, decenas de cuadros, fotografías, instalaciones y performances de artistas argentinos son hoy un espejo donde mirarse. ¿Arte premonitorio u obras para mirar con nuevos ojos?
En Ifema, el predio donde se realiza la feria Arco de Madrid, ya no hay arte, sino un hospital de campaña. La imagen remite a las pinturas de Guillermo Kuitca, en las que las camas son emblema. Tristemente, las fotos periodísticas parecen "Kuitcas", obras que han tomado otro sentido. El propio artista comparte regularmente en su cuenta de Instagram (@guillermokuitca) pinturas de todas sus épocas con la leyenda #yomequedoencasa.
En otros casos excepcionales, más que la crudeza del presente, traen el consuelo de la risa. Hace pocos días, el artista Manuel A. Fernández intervino la popular fotografía de Marcos López Asado en Mendiolaza. Fernández adaptó esa versión criolla de la última cena a los días de distanciamiento social y dejó en la mesa solo al asador. Los doce comensales aparecen ahora en la pantalla de una computadora y la reunión entre ellos es virtual, como todas las que suceden hoy a través de aplicaciones. "En mi trabajo hay mucha apropiación y archivo. Estos días estuve usando Zoom para conversar con amigos y para clases", dice el artista, que suele exponer en la galería Quimera.
El propio Marcos López analizó la remake en sus redes sociales: "El Cristo se hiperhumaniza. Está más solo. Sus incondicionales apoyos simétricos laterales se volatilizaron. No tiene estructura. Ni emocional ni física. Me lo conozco de memoria. Yo inventé el personaje. Ahora es otro: se ve desahuciado, desprotegido, más triste, más desorientado, aceptando su precariedad, reencarnado en cuerpo y alma en una caricatura teatral de sí mismo (...). La intuición de comunicar una imagen en el momento justo le cambia el significado".
Otra intervención proverbial es la que un coleccionista hizo sobre el autorretrato de Marcia Schvartz Mi vida es un tango. A esa mujer desencajada, que emerge en un fondo rojo-catástrofe, le colocó un barbijo. "Es un cuadro de principios de los 80. Un chiste digital que me divirtió y por eso lo publiqué", dice la artista desde su casa taller, poco concentrada en la pintura, preocupada por su madre, de 94 años, y por su hijo, que quedó varado en la India.
Premonitoria y más ilustrativa de esta época le parece a Schvartz la serie Infierno, que presentó en mayo de 2019 en el Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén: "Son figuras apocalípticas. Los títulos son frases de la Divina Comedia. Está la barca que lleva los muertos... Nadie sospechaba que iba pasar esto. Sentía que venía algo, había un estado de final para esta sociedad, por cómo estaba funcionando, con falta de expectativas y violencia. Como dijo Bifo Berardi, todos sabíamos que estábamos adentro de un cadáver. Una sociedad podrida, que vimos en los incendios del Amazonas y Australia, una brutalidad, o en la comida basura. El 45% de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico del planeta, ¿más medieval que eso? Volvió a aparecer el tema de la muerte, que el capitalismo negaba".
Intuición femenina
Hay más obras de artistas argentinos que se pueden ver como actuales: la mayoría son de mujeres, lo que confirmaría aquello de la intuición femenina. Clara Esborraz, por ejemplo, presentó Sucia y desprolija, dibujos y performance, en diciembre pasado en la galería Piedras: chicas en su cuarto, aburridas, aletargadas, encerradas. "Las producciones de muchos tienen que ver con el encierro, con estar concentrado en maratones de trabajo. Ahora no hay opción", analiza la curadora de esa exposición, Guadalupe Creche.
Coincide con la nueva obra de Fátima Pecci, que pintó en el verano una serie de chicas de entrecasa en sus dormitorios titulada Tiempos en soledad. "Era la serie que estaba preparando para arteBA. Mis anteriores personajes eran ninjas tomadas del manga, pero hubo una transformación a personajes más cotidianos. Es una reflexión sobre los artistas, que pasamos mucho tiempo en soledad, y eso no es necesariamente deprimente o angustiante. Una toca el piano, otra se está arreglando, otra está en la computadora. Cuando las volví a ver me dio escalofrío porque es una preconfiguración de lo que estamos viviendo hoy".
Otras postales de cuarentena son las grandes pinturas de 2019 de Jill Mulleady: chicos que juegan al ajedrez en el piso, mientras otros suben escaleras en patines, o mujeres y gatos acicalándose en ropa interior. "Estoy viviendo en Los Ángeles y estamos en cuarentena también aquí. Mis obras son libres de ser interpretadas por el espectador y adaptarse a los tiempos que cambian", piensa la artista.
Las muestras montadas en galerías y museos también están en cuarentena. Paola Vega no llegó a inaugurar La vida de las pinturas, que quedó aislada en la galería Calvaresi, con las luces apagadas. "Es una sensación muy rara. Está sola y encapsulada desde el inicio. No la vio nadie", se lamenta. La montó como en un living, con lámparas y un aparador con tacitas y teteras, un portarretrato y souvenirs. Lo sorprendente de esta muralista y pintora de grandes formatos (su obra más grande, Esplendor, tiene tres cuadras de largo y está en el muro de contención del Riachuelo) es que tuvo un cambio abrupto a pequeña escala. Parece como si sus obras hubiesen sido pintadas en un departamento, tal como son exhibidas. "Me interesó indagar en el interior de las casas de clase media, en asociación con la casa de mis abuelos, donde me crie. Me gustaba recuperar esa idea del interior, que a su vez me llevaba a mi interior".
Delia Cancela estaba preparando exposiciones para marzo, en Proa; abril, en La Usina del Arte; y mayo, en la galería Henrique Faría: se cancelaron las tres. Las últimas obras que pintó tomaron otro sentido: "Son ciudades en ruinas rodeadas por un paisaje increíble, y las mujeres en medio. Es el mal que le hicimos a la naturaleza. Lo estamos pagando", cuenta. "Dentro de mi casa no me aburro, estoy acostumbrada. Me hace sufrir lo que está pasando afuera. Me cuesta concentrarme. Hago dibujos en la cama. El arte es lo único que nos puede salvar, junto con una organización social que piense un poco más en los humanos", dice. El arte puede ser una necesidad: verse desde otra hondura, multiplicar los sentidos.
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