Art Déco en la era de la fantasía
Mientras el gran sismo de la Primera Guerra Mundial sacudía Europa, Buenos Aires era la capital boyante de un país que continuaba su desbocada carrera de progreso e ilusión, balanceándose entre gobiernos democráticos y autoritarios. En esa singular coyuntura nace una arquitectura soberbia que forma parte del patrimonio porteño
La Primera Guerra Mundial, que para Europa significó un gran sismo, para la Argentina no fue más que un sacudón que permitió abrir las puertas a una nueva modernidad. Y Buenos Aires, obsesionada por el progreso, presentaba óptimas condiciones para absorberla por todos los medios. Esta aptitud ecléctica y desprejuiciada hizo que la vida en Buenos Aires ya se asomara a la posmodernidad.
Las verdades, los gobiernos, las artes, los escenarios cambiaban con la velocidad de la moda y el relativismo "discepoliano" se iba imponiendo como religión práctica y cotidiana. Casi todo se desdramatizaba en la capital de un país que continuaba su desbocada carrera de progreso e ilusión, balanceándose entre gobiernos democráticos y autoritarios. Se puede aseverar que el período de entreguerras fue el que dio su carácter final a una Buenos Aires mítica compuesta de tango, cine y radio; diarios, revistas y libros; dancings, teatros y cabarets; luz, sensualidad y velocidad. Fue la época en que pasa de ciudad capital a metrópolis sudamericana iluminada por un fervor literario inédito que comienza a darle proyección universal.
De madre francesa y padre vienés, el Art Déco sale a la luz internacional con la Exposición de Artes Decorativas de París de 1925. Buenos Aires, como no podía ser de otra manera, lo capta precozmente. Sus orígenes aristocráticos se aburguesan y muy pronto se popularizan. A esto contribuye la captación mediática que hacen los Estados Unidos del estilo, al que fagocitaron Hollywood y sus films y Nueva York y sus rascacielos.
El Art Déco se hizo muy familiar para el público argentino, al que estimulaba no sólo a través de los cines sino también en su hábitat cotidiano: departamentos, bancos, fábricas, cafés y restaurantes llevaban el sello zigzagueante de sus líneas. Era una alternativa primordial en la feria de estilos del academicismo. Su matriz decorativista, rectilínea y simplificadora de las formas le permitía adaptar casi cualquier arquitectura del pasado y su versatilidad intrínseca lo deja acoplarse fácilmente a las nuevas tecnologías, como el hormigón armado y la luz eléctrica.
En Buenos Aires, el Art Déco alcanza un brillo y un espesor similar al del Art Nouveau. Es más bien cosmético y pocas veces genera estructuras espaciales originales. Su versatilidad le permite, en su vertiente clasicista, deshacerse de los órdenes y componer sobre la base de simetrías y proporciones reafirmadas por facetados, estrías y escalonados. En su vertiente goticista muestra un gran avance en la resolución de una nueva arquitectura para rascacielos cada vez más altos, que así pueden liberarse de recetas completamente historicistas, crecer en altura y estructurarse a través de haces de líneas y replanos, de manera telescópica.
Son pocos los cultores absolutamente fieles al estilo, entre ellos los arquitectos Alejandro Virasoro y Andrés Kalnay, que buscan explorar la innovación transformando la decoración en un nexo integrador de diseño y construcción. El primero fue un proyectista "afrancesado" y ejecutor desenfrenado de innumerables edificios de departamentos cuadriculados, con obras cumbre como el Banco El Hogar Argentino (Bartolomé Mitre 575), que despliega un espacio interior catedralicio, y la Casa del Teatro, ese reverberante zigurat de la avenida Santa Fe.
El húngaro Kalnay, por su parte, practica una versión centroeuropea del estilo, ornamentada con objetos y personajes, para erigir casas como castillejos, cines como caleidoscopios o cantinas como pabellones de diversión; tal el caso de la Confitería Munich en Costanera Sur. Pero será su hermano Jorge, más dedicado a la sobriedad racionalista, quien construirá el "búnker" periodístico Art Déco del precoz zar mediático del período: la sede del diario Crítica, sobre la Avenida de Mayo, una puesta en escena con motivos decorativos americanistas para el "ciudadano-periodista-director" Natalio Botana.
El Art Déco se instala en las clases medias, las mismas que poco antes elegían el Art Nouveau y ahora consumen el nuevo estilo retratado por el cine y las revistas. Prende entonces en los frentes de los edificios para casas y departamentos otorgando prestigio de "modernos" a los propietarios. Constituye la nueva cara de "casas chorizo", petits-hôtels, villas, chalets y edificios de renta que no abandonan sus matrices originales pero que se cubren de muchos recuadros, prismas y zigzags, con sus superficies siempre ejecutadas con el mágico símil piedra. En todos aparece un repertorio geológico, una densidad mineral y acentos fósiles dentro de un aura medieval y melancólica. Algunas construcciones adquieren características monumentales, como la mole de Perón 2622, realizada por el francés Roger Tiphaine, mezcla de esbelto paquebote con estilizado templo egipcio , con dos torres-chimeneas como amarres para dirigibles que bien podría estar junto al Central Park de Nueva York.
Un estilo para todos los gustos y todas las posibilidades, el Art Déco se impone también en la arquitectura institucional y pública. Prolifera en varios edificios de Diagonal Norte, donde las corporaciones lo utilizan según su ascendencia. De la veta francesa en "La Equitativa del Plata" que alojaba a la "Aéropostale" a la flemática variante británica en el edificio de la compañía Shell. También surge en la " City" con edificios como el Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde revivifica el clasicismo insuflándole modernidad. Pero no sólo lo usa la "patronal" sino también los sindicatos; es el caso de las sedes de La Fraternidad o la Unión Ferroviaria.
En el ámbito oficial, tiñe escuelas en diversos barrios con variantes que reciclan motivos indigenistas pero también geometrías abstractas; salpica ministerios, oficinas públicas y hospitales, como el Ministerio de Obras Públicas y el de Hacienda o la Maternidad Sardá; estructura y adorna parquizaciones y urbanizaciones como las costaneras.
Como no podía ser de otra manera, se cuela además en edificios comerciales e industriales. Desde los pequeños frentes de boutiques y sus vidrieras diurnas y nocturnas, pasando por los hoteles como el "decogótico" City o los garajes -establos de hormigón para autos-, hasta los mercados que tienen su apoteosis en el de Abasto. En una inédita síntesis greco-gótica, cuando se inauguró esta catedral abastecedora su apariencia era religiosa y su espacio interior, casi místico.
Si de majestad Art Déco se trata, también participa de ella la usina de la CATE en Puerto Nuevo. Proyectada por los belgas Derée y Robert Duicque, es un palacio de la electricidad, esa energía que posibilitaba la iluminación nocturna, una de las herramientas de diseño cruciales del estilo.
Más allá del protocolo y la oficialidad, de la informalidad y la domesticidad, el Art Déco señoreó sobre el esparcimiento y el entretenimiento. En especial sobre la legendaria noche porteña de tango y jazz, humo y champagne , con santuarios de peregrinación como el Tabaris, el Chantecler o el Armenonville, con interiores de sofisticada modernidad, a la manera de los transatlánticos.
Se abre entonces la edad dorada de los cines, esos "palacios de la ilusión" (ver recuadro) que invaden el centro de Buenos Aires y se esparcen por casi todos los distritos de la capital con el repertorio de fantasías en la pantalla pero también en los halls y en las salas. En 1929 se produce un crac finaciero mundial que pone fin a los "años locos" y al año siguiente un crac institucional nacional que cierra un período de progreso. Son tiempos de retorno al orden, de racionalidad y austeridad, una quimera que durará poco más de una década.
El surgimiento del Art Déco coincide con la desenfrenada expansión del cine. El nuevo género inaugura una gran fantasía globalizada, una realidad paralela basada en la imagen en movimiento y con sonido que necesita de templos para consagrar el rito de los fieles espectadores. El nuevo estilo encaja perfectamente con la moderna fantasía al formar un matrimonio que se consagra en Hollywood con un interminable cortejo de duendes kitsch .
En la Argentina, y particularmente en Buenos Aires, los cines fueron un "tercer hogar", el de la evasión. Y así como las escuelas fueron también palacios, algunos alcanzaron capacidades superiores a los 2000 espectadores. Los ejemplos más espléndidos se levantaron alrededor de 1930, justo cuando el cine pasa de mudo a sonoro.
El repertorio iconográfico fue muy amplio, con uso de motivos de culturas antiguas modernizados. El despliegue se realizó sobre fachadas, foyers y salas, todo realzado por efectos de iluminación y las posibilidades técnicas del hormigón armado o el aire acondicionado. Entre los tantísimos que hubo merecen destacarse el Suipacha, con relieves alegóricos sobre el cine; el Broadway, "déco-cubista" con un cuerpo de departamentos encima; el Capitol, que adscribía al "decollywood" californiano, el Monumental, construido en una variante "déco-azteca"; el Palais Royal, dentro de una elegante variante británica, y el Metropolitan, que prefiguraba la austeridad del racionalismo.
Pero el Art Déco se eleva a la altura de una superproducción multiestelar en el cine-teatro Ópera, construido en apenas ocho meses e inaugurado a todo trapo en 1936. Obra cumbre del gran arquitecto de los cines, el belga Albert Bourdon, fue la gema de la red de salas de Clemente Lococo, un verdadero "palacio de ensueño" que emulaba en fachada, foyer y sala al Cine Rex de París.
La imagen de la fachada evoca un palacio henchido, coronado por una tiara y engalanado con frisos brillantes como alhajas, y por debajo una inquietante marquesina. Este reluciente hall -con revestimientos abstractos, construcciones lumínicas y escaleras sobreactuadas- busca prologar las ensoñaciones de la sala, que cuenta con laterales tratados como variados paisajes arquitectónicos de estilo kitsch y consistencia escenográfica. El cielorraso que simula una gran vía láctea funciona como incitación a evadirse evocando el firmamento de las estrellas del cine. Estupendo ejemplo de Art Déco tardío, el eje París-Nueva York-Hollywood es la fórmula de referencia. Su exterior y los espacios principales participan de un juego formal y cromático muy efectista, al modo de un afiche tridimensional.
Estos efectos se potencian por el contrapunto que ofrece la sobria imagen del desafiante Gran Rex, inaugurado al año siguiente, que comparte con el Ópera el privilegio de ser las máximas reliquias arquitectónicas nacionales de la edad dorada del cine.
Datos & pistas
- Contexto. El período de entreguerras dio su carácter final a una Buenos Aires mítica. En ese momento de esplendor, la ciudad capital se convierte en metrópolis sudamericana, iluminada por un fervor literario inédito que comienza a darle proyección universal.
- Furor. Retratado por el cine y las revistas, el Art Déco se instala en las clases medias con su matriz decorativista, rectilínea y simplificadora de las formas, que le permite adaptar casi cualquier arquitectura del pasado.
- Versatilidad. Permeable a todos los gustos y posibilidades, así como a las nuevas tecnologías, el estilo no sólo se impone en los frentes de los edificios para casas, departamentos y petits-hôtels sino también en la arquitectura institucional y pública e incluso en la noche porteña, a través de los cines y teatros que invaden la ciudad.