No tenían ni la menor idea de lo que estaban a punto de poner en marcha. Era un experimento importante, sí. Pero de ninguna manera imaginaron que estaban a punto de cambiar el rumbo de la civilización. Suena exagerado, pero es exactamente así. Tres meses después de haber puesto un pie en la Luna, el hombre desembarcaría por primera vez en eso que hoy llamamos, con cotidiano desenfado, espacio virtual.
A las 22.30 del miércoles 29 de octubre de 1969, un estudiante graduado de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), llamado Charley Kline, envió el primer mensaje por una red llamada Arpanet. Del otro lado de la conexión estaba un joven programador, Bill Duvall, del Stanford Research Institute (SRI), en Menlo Park, unos 500 kilómetros al noroeste. Arpanet, nacida de la Guerra Fría y abuela de la actual internet, estaba a punto de despertar.
Fue un alumbramiento traumático, sin embargo. Ya volveremos a esta escena. Ahora vamos a congelarla para viajar un poco más atrás, a 1957. Ese año, la Unión Soviética había puesto en órbita el primer satélite fabricado por el hombre, llamado Sputnik 1. Desde afuera, uno podía imaginar el júbilo astronáutico en Moscú y la desazón espacial en Washington. Pero, como suele ocurrir con la realidad, las cosas eran bastante más complejas. Dato de color: "sputnik" en ruso significa satélite, palabra que, en latín, quería decir compañero o escolta. Así que, desbordando creatividad, los soviéticos le pusieron a su primer satélite, bueno…, satélite.
El Sputnik 1 era una esfera de metal de unos 60 centímetros de diámetro. Como una ojiva nuclear, digamos. Así que lo que celebraban en Moscú y temían en Washington no era el satélite en sí, sino el cohete que lo había puesto en órbita. Llamado R-7 y lanzado por primera vez dos meses antes, es considerado el primer misil balístico intercontinental de la historia. De modo que, de carrera espacial, poco. La lucha era más bien por cuál de los dos colosos conseguía la tecnología para regar a su rival con bombas atómicas. La Unión Soviética había llegado primero, y esas eran noticias catastróficas para Estados Unidos.
La reacción no se hizo esperar, y solo cuatro meses después del Sputnik (un plazo récord, considerando los tiempos que suelen tomarse los gobiernos) el presidente Dwight Eisenhower fundó la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada, cuyas siglas fueron, al principio, ARPA. Cambiarían en marzo de 1972 a DARPA (la D es por Defensa); volvería a ser ARPA en febrero de 1993, y de nuevo DARPA en marzo de 1996. La misión de ARPA era desarrollar nuevas tecnologías para la defensa de Estados Unidos. De sus entrañas nacería la idea de las comunicaciones resistentes a fallas y ataques devastadores y, 12 años más tarde, Arpanet daría su primer paso vacilante y accidentado.
"Lo and behold!"
"Arpanet tuvo –literalmente– cientos de padres", le dijo en 2009 a la Radio Pública Nacional el estadounidense Robert Taylor, que había sido director de la Oficina de Técnicas para el Procesamiento de la Información de Arpa entre 1965 y 1969, y que, por esto, es considerado uno de los fundadores de esa red y uno de los pioneros de internet. Es cierto, pero algunos nombres se destacan, inevitablemente. Por ejemplo, Joseph Carl Robnett Licklider, uno de los primeros en imaginar la computación tal como la conocemos hoy y en prever una red global; o Paul Baran y Donald Davies, que pergeñaron el mecanismo último que se usó en Arpanet y luego en internet, llamado "conmutación de paquetes"; y Leonard Kleinrock, que le dio el soporte matemático a dicho mecanismo y que estaba presente la noche del 29 de octubre de 1969, cuando Arpanet intentó ponerse de pie.
Intentó, decimos, porque tan pronto dio sus primeros dos pasos, la computadora en el SRI se colgó y fue menester empezar todo de nuevo.
Charlie Kline, un graduado de la Universidad de California en Los Ángeles, fue quien envió el primer mensaje
La tarea, aquella noche, era mucho menos riesgosa que la de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, tres meses antes. Pero su complejidad técnica no se quedaba atrás. Tanto, que la descomunal red global a la que llamamos internet arrancó con una misión muy sencilla. Desde una computadora SDS Sigma 7 en la oficina de Kleinrock en la UCLA, Kline debía loguearse en otra máquina en el SRI, una SDS 940. Esto es, tenía que escribir la palabra LOGIN. Hoy nos parece un juego de niños. Pero 40 años atrás esta simple operación (nuestros teléfonos ejecutan procesos millones de veces más complejos de forma transparente y en segundo plano) constituía todo un desafío. Dato de color: la Sigma 7 era una computadora de 32 bits lanzada en 1966 por al compañía Scientific Data Systems (SDS). Para ponerlo en perspectiva, las primeras computadoras personales de 32 bits aparecerían en el mercado solo 20 años más tarde, en 1985.
De nuevo en la UCLA, para verificar que el SRI estaba recibiendo correctamente cada letra (L, O, G, I, N) no tuvieron más remedio que apelar a un método que hoy parece viejo, pero que entonces era inevitable. Cada vez que Duvall recibía una letra en su computadora, lo informaba telefónicamente. Todo marchó bien con la L y la O. Pero cuando enviaron la letra G, Duvall quedó a la espera, hasta que se hizo evidente que su equipo se había colgado.
Pasado en limpio, el primero de los trillones de mensajes que se enviarían en las décadas subsiguientes Arpanet y su sucesora, internet, fue LO. Kleinrock encontró esto auspicioso, por la frase "Lo and behold" en inglés. "No podríamos haber esperado un mensaje más sucinto, profético y poderoso que ese", me dijo, cuando lo entrevisté en 2014.
Más tarde, esa noche, el experimento tuvo éxito, y, por primera vez, dos computadoras estaban hablando a distancia. Antes de que 1969 terminara, otros dos nodos se conectarían con Arpanet.
Entre redes
Lo que ocurrió en aquella oficina en octubre de 1969 no tendría ninguna importancia, de no haber sido por un hecho enteramente fortuito que ocurriría 30 años más tarde. Ya llegaremos a eso. Antes, hay que examinar la descendencia de Arpanet, que, a decir verdad, más allá de probar el concepto de la conmutación de paquetes, le interesó mucho más a los científicos y programadores que a los militares. En 1971, por ejemplo, un ingeniero llamado Ray Tomlinson implementó el primer sistema de correo electrónico para Arpanet. Fue un éxito de taquilla, y se dice que fue la primera aplicación que disparó el uso de esta red.
Pero, en rigor, era terreno no cartografiado. El hecho de poder conectar computadoras de forma remota abría un abanico de posibilidades que sonaba a ciencia ficción; tanto, que nos llevó medio siglo habituarnos a esa nueva normalidad. Las redes, en suma, empezaron a multiplicarse, lo mismo que las computadoras. Redujeron su tamaño y su peso. En 1976, nacía Apple, que al año siguiente lanzaría su Apple II, considerada la primera computadora personal. En 1981, IBM ponía en el mercado su IBM/PC (el Modelo 5150, para ser precisos), que conquistaría el mundo con su arquitectura abierta. Dicho más simple, en un lustro, Arpanet se había vuelto obsoleta. ¿Por qué?
Porque conectaba computadoras; en rigor, procesadores de mensajes, que servían de intermediarios entre esas enormes computadoras que se compartían entre cientos de alumnos, profesores y empleados. A principios de la década del 70 (del siglo pasado, aclaremos) se hizo evidente que pronto haría falta conectar no ya computadoras, sino redes de computadoras. Sin entrar en detalles técnicos, la idea que empezó a circular era la de hacer internetworking. De allí la palabra internet.
Lo que celebraban en Moscú y temían en Washington no era el Sputnik 1 en sí –una esfera de unos 60 cm de diámetro– sino el cohete que lo había puesto en órbita.
Con la ayuda de cientos de programadores y estudiantes, Bob Kahn y Vinton Cerf publicaron las especificaciones del nuevo protocolo de esa red de redes en 1974. Se llamó TCP y originalmente incluía IP. La idea era simple: los paquetes de datos debían poder llegar a destino sin importar la naturaleza –el software y el hardware– de la red que los había emitido y de la que los recibía.
Tal como me lo contó Cerf en 2007, se inspiraron en el correo postal (y en la red experimental francesa Cyclades), cuyas cartas llegan a destino sin importar el idioma, los usos y costumbres, las convenciones para numerar domicilios y otros aspectos por el estilo.
Funcionó. El 1° de enero de 1983, algo más de una década después de su alumbramiento, Arpanet se apagó para siempre y fue reemplazada por internet.
Clics modernos
Como se sabe, en 1983 teníamos un montón de tecnologías muy buenas y prácticas, como el disco compacto, la televisión a color y las videocaseteras. De internet, nada. Seguía confinada en la academia, los organismos de gobierno y las grandes corporaciones. En 1988, entrevisté a un investigador argentino de IBM, Jorge Sanz, que me mostró, maravillado, el correo electrónico en su notebook; todo inalámbrico. Sí, en 1988. Fue duro volver a la carta de papel y la máquina de escribir. Pero faltaba poco.
En 1989, un emprendedor estadounidense llamado Barry Shein pensó que estaría bueno ofrecerle al público un servicio de e-mail, y fundó el primer proveedor de internet de la historia, The World, en Brookline, Massachusetts. Al principio le hicieron la vida imposible, porque, argumentaban, estaba lucrando con bienes del Estado. Pero dos años y mil clientes después, a causa de que el clima político estaba cambiando, le dieron luz verde para que siguiera con The World "como un experimento".
Hoy, hay más de 4000 millones de personas conectadas con la red de redes. El mundo es otro, por completo, y todo empezó humildemente en la oficina de Leonard Kleinrock una noche de octubre de 1969. En términos absolutos, ese primer paso alteró el curso de la civilización mucho más que el de Armstrong. Aunque, como dijimos, no sin tropiezos.
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