Arnaldo Calveyra y el misterio
El poeta, radicado en París desde 1960, recuerda en esta entrevista sus años argentinos, cuando era desratizador en los muelles de Ensenada y Carlos Mastronardi le corregía sus poemas. Además, habla de su nuevo libro de poesía Diario de Eleusis (Adriana Hidalgo)
"Puedo hacer un té verde", propone, tímido y cortés Arnaldo Calveyra (Mansilla, Entre Ríos, 1929) en el bello, aunque casi desierto, monoambiente de la calle Maipú. Es un lugar prestado por un amigo en el que, cuando viene a Buenos Aires, suele instalarse con Monique Tur, su mujer desde hace más de cuarenta años. La beca para escribir una tesis sobre los trovadores provenzales que lo instaló definitivamente en París en 1960 por esa época sólo había publicado Cartas para que la alegría (1959) marcó en realidad la última escala de un itinerario que lo llevó del campo natal al pueblo de Mansilla ("ése fue el primer desgarramiento", explica) y, poco después, a La Plata, donde estudió literatura. En Francia, donde vive todavía, Calveyra fue escribiendo, casi como cartas a la espera de su destinatario, una poesía de una originalidad inusitada en la literatura argentina.
Construida a partir de una invención verbal tan delicada como radical, gran parte de esa obra apareció inicialmente en la editorial francesa Actes Sud y, desde hace alrededor de veinte años, empezó a circular en español. A los libros de poemas Iguana, iguana (1988), El hombre del Luxemburgo (1997), Libro de las mariposas (2001), Diario del fumigador de guardia (2002), Maizal del gregoriano (2005), la novela La cama de Aurelia (1999), las varias piezas teatrales (entre ellas, Cartas de Mozart , que se estrenó en el Centro Cultural San Martín en 1986)y el felizmente inclasificable Si la Argentina fuera una novela (2000) se agrega ahora el reciente Diario de Eleusis , concluido en 2002 momento en que, según el autor, "terminaron las ganas de corregir" y que constituye una indagación poética en torno a los misterios de la antigua ciudad griega situada al Noroeste de Atenas.
Calveyra despliega un discurso elíptico en el que las reticencias son una forma secreta del derroche y del sobreentendido. Punteada por interrupciones para tomar notas en una libreta diminuta que lo acompaña a todas partes, su conversación tiene la amabilidad de atribuirle al interlocutor ideas que le pertenecen enteramente. En todo caso, esa refracción a las explicaciones parece hecha a la medida de los misterios de Eleusis. "Es una deuda que yo tenía con esa palabra, con ese mundo, el mundo que concitaba esa palabra cuenta . De chico, la palabra misterio me impactó mucho. Tuve la suerte de encontrar todo eso en un libro. Era un libro infantil, un libro con figuras, y ahí estaba Eleusis. Siempre me quedé con las ganas de saber un poco más. En ese momento yo no sabía que me podía pasar la vida en eso, pero fue así en los hechos. Estaba la apetencia del misterio, de todo lo que es invisible al entendimiento. La capacidad del hombre de crear misterio es una cosa extrañísima. El realismo socialista queda descolocado de entrada, ¿no? Hasta que me di cuenta de que todos los libros sabihondos que leí más tarde no servían para nada. Había que suplir todo con la imaginación. O sea que fue un secreto tan bien guardado que, a mi altura, sigo siendo un ignorante de ese mundo del que no había que hablar. Dicen que Esquilo traicionó y habló, pero no quedó escrito lo que dijo. Se habrá perdido. Entonces creo que por eso Eleusis: para llenar un bache con la imaginación. Hace años que tengo esa duda metódica: qué es Eleusis, qué pasó con ese primer grano de trigo que plantó allí Demeter."
Si algo anuda Diario de Eleusis con los libros anteriores de Calveyra, y singularmente con Maizal del gregoriano , es, antes que los temas, la materialidad misma de la escritura. Más que de versos, todos los textos de Calveyra aun aquellos de superficie narrativa o ensayística están hechos de frases rítmicas, versículos engarzados por variaciones episódicas que deparan un efecto de animación suspendida. Notablemente, la Cooperativa Impresora y Distribuidora, que publicó su primer libro, incluyó a Calveyra en su colección de "prosistas jóvenes". No es casual entonces que bromee con la idea de que llegó tarde al reparto de géneros. "Todo sale de la poesía. Si la Argentina fuera una novela , por ejemplo, no es un ensayo. Cuando dicen que es un ensayo, no adhiero. Tiene algo de panfleto, tiene algo de autobiografía velada. Pero, para mí, es un poema. Un amigo español me había dicho que ojalá la generación del 98 hubiera partido de la poesía para retratar un país. De alguna manera, todo lo que escribo es poesía." En cambio, este nuevo libro muestra una nítida transfiguración del paisaje. El doble horizonte entrerriano y europeo que organizaba El hombre del Luxemburgo se revela aquí interrumpido por la discontinuidad. "Sí, se ha diluido mucho el horizonte de Entre Ríos. O yo habré perdido interés por dedicarme a otras cosas. Cuando abro la ventana de mi departamento en París ya no veo Entre Ríos. Sucede menos a menudo. Dejó de ser una epifanía. O tal vez no necesito abrir la ventana para verlo. Pero no hay pérdida. No me cuesta nada desasirme de las cosas. Algo debe quedar ahí de mis lecturas hindúes."
Diario de Eleusis señala, por otro lado, una modificación en el campo de fuerzas entre los datos de la experiencia y su precipitado en el poema. Tanto Diario del fumigador como Libro de las mariposas partieron de circunstancias biográficas comprobables: en el primero, su trabajo como desratizador en los muelles de Ensenada a comienzos de la década de 1950; en el segundo, la muerte de su madre. "Claro, Diario del fumigador fue contemporáneo del momento en que hacía ese trabajo. Me tiraba a dormir la siesta y escribía versos. De ahí sale la anécdota de un compañero evidentemente nacionalista que espiaba por encima de mi hombro y me decía: ¿Por qué escribís ´ruiseñores si aquí no hay ruiseñores? ¿Y por qué lo escribí? Habría leído a John Keats, tal vez. En cuanto a Libro de las mariposas , mi madre murió el 5 de diciembre de 1962, y entre el 20 y el 24 escribí ese libro. Yo pensé que nunca iba a publicarse porque era un libro muy personal. Era una cosa privada. Por otro lado, Cartas para que la alegría lo tenía escrito en mi cabeza. Ahí sí que no trabajé. No como con Eleusis. Bueno, trabajo no; placer. Lo que pasa es que uno va afinando, afinando. Sobre todo porque últimamente los materiales tienden a expandirse."
La escritura de ese libro inaugural estuvo precedida por el descubrimiento de la poesía de O. W. Milosz, autor al que Calveyra conoció hacia 1949 a través de una antología de poesía francesa preparada por Valentina Bastos mujer del poeta Carlos Mastronardi y publicada en Buenos Aires por la librería L Amateur. "Milosz era un hombre del tiempo perdido para el que lo mejor era el pasado. Además, todo lo que escribía me parecía muy teatral. Tiene, por ejemplo, un poema que termina con el verso: ´He aquí Witold con la llave . Concluye así, de una manera inesperada."
Acaso más formativa resultó la amistad con Mastronardi. Para verlo, Calveyra viajaba todos los viernes desde La Plata. Se instalaba en su casa y, a la noche, salían los dos a caminar.
"Mastronardi me corregía sobre todo el uso de los adjetivos. Me decía que no se podía adjetivar tanto. La verdad es que en el adjetivo el elogio se vuelve diatriba. El adjetivo envejece muy rápido. El adjetivo destruye. Por supuesto, hay casos, como el de Rubén Darío, en los que están siempre muy bien puestos. Además, Mastronardi me pasó la dirección del editor que publicó mi primer libro. Pagué en cuotas esa edición. Hacía trabajo de oficina en el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, después del peronismo."
Tal vez porque se ciñó a esa preceptiva, la lengua de Calveyra parece desprendida del tiempo: no es actual, pero tampoco arcaica. Es una lengua inmune a la temporalidad que habla continuamente del tiempo. El efecto enrarecido que resuena en la música de sus frases posee un origen paradójico: procede de la persistente intimidad con el habla entrerriana y, a la vez, de la distancia con ella.
"Seguro que el viaje tuvo efecto en la lengua confirma . Es lo más sensible que yo tengo, una cosa física. Es un sismógrafo que puede indicar movimientos muy sutiles." El sentido de sus poemas es indiscernible de la sintaxis trastornada que organiza las palabras. Sin embargo, lejos de cualquier arbitrariedad, esa sintaxis respeta un pulso riguroso, consecuente con su axioma de que el ritmo acarrea el sentido. "El origen de Diario de Eleusis fue una cosa con las puertas, algo que se repetía y hubo que sacar." Calveyra busca durante cinco minutos la palabra en el libro. "Es como si se hubiera ido con el resto. Me hace pito catalán. Pero yo sé que está. Acá apareció: ´Palabras en los años, de nombre calladas, aparecen como una puerta en el muro. Con mi mano las escribo, las pienso con mis libros, la ventana quisiera demorarlas. Se volverán una sola mañana y entornarán la puerta por nosotros, las palabras. Palabras, con mi mano las escribo Esto último se repetía y me molestaba: con mi mano las escribo. Era una repetición sin variación. Y las repeticiones sin variaciones son igual a cero. Entonces dije: bueno, a ver, vayamos un poquito más adelante. Ese fue el comienzo. Seguí la música, el encadenamiento de palabra. Ninguna idea, no hay idea. Y si hay idea, es la idea de una idea."
En todo caso, lo prodigioso del mundo de Calveyra es la manera en que sus textos son capaces de inscribirse en la más genuina poesía metafísica sin desentenderse de las cosas concretas. Por eso, cuando se le recuerda que la primera palabra de Diario de Eleusis es "Angel" (un ángel convertido en personaje al que el narrador tutea a lo largo de todo el poema), se apura a tomar distancia de cualquier lectura en clave suprasensible. "No tiene nada ver con lo religioso. Se trata de un mediador para llegar a una cosa que no está. Y para llegar a esa cosa que no está, el Angel se pone de camino. ´Angel es el nombre técnico del intercesor. Ese Angel es el mediador. Al final del poema, somos la materia de ese Angel. Por otro lado, ese final es como un teorema matemático. En ese punto se podría empezar otro libro. Pero no creo que lo haga. Ya no tengo tiempo."
¿Es posible que el enigma de Eleusis, su misterio indestructible, aluda justamente al límite de la duración? "Está todo mezclado y es muy difícil decir: es esto, es esto otro. Pero está la finitud, claro, está el cierre de la vida. Y, al mismo tiempo, no puedo decir que sea enteramente eso. Pero no reconozco allí ninguna nostalgia. Veo más bien una gran curiosidad."
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