Ariel Magnus. “Me desnudé y me uní a la orgía que ofrecía el tema del libro”
Con humor e imaginación desatada, el escritor argentino, que reside en Berlín, va tras la pista de la primera película pornográfica filmada en Buenos Aires y basada en una coreografía de Nijinsky
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El genial bailarín y coreógrafo Vaslav Nijinsky y su enamorada Romola de Pulszky (que lo llevó al altar en la ciudad de Buenos Aires); un personaje de Cocka Hola Company, sátira de Matias Faldbakken, y el escritor Eugene O’Neill, de paso por la Argentina, forman parte del elenco de la nueva ficción de Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975), La fiesta de un fauno (Seix Barral), en que el autor pasa de narrador a actor de una historia que conjuga erotismo, humor y la apuesta por un procedimiento basado en la aceleración de la fantasía sobre materias diversas, del tango a la pornografía, y del judaísmo al habla de los argentinos. “Pelotudo es un insulto que usan como mote de cariño”, le explica O’Neill a Nijinsky en una caminata por los arrabales porteños. La novela se ambienta en los años veinte del siglo pasado y del actual.
Los narradores de Magnus siempre van por más: más reflexiones de los personajes a partir de circunstancias banales o cruciales, más chistes por página, más escenas insólitas y un uso libre del contexto histórico (en La fiesta de un fauno convergen el escándalo de Nijinsky en el Teatro Colón al presentar La siesta del fauno, la pandemia y el nazismo).
Y atribuye a sus bisabuelos judío-alemanes la producción de la primera película porno en los suburbios de Buenos Aires (cuando toda la ciudad era un suburbio, según la bisabuela de Magnus) y a sí mismo, una singular performance sexual más allá del binarismo narrada con lenguaje inclusivo. “Lo usé por exigencia de la escena, por cierto la más porno -dice-. Fue mi primera vez y, como tal, no me sentí muy cómodo. Pero de eso se trata, supongo, de molestar, de subrayar cacofónicamente una naturalización nada natural, no en el lenguaje, sino en la vida social. Si alguna vez se afianza y deja de incomodar, habrá que buscar otra estrategia”.
Magnus es uno de los pocos escritores argentinos que no teme en asumir el legado de César Aira; de hecho, publicó el “diccionario” Ideario Aira en 2019. “No solo en las especulaciones, sino también en los momentos de mayor fantasía, aunque en mi caso nunca logro despegar los pies de la tierra -dice a LA NACION-. Tampoco sé si quiero. El delirio tiene que estar en función de la realidad, si cobra demasiada vida propia pierdo la orientación y el sentido de lo que estoy escribiendo. Así que ya ven, me desnudé todo pero, como buen actor del género, me dejé las medias puestas”.
Una vez terminada la pandemia, se instaló en Berlín con su pareja, la escritora y traductora Mariana Dimópulos. Entre otros autores, Magnus tradujo obras de Stefan Zweig, Franz Kafka, Christa Wolf, Lola Randl, R. W. Fassbinder y, recientemente, una novela de la escritora argentina residente en Alemania María Cecilia Barbetta.
-¿Cómo surgió la idea de la novela que reúne distintos hechos históricos y familiares? ¿Tu bisabuelo filmó de verdad películas pornográficas?
-Existe la leyenda de que la primera porno de la que aún tenemos imágenes, El Sátiro, se filmó en la Argentina a principios del siglo pasado. Por esa época mi bisabuelo viajó desde Alemania como representante de Osram, que tenía unas bombitas especiales para cine. Uniendo esos dos hechos queda demostrado definitivamente la verdad del mito y se resuelve una incógnita familiar: ¿con qué ganó mi bisabuelo tanto dinero como para volver a Alemania e independizarse?
-¿Por qué elegiste situar al narrador en un “casi presente”? ¿Es la primera vez que aparecen familiares tuyos en una novela y vos de un modo tan protagónico?
-El narrador en el presente era necesario para poder hablar de la historia de las películas pornográficas, además de sobre su principio en la parte histórica. No es la primera vez que meto a familiares en una novela, ni tantos rasgos autobiográficos en el narrador, pero no recuerdo otra en que lo haya hecho con tanta libertad. Como que me desnudé y me uní a la orgía que ofrecía el tema del libro.
-Así como en la novela se habla de la “desballetización del ballet”, ¿tu obra desliteraturiza la literatura?
-El ballet que desballetiza Nijinsky tenía reglas muy fijas, más incluso que las de la literatura de su época, ni hablar de la actual. Desliteraturizar la literatura, hoy en día, sería irse para el otro lado, me parece, por ejemplo el de la autoficción. Esta novela quizá tenga rasgos de eso, pero son solo aparentes y más bien para tomarles el pelo, cosa que espero que nadie tome a mal viniendo de un pelado. Al mezclar personas reales, famosas y desconocidas, con personajes tomados de otros libros, metiendo además a un narrador con mi nombre y apellido en el relato, lo que ocurre es en todo caso una sobreliteraturización del mundo real. La intuición detrás de esa movida es que la literatura resuelve, a su modo, los misterios del mundo real.
-¿El humor es un eje de tu obra? En una parte de la novela se recrea el “lenguaje inclusivo”.
-El humor es el tono en el que me gusta escribir. A veces más, a veces menos, pero es imposible que no aflore. Resulta ideal para no callarse nada, aunque sea al precio de que tampoco se confiera mucho peso.
-¿Por qué elegiste como leitmotiv la pornografía? ¿Tenés una opinión sobre esta práctica que se considera misógina?
-Si la primera película de terror se hubiera filmado en Argentina, habría escrito una novela sobre el terror y acaso de terror. El tema lo dio esa leyenda y las ganas de descularla con las herramientas de la ficción. La investigación fue en base a libros, o sea aprovechándome de la erudición de los cinéfilos del porno que es, como bien se señala, un género misógino, como lo es la sociedad por y para la que está producido. Y ese no es su lado más oscuro. El libro no lo aborda específicamente, aunque tampoco lo esquiva olímpicamente. Está ahí, sin llegar a arruinar la fiesta, espero, y lo sostienen precisamente los personajes femeninos, que son los más importantes. Traté de darle una solución creativa, y también sexualmente creativa, al problema de abordar un tema del que hoy en día tal vez mejor mantenerse alejado. Es curioso porque a la idea original la tuve hace como veinte años, pero la concreté recién ahora, a pesar de que quizá sea el momento más riesgoso para hablar de estas cosas. O quizá por eso.
-La cuestión de las migraciones también está presente, ¿es otro eje de tu literatura?
-Es parte también de la leyenda, porque se supone que a la película la filmaron europeos. Ellos trajeron la tecnología y nosotros pusimos la liberalidad, digamos. Pero no necesito ninguna excusa en mis libros para hablar sobre migrantes y migraciones y choque de culturas, un tema favorito. Vivo entre por lo menos dos culturas, así que cualquier cosa que se reduzca a una sola me resulta no solo aburrida sino hasta antinatural.
-¿Cómo es tu vida en Berlín? ¿Leés literatura argentina?
-Vine invitado y me quedé. Y llevo la vida que siempre quise, escribiendo y leyendo y traduciendo. Empecé a escribir libros en alemán, llevo publicados dos [Kurzgebiete y Tür an Tür], y ahora me dieron una beca para escribir un tercero. Escribir en alemán es un acto de irresponsabilidad de mi parte y quizá por eso me gusta tanto, no me tengo que hacer cargo de nada, porque en el fondo no es mi idioma. Por supuesto que sigo leyendo literatura argentina y que extraño Buenos Aires. Vivo con la mitad de la cabeza de un lado y la mitad del otro.
-¿Cómo recibiste la noticia del ataque de Hamas a Israel?
-Por tener familia en Israel y por estar más cerca de Medio Oriente, el shock creo que fue incluso más fuerte. A pocas cuadras de casa algunos palestinos salieron a festejar esa carnicería cobarde que desvirtúa severamente sus reclamos legítimos. Pero el antisemitismo no necesita ayuda de estos muchachos de ascendencia árabe para seguir existiendo entre los alemanes de ascendencia nazi. La extrema derecha saca cada vez más votos, y estos migrantes son sus nuevos judíos.
-¿Leíste al Nobel de Lietratura 2023, el noruego Jon Fosse?
-No sabía ni de su existencia. Pero no lo digo en tono de fijate que premian a cualquiera, muy al contrario. Me gusta cuando el Nobel nos descubre a nuevos autores. En mi experiencia, y dejándoles pasar el traspié de dárselo al Dylan no Thomas, no hay Nobel que no valga la pena, y muchos son absolutamente merecidos: Cela, Coetzee, Herta Müller, Vargas Llosa (el joven), Handke... No sé si hay otro premio del que pueda nombrar tantos premiados que me gusten...
-¿Seguís a distancia la política nacional y qué opinión te merece?
-La sigo muy de cerca. A la mañana miro varios portales argentinos antes de acordarme de que estoy en Alemania y abrir el Spiegel. Me apuré a hacer el cambio de domicilio para poder votar; un saludo especial a los que hacen la campaña #notehagaseleuropeo. Más que una opinión, lo que tengo es la esperanza de que los que votaron o piensan votar desde el hartazgo recapaciten y no lo hagan por la opción que solo va a empeorar las cosas. Libres de estos libertarios de temer, nos sentamos a conversar el resto.
-Este año se reeditó tu novela Muñecas.
-En efecto, Club Cinco me dio esa alegría. Es una novela corta que ocurre en Heidelberg, Alemania, y en la que de algún modo está el germen de La fiesta de un fauno. Aparecen allí unas muñecas sexuales que vi en una feria porno sobre la que hice en su momento una nota y fue investigando para esa nota que llegué a esta primera porno. Esas muñecas ocupan el lugar de la pornografía en la vida del solitario protagonista, así que ambos libros pueden hasta leerse en conexión.
-¿Cuáles son tus proyectos actuales?
-Está en curso la traducción al castellano de un libro que escribí en alemán. Fue un encargo de mi editorial alemana y es un libro de no ficción sobre judíos y nazis en el exilio argentino, en parte histórico y en parte personal, porque cuento muchas anécdotas de mi familia. En cuanto a la ficción, estoy con una novela sobre Errico Malatesta y Luca Prodan, dos italianos que estuvieron unos años en Argentina con un siglo de diferencia y que dejaron honda huella, cada cual en lo suyo. Una linda excusa para reflexionar sobre de pronto tan baqueteado concepto de libertad, en su versión solidaria, humana, y en la otra.
-¿Qué aporta tu oficio de traductor al escritor y viceversa?
-Se complementan perfectamente. En algunos casos hasta son parte del mismo proyecto. Traduciendo se me ocurren ideas para novelas e investigando para novelas llego a libros que me parece que habría que traducir. Es una retroalimentación constante. Además de que todo el tiempo estoy traduciendo en mi cabeza cuando escribo, como si siempre quisiera decir en un idioma lo que sonaría mejor en otro.
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