Ariana Harwicz: “Al revés de otros autores, soy conservadora en la vida y amoral en la literatura”
La autora argentina, residente en Francia, publicó su quinta novela, “Perder el juicio”, en la que una madre secuestra a sus dos hijos; acaba de concluir el libreto de su primera ópera para el Teatro Colón
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Luego de la presentación de su nueva novela, Perder el juicio (Anagrama, $19.500), “a librería llena” en Falena junto con la periodista Flor Monfort, la escritora Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) dialoga con LA NACION en otra librería porteña: Hernández. Autora de cinco novelas, un libro de ensayos y otro de aforismos, es una de las voces más reconocidas de su generación. En 2025, además del lanzamiento de la película producida por Martin Scorsese y dirigida por Lynne Ramsay, basada en su primera novela, Matate, amor, se espera el estreno de la ópera Dementia, con libreto de Harwicz, en el Teatro Colón. Perder el juicio ya cuenta con el “voto positivo” de los lectores en librerías locales.
“Jorge Telerman me había pedido la adaptación de una de las novelas, pero decidí escribir especialmente un libreto nuevo para la apertura de la temporada -dice sobre su debut operístico-. La composición es de Oscar Strasnoy, la puesta es de Mariano Pensotti y la escenografía, de Mariana Tirante. Ya están elegidos los intérpretes y en octubre se hará la lectura cantada; se estrena en el otoño del año que viene”. Una pareja formada por una escritora argentina y un traductor francés protagonizan la ópera. “Ella va a escribir la gran novela en una residencia de escritores y él, a traducirla; pero si ella no escribe, él no traduce -adelanta-. Se dan todas las fricciones y los enfrentamientos de una pareja pero referidos a la cuestión de la creación. Es una reflexión cómica sobre la pareja y la literatura”. Harwicz reside en Francia desde 2007. Participará como tutora de las clínicas de escritura en la nueva edición del Premio Estímulo a la Escritura “Todos los tiempos el tiempo”, con el escritor Daniel Link.
En Perder el juicio, una madre de nacionalidad argentina que, efectivamente, ha perdido la tenencia de sus hijos mellizos en Francia, pierde también el juicio y decide raptarlos para volver con ellos a su madre patria. La novela narra -a alta velocidad y con una multiplicidad de voces que se inmiscuyen en el alocado soliloquio de la narradora- una violenta relación conyugal en la campiña francesa, el trato que Lisa recibe de la justicia francesa, del padre de los niños, de los suegros y de los vecinos, y la fuga con los chicos que, desconcertados, obedecen. “No renieguen de mí, ni de tener que ir a pie. Los desplazados, los guerreros, los deportados han huido febriles, insomnes, con tifus, no somos más que ellos, ¿ok?, ¿me escucharon ustedes dos?”, los sermonea Lisa.
-¿Cuánto tiempo tardaste en escribir la novela?
-Un embarazo y un poco más, un año, pero es tramposo. Ese año son tres años. Cuando empiezo una novela, nunca hay otra cosa, excepto pagar un impuesto o hacer trámites, pero por fuera de la materialidad de la vida no hay otra cosa. No escribo dos novelas a la vez.
-¿Y en qué estado la escribiste?
-A diferencia de las otras novelas pensaba, si se puede encontrar algo que diferencie esta de las otras, aunque hay muchos puntos en común en el estilo y las obsesiones de la voz de una mujer, es que todas las otras novelas fueron proféticas en mi vida. Por ejemplo, para Matate, amor yo no había vivido nada de lo que ocurre, no había una rima entre mi vida y la novela. Nada. Lo escribí todo y como pasa a veces en el arte, por arte de magia, me empezó a pasar en la vida lo que había imaginado oracularmente. Y así te diría con todas las otras, aunque no de manera literal. En La débil mental se asesina a un hombre, pero yo nunca maté a nadie. Pero escribía y la vida me devolvía lo que había escrito. Entonces las novelas se adelantaban a mi vida.
-¿Y en esta?
-Todo lo contrario, y por eso me costó mucho escribirla. Primero, me ocurrió todo lo que le ocurre al personaje en la novela que, por supuesto, es una hipérbole. A mí siempre me preguntan si soy marsellesa porque los marselleses exageran todo. “No, no; exagero todo porque soy argentina”, les digo. La novela siempre es un alegato a favor de la exageración. Tengo la premisa de que la base es autobiográfica, pero después se vuelve una ópera. No quiero ser pedante, ahora que escribí una ópera para el Colón, pero mi literatura es operística; más allá de la música, la premisa es exagerar todo al máximo. Degenerado es eso. Yo viví un juicio muy largo y una vez que terminó dije: “Ahora lo puedo escribir”. Pero no viví exactamente lo que vive Lisa.
-¿Pasó en Francia?
-Sí, yo vivo en Francia, escribo en Francia, odio en Francia. Con la Argentina tengo una relación de amor puro porque para lo malo no estoy. Fue una novela difícil de escribir, pero un transitar distinto, mirando hacia atrás. La escribí tres veces; la primera vez, toda en diálogo, tipo teatro. El único lector que tuvo me dijo: “Ay, extraño tu prosa”. No había narración y algo de la emoción se perdía, algo del embiste y la fuerza que tiene la prosa. El noventa por ciento lo tiré y recuperé algo para los diálogos.
-Los fragmentos en cursiva se pueden pensar como una evidencia judicial, que “justifica” la acción de la protagonista.
-La cursiva es el pasado. Nunca había hecho eso; recurso más viejo imposible. No pensaba ponerlo en itálica y la editora de Anagrama me dijo que no hacía falta, pero me dije “orden y progreso” y preferí ser clásica aunque mi escritura no lo es. Explica el presente, la rememoración falsa, el recuerdo falso de lo que ella fue, una novela dentro de la novela. Evidentemente, me obsesionan los juicios. Pensé que iba a escribir un juicio, tengo material de sobra, cuatro valijas del expediente de mi propio juicio. Y me salió otra cosa: la evasión, el secuestro. Finalmente la novela eclipsa el juicio, es toda la catástrofe posterior o previa.
-Y es el final de una historia de amor.
-Las sobras, las esquirlas: una pareja se separa y todas las veces que se vuelven a ver, se separan, y el amor está en un estado de catástrofe.
-¿Tenés una visión pesimista de las relaciones humanas?
-No quise ser pesimista ni no pesimista. No pienso en categorías. Al escribir, busco una emoción intelectual, no una categoría.
-¿Cómo trabajás la novela breve?
-Hay una forma de composición que incluye el aluvión, la velocidad y un control férreo del fraseo. Eso sí lo controlo: la duración, la velocidad, la extensión. Es lo que más importa. Es corta. Si tuviera más páginas se descontrola, a menos que seas un genio. Al ser breve me permite controlarla más.
-El de la protagonista es un fraseo “dialógico”.
-Si bien es una novela contada desde el punto de vista de ella, siempre quise que estuviera interceptada por la voz de él. La lógica de ella tiene la respuesta de su expareja, la voz del otro. Si no hay otredad es todo medio totalitario.
-¿Tus suegros eran como los de la novela?
-Son personajes secundarios. Para mí la novela es una comedia negra, con una textura de comedia negra francesa, a la manera de las de Claude Chabrol o François Ozon. Son siniestros y adorables a la vez, son recontrahumanos en esa parodia de matrimonio. Ellos dicen que son antirracistas y son antisemitas. Hoy en día el antirracismo es antisemita. Y ellos me da la sensación de que son las típicas personas que para afuera conceden cosas, pero en la casa se muestran como en verdad son.
-¿Ves mucho antisemitismo enmascarado en el progresismo?
-Totalmente. No lo puedo aplicar a la Argentina en particular, no por lavarme las manos, sino porque estoy hace poco. Pero a nivel global el progresismo sacrificó al judío. A alguien tenés que sacrificar. Tengo la sensación de que el progresismo eligió ser inclusivo respecto de todas las minorías y dejar afuera a los judíos. Lo veo muchísimo en París, en la juventud progresista de izquierda.
-¿Cuál es la situación de la adaptación al cine de tu primera novela?
-Todos los diarios dicen que empieza a rodarse ahora y termina en octubre. Van a rodar en Canadá. Pero yo no tengo contacto directo. Firmamos un contrato y ellos hicieron la adaptación, según dijeron respetando todo pero haciéndolo muy tragicómico. Es un drama, pero con un humor negro muy corrosivo. En mi fantasía, habrán encontrado el tono tragicómico que encontró Érica Rivas en el teatro. No resigna comicidad, pero está montada en una angustia.
-¿Pensás que hay descuidos en la literatura contemporánea?
-Creo que hay ansiedad por publicar. Hay mucha más presencia de escritores en redes sociales, que antes no existían. Hoy la ansiedad es una ansiedad morbosa, peligrosa. Los tiempos se aceleran, juegan en contra de la literatura, te fagocitan. Hay ansiedad por entrar al mercado y, también, editores medio frágiles. Por otro lado, existe una necesidad de encajar con la época rápidamente, de construir libros para sostener un discurso ideológico, cuando antes era al revés. Someto el libro a la figura de autor que quiero tener. Convenientemente, esta autora tal que viene de ganar tal premio, mejor que escriba sobre tal cosa o tal género. Así sale perdiendo el libro. Se publican libros apresurados, apuran existencialmente el libro. Antes el libro era algo más grande; era una causa, un proyecto más ambicioso. Para mí todo libro nace de una necesidad absoluta, el autor necesita que ese libro exista. El libro no puede nacer de ganas de tener lectores y presentarlo en un cóctel.
-¿Y que pensás de la presidencia de Javier Milei?
-No sé qué pienso porque no vivo acá. No es que no sé qué pienso porque soy idiota. Yo no tengo miedo. Cuando no sé qué pienso de algo no lo digo porque no lo sé. De Milei no querría decir nada. Cuando sepa lo que pienso fehacientemente, voy a decirlo.
-¿Creés que el ámbito cultural se había “kirchnerizado”, como dicen desde el Gobierno?
-Siempre es una tentación tomar partido. Tengo una postura ambigua. Me parece valiente que alguien tenga una ideología que sabe que le va a traer problemas. Los gobiernos cambian, la rueda gira, la historia es dinámica. Es interesante tomar una postura a condición de que la obra esté emancipada. Pero es empobrecedor, o va en contra del arte, cuando se masifica una ideología en el campo cultural, así sean kirchneristas o mileístas, me parecen igual de peligrosas las dos. Me gusta más el artista que se anima a pensar solo, no el que piensa en banda. Si un intelectual no está pensando solo, no piensa.
-¿Y del feminismo qué pensás?
-Que lamentablemente sacrificó a las mujeres judías; no todo el feminismo, por supuesto. Hay algunas mujeres valientes que lograron escaparse de Irán, Afganistán, Líbano, que van contra la corriente del pensamiento feminista masivo. Cuando la filósofa Judith Butler, después de la masacre del 7 de octubre de 2023 dijo que no sabía si los terroristas habían violado a las mujeres israelíes se me terminó de caer todo el discurso de la época. “Yo te creo hermana” no va más. Igual era obvio que eso iba a fracasar. Hay que ser empáticas, dicen, pero entonces ninguna mujer puede desear al marido de otra. ¿Ninguna mujer hace sufrir a otra mujer, a la madre, a la pareja, a una amiga? Todo el tiempo nos hacemos sufrir entre nosotras. Las mujeres estamos sometidas a un diccionario y a eso lo llaman feminismo. No, gracias.
-¿Ya pasó la época de las “cancelaciones”?
-Como toda ideología que se pone muy álgida, después pega la vuelta. Sigue existiendo ese deseo de cancelación, sí. A veces es escrache social y otras, justicia social. Para mí no es lo mismo cancelar que el escrache social. Pedro Brieger no está cancelado, está escrachado. No es lo mismo cancelar a alguien por su ideología, sus escritos, por lo que piensa o no de Milei o del presidente de España. No me parece lo mismo el disenso intelectual y la posibilidad de estar en desacuerdo con alguien que un señor que a dos, tres, cuatro, veinte mujeres las toquetea, las abusa. Si a todo lo llamamos cancelación, los verdugos lo pasan joya. Estoy a favor del escrache a pedófilos, violadores, acosadores, pero no estoy de acuerdo con las cancelaciones por pensar distinto: eso es caza de brujas. A veces pueden darse juntos. La pregunta sobre qué es ilegal y qué es legal es una pregunta de la literatura, no de la vida. Al revés de otros autores, soy conservadora en la vida, pero amoral en la literatura.
-¿Cómo publicaste tu primera novela?
-Llamé y le di la novela a Paradiso; no conocía a nadie, no entendía nada. La autopubliqué, porque en Paradiso te hacían pagar. Eso fue en 2012 y se vendieron todos los ejemplares; cuando me la pedían, me había quedado sin ejemplares y repartía los PDF. Lo convencí a Damián Tabarovsky, de Mardulce, y en 2017 se reeditó Matate, amor. Estuvo cinco años oculta.
-¿Vas a publicar un libro de cuentos en algún momento?
-Tengo muchas ganas de que lo próximo que venga, que falta muchísimo, sea por primera vez en mi vida un libro de cuentos; estoy tan feliz con esa idea, estoy exultante. Ya escribí para una antología de Alfaguara sobre la extranjería [Pasaje de ida] y para otra de Vinilo sobre las fobias [novedad de agosto], y también para revistas extranjeras. Fue una experiencia gozosa, bella. Me parece muy tentador cambiar de instrumento.
-¿Viajaste con tu pareja, Edgardo Scott, que presenta un nuevo libro de cuentos?
-Viajó también, pero de mi vida privada no hablo.