Antonio Skármeta: en estado de gracia
El popular novelista chileno habla de su última novela, El baile de la victoria, con la que acaba de ganar en España el Premio Planeta. Además, opina sobre sus programas de televisión, la literatura de masas y la industria cultural. En los próximos días llegará a Buenos Aires para presentar su obra premiada, que transcurre en el Chile de hoy
Hace poco más de un año en la revista Siete + 7, Carlos Orellana, entonces editor de Planeta, recordaba cómo a fines de los años sesenta, en un viaje en tren a Concepción, le mencionó a su amigo Antonio Skármeta la posibilidad de participar en un concurso de la Sociedad de Escritores de Chile. El entonces profesor universitario le respondió: "Mira, yo no juego en cuarta especial: yo juego en primera división". El autor de El ciclista del San Cristóbal debió decírselo con la misma sonrisa que Chile entero le conoce gracias a El show de los libros, actividad que pulió su talento en el arte de difundir cultura y enfrentar las cámaras. Incluso en eso Skármeta juega en primera, porque no sólo las enfrenta, las domina.
El flamante Premio Planeta propone al fotógrafo los gestos que le pueden servir para un retrato simpático, que se sobreponga al rictus de incomodidad que el común de los escritores adopta apenas se enfrenta a un lente. La actitud que seguramente hubiesen tenido Droguett, González Vera, Rojas, D´Halmar o León, ese grupo de narradores chilenos que Skármeta confiesa admirar profundamente por su obra, pero no por la escasa difusión que hicieron de ella. "El dolor que me produce Chile es que hay escritores grandiosos que no vivieron la época de la industrialización, de la distribución de la literatura y quedaron opacados y encerrados en su propio territorio." Este antofagastino descendiente de croatas, con fama de buen amigo, se tapa la cara a dos manos cuando recuerda que Antonio Acevedo Hernández, autor de Chañarcillo --"qué épica, Dios mío", recalca-- murió en la miseria.
--¿Nunca se le pasó por la mente ser un ejemplo más de escritor local de reconocimiento tardío?
--No. No podría serlo por varias razones. Tengo un temperamento voluntarioso, una energía lo suficientemente grande para insistir en el camino me llueve o me truene. Sé lo que quiero, sé qué literatura amo y la que no me interesa. Sé dónde voy y sé que para estar conectado en el mundo debo pertenecer profundamente a la cultura en la cual he nacido. Y yo me siento totalmente ligado a la historia de este país.
--Eso suena paradójico, porque en su obra el tema del inmigrante y la precariedad es un asunto recurrente...
--Cuando tomo al inmigrante europeo pobre que llegó a Chile, en La boda del poeta y en La chica del trombón, estoy eligiendo figuras extremadamente dramáticas, que han perdido un territorio y no han conquistado otro; por lo tanto, su sensibilidad y su disponibilidad son intensamente mayores que las de las personas que tienen cuadriculada su existencia. Estoy hablando de seres que tienen que hacerse en la precariedad más absoluta y estos antihéroes tienen que crear una épica de antihéroes, eso es mi trilogía.
--La boda del poeta y La chica del trombón son parte de una trilogía publicada por Ediciones Areté (Random House Mondadori) a la que le falta la tercera parte. ¿Por qué El baile de la victoria aparece antes que la tercera parte de la trilogía?
--Lo que sucede es que escribí la primera versión de la última novela de la trilogía antes de asumir la embajada de Chile en Alemania (en mayo del 2000). En ese entonces tenía una primera versión. Pensaba pulirla durante mi tiempo en la embajada y entregar una segunda versión corregida a la editorial oportunamente para que la editaran en 2001. Pero el trabajo diplomático no me permitió seguir el plan. Después vinieron los atentados a las Torres Gemelas y el cambio que esto significó para la imagen y la situación de Nueva York. De ser una metrópoli ícono de la ciudad imbatible y sueño de los inmigrantes, aparecía ahora como una ciudad atacada y deteriorada. Esto me pareció de sumo interés, ya que yo tenía un texto que recorría una Nueva York pre-destrucción de las torres. La idea que surgió con esto fue someter a esta nueva situación a los personajes de la novela. Me propuse entonces ir a Nueva York y estuve el tiempo suficiente como para escribir el cuento "La azafata" que se publicó en un suplemento especial del diario La Repubblica de Italia. Mi intención es terminar la versión definitiva de la novela tras una estadía que necesito en Nueva York. Después de esto entregaré la versión a mis editores.
--¿La reformulación es algo usual en su trabajo?
--Así lo he hecho siempre. Trabajo dos grandes versiones, una muy amplia, muy emocional, muy libre y antiintelectual. Dejo pasar un tiempo y trabajo otra versión que es la novela de la técnica literaria. La idea es que lo que concebí primero pase fluidamente a través de la técnica literaria al espectador. Eso sucedió con La boda del poeta y con La chica del trombón, y es lo mismo que va a suceder con la tercera novela.
--¿En qué momento comenzó a escribir El baile de la victoria?
--Desde que empecé a escribir creé un mundo de personajes propios, con temas y motivos que aparecen y reaparecen en mis novelas. Cuando comencé a trabajar en El baile de la victoria lo hice porque quería escribir una novela que sucediera en el Chile de hoy. La boda... transcurría en Europa y La chica del trombón, en Chile entre 1944 y 1970; por lo tanto, mi galería de personajes no había sido sometida al Chile actual. Esta nueva novela significaba mi retorno al país coetáneo, al mismo tiempo que era mi regreso después de haber estado tres años afuera, trabajando como embajador en Berlín.
--¿Qué hace a una novela apropiada para que ser presentada al Planeta?
--No lo sé. He participado en concursos cuando era niño. Antes de publicar El entusiasmo, también participé y gané alguno, y en 1969 obtuve el Casa de las Américas con Desnudos en el tejado. Los otros premios que he recibido son otorgados a obras publicadas, pero son reconocimientos a los que yo no me postulé. Puede ser que las editoriales presentaran, sin mi iniciativa, mis libros a esos premios.
--La prensa española recalcaba que El baile de la victoria transcurría bajo el gobierno de Pinochet, pero usted me dice que está situada en la actualidad.
--Sí, es sorprendente todo lo que sucedió con la prensa española. El problema es que tuve que conceder cerca de 123 entrevistas en las que hablaba de una novela que todavía no había salido. Como nadie había leído la novela, las fuentes eran los miembros del jurado o yo mismo. Lo que salió son interpretaciones de lo que los jurados o yo decíamos. Entonces algunas notas aseguraban que la novela transcurría durante la dictadura de Pinochet, pero no es así, transcurre en la actualidad. Lo que sucede es que hay un personaje que está en una situación desmedrada en la vida por la experiencia que sufrió su familia en esa época.
--¿Existe a su juicio una categoría de literatura de masas que tiene más que ver con la industria cultural que con la experimentación o con la creatividad artística?
--Es muy difícil hablar en general de eso. Hay una literatura muy exquisita, sofisticada, que requiere de una complicidad activa del lector y que se ha transformado en éxito de ventas. Hay un prejuicio bastante extendido y mecánico según el cual el escritor que vende libros es un escritor que debería estar en una categoría inferior en la escala de los genios. El escritor que vende menos libros es un escritor reconocido por un grupo académico de pares que se sienten habilitados para entender la obra de ese escritor y que reprocha a la cruel sociedad que sus libros no sean percibidos. En la sociedad hay cierto prestigio del escritor maldito que no transa y que aspira en el mejor de los casos al soliloquio, el refugio de la mujer amada y el texto disidente. Un artista escribe su obra desde lo más profundo de sus sentimientos, excita su imaginación para arrancarle luces novedosas y emplea su técnica para hacerla comunicable. Ahora, si el postulado implícito es que Gabriel García Márquez es un mero fabricante de chimuchina para consumo barato, entonces confieso que ya no sé con qué otros juicios argumentar. El hecho de que un libro sea best seller es una imprevisible contingencia posterior a su escritura. En Chile hay una tendencia a estereotipar todo.
--¿Qué objeciones le han hecho a su obra?
--No creo que me corresponda a mí decirlo. Es tan matizado el repertorio de observaciones de críticos y periodistas de todo el mundo. Tengo novelas que están publicadas en 27 idiomas, sobre las cuales se han hecho análisis muy sofisticados y muy serios. A mi modo de ver, lo que confunde un poco y lleva a los críticos a desubicar mi rol como narrador es el hecho de que haya realizado una opción social por las comunicaciones y que desde 1992 haga un programa de televisión que trata la literatura, con humor, con ironía y de una manera lúdica, a través de un espectáculo que incita a un público no lector a la lectura. Eso basta para tipificar a alguien como un escritor de los medios. Si aparte de eso tenemos la resonancia mundial de una película basada en una novela, como en mi caso, se dice que se trata de un escritor que llega a la gente, y a ese público se lo puede llamar masivo de una manera despreciativa. Ya que usted me lo pregunta, ésas son las observaciones que se me hacen. Pero a mí me resultan completamente indiferentes. Tengo que matizar con la crítica mundial a la crítica literaria chilena, por muy extraordinaria que sea.
--Algunos ven el Premio Planeta que usted obtuvo como una oportunidad para que las grandes editoriales españolas fijen su mirada sobre escritores chilenos...
--Puede ser uno de los beneficios. En sus cincuenta y tantos años de vida, lo han ganado tres latinoamericanos: Vargas Llosa, Bryce Echenique y yo. No sé si el hecho de que recayera sobre dos peruanos llamó la atención sobre la literatura de ese país. Además, todos estos autores, incluido yo, somos escritores bastante cosmopolitas, que circulamos por el mundo, que hemos vivido y que tenemos afinidad con colegas de otros países.
--¿Cuál fue el primer gran efecto que tuvo para usted el éxito de El cartero en el cine?
--La certidumbre completa de que un camino original que tomé en mi literatura, propia e irreductible a cualquier tendencia o a cualquier rasgo generacional, encontró una comunicación con un universo amplio de lectores y eso es una satisfacción profesional intensa, que confirma una vocación y estimula el trabajo en esa línea.
--Actualmente, ¿tiene algún proyecto de escribir guiones?
--No. No voy a escribir más guiones. Habitualmente el guionista es contratado por el mérito de una obra que ya existe. Como el cine es un arte industrial, en el proceso de adaptación intervienen muchas personas que tienen sus propias ideas y deseos y cambian el rumbo de los personajes. San Francisco reemplaza a Pekín o un personaje femenino se transforma en un travesti. El escritor puede escribir cuatro o cinco versiones buscando dejar conformes a todos. Esto me pasó con la adaptación de Eva Luna de Isabel Allende. La última versión, la quinta, la escribí con el director Michael Radford, pero claramente de las cinco que hay, la segunda versión es la mejor. Roos Film tiene hace años el proyecto de llevar al cine mi cuento "A las arenas" y también está en el aire la adaptación de La velocidad del amor. Pero si volviera a hacer un guión para el cine sería uno original, cuya gestión naciera de mí.
--Durante la época de El show de los libros, ¿el programa incentivó la lectura?
--El efecto de El show de los libros sobre el espectador nunca fue evaluado. Tengo la ilusión y la impresión de que se formó en Chile una atmósfera de simpatía por el libro considerablemente mayor que la que existía antes, cuando el libro era un objeto de anaquel. Esto es imposible computarlo en cifras. Uno quisiera tener un país más sensible hacia las artes. Mi impresión es que el libro se afirma porque cada vez son más numerosas las minorías que necesitan apartarse del entretenimiento banal procurado por los medios y que disfrutan con las imágenes alternativas, tan íntimas, libres e inspiradoras que las letras y el arte ofrecen.
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