Antonio Seguí, el gran anfitrión
El anuncio llegó por carta, con remitente de Antonio Berni: el artista rosarino estaba por viajar a París y necesitaba el taller que le había prestado durante meses. Fue así que el otro Antonio, Seguí, llegó a la casa en ruinas de Arcueil, en los suburbios de la capital francesa. Tiempo después celebraría allí una memorable fiesta con Marcel Duchamp y recibiría a varios de los principales intelectuales, artistas y músicos latinoamericanos del siglo XX.
Por su taller de puertas abiertas, que funcionó para muchos como refugio durante los años de dictadura en América, pasaron por ejemplo Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa. El cordobés de bigotes tan abundantes como su sentido del humor los recibió con asados hechos con carne y carbón argentinos, según contó a LA NACION revistaen su reciente visita a Buenos Aires.
Aunque viene cada año como escala obligada en sus frecuentes viajes a Córdoba, ciudad donde nació en 1934 y que aún considera "el litio" de su trabajo, esta vez fue especial porque inauguró una muestra en el Museo Nacional del Grabado, que incluye varias obras donadas por él. En esos carborundums están representados, una vez más, los característicos hombrecitos con sombrero que durante más de medio siglo poblaron sus pinturas, esculturas y piezas gráficas junto con referencias burlonas a militares y burgueses.
Esos personajes inspirados en su infancia están presentes también en Caja con señores, óleo realizado en 1963 que el año pasado batió el récord para una obra rematada en el país, al venderse en Roldán por 229.000 dólares. Semanas atrás, el comprador lo invitó a su casa para mostrarle dónde la había colgado. "Era una obra que desapareció de mis manos hace 40 años, nunca más la ví –observó Seguí–. Pasa muchas veces que uno se soprende al reencontrarse con cuadros... A veces para bien, otras para mal. En este caso, me sorprendí para bien".
Fue un hito más en una intensa carrera que incluyó la representación de la Argentina en la Bienal de Venecia e importantes premios como el del Fondo Nacional de las Artes y varios Konex. Tras formarse en París, realizó un largo viaje por América Latina y en 1963 regresó a la capital francesa para participar de la Bienal de Jóvenes. Fue entonces cuando Berni le dio las llaves de su taller.
–¿Cuánto tiempo vivió ahí?
–Seis, siete meses. Y un buen día recibí una carta de Berni que me decía que venía a París y que tenía que buscarme un taller. Justo había invitado a dos amigos a cenar, y uno de ellos me dijo: "Hoy estuve caminando por Arcueil y vi un depósito que se alquila". Mi referencia eran los paisajes que habían hecho Berni y Picasso. Y además Erik Satie, mi músico preferido, había vivido ahí toda su vida. Así que al día siguiente fui y encontré el taller que tengo hoy. Estaba en el jardín de la casa donde vivió y murió François-Vincent Raspail. A fines del siglo XIX tenía treinta hectáreas, pero el propietario fue vendiendo lotes y la casa se quedó con 2000 metros de terreno.
–¿Quién vivía en la casa cuándo llegó al taller?
–Estaba ocupada, era una especie de conventillo. El techo se caía y el propietario no tenía los medios para arreglarlo. La municipalidad quería comprarla para hacer algo, pero me dijo que si me comprometía a arreglarla, dejaba que yo la comprara. Dije que sí y la empecé a arreglar.
–¿Qué pasó con los ocupantes?
–Algunos se fueron, a otros los tuve que ayudar para que se mudaran.
–Tiene fama de ser un muy buen anfitrión, ha recibido a mucha gente...
–Sí, puede ser. Tengo un taller de puertas abiertas, lo he tenido siempre.
–¿Quiénes pasaron por esa casa?
–Varios. Ahí han trabajado Lea Lublin, Mario Gurfein, Carlos Alonso... Lucio Fontana, que estaba en Milán, vino en el 63 a preparar los cuadros para una exposición que se llamó Arte argentino actual. Un hombre adorable y de una gran elegancia.
–¿A Marta Minujín la frecuentó en París?
–Cuando llegué ella estaba todavía, y se quedó algunos meses más. La he frecuentado siempre, desde que llegué de México. La conocí siendo muy joven y nos vemos habitualmente.
–¿Y a Julio Cortázar?
–No tuvimos una relación tan estrecha. No sé por qué.
–¿Recuerda alguna anécdota en particular con algún artista? ¿O fiestas?
–La fiesta del guardarropas, en el 64, de la cual la gente todavía habla de tanto en tanto. Estaban todos, incluso Marcel Duchamp.
–¿Por qué se llamó "del guardarropas"?
–No sé, alguien le atribuyó ese título. Era un tema: había que hacer cosas relacionadas con lo que está adentro del guardarropas.
–¿Fue una fiesta o una muestra?
–Una muestra-fiesta. Alquilamos una carpa de circo, donde estaban la comida y la orquesta. Como en un casamiento.
–¿Usted qué presentó?
–Hice una pierna enorme con un calzoncillo, una escultura muy grande.
–¿Duchamp qué llevó?
–Él no hizo nada, sólo estuvo presente.
–¿Se acuerda de algún otro artista que haya llevado algo original?
–Un artista uruguayo llevó una especie de desnudo hecho con goma espuma; fue una de las primeras manifestaciones de esculturas móviles figurativas.
–Y a Julio Le Parc, ¿lo frecuentaba?
Sí, seguimos siendo muy buenos amigos, lo veo mucho. Sigue habiendo en París una gran colonia argentina. Nos vemos sobre todo con la generación que llegó en momentos próximos.
–¿Durante la dictadura recibió mucha gente que se fue exiliada?
–Por supuesto, mi casa tuvo las puertas abiertas para la gente que estaba en esas condiciones.
–¿Vivían ahí?
–Algunos vivieron, a otros los alojé el tiempo que pude. Y me pasé más de diez años sin venir a la Argentina.
–¿Cómo vivió esos años?
–Trabajando. Fue la mejor manera de dejar de lado la angustia. Volví porque Raúl Alfonsín me invitó a la asunción de su mando. Vine con la delegación francesa. Fue muy lindo.
–¿Ya se conocían?
–Sí, lo había visto varias veces en París, estuvo en el taller. Igual que Pablo Neruda, a quien había conocido cuando estuvo exiliado en Córdoba. En los años 70 hicimos un asado con Neruda, que estaba en la Embajada de Chile; Alejo Carpentier, que era el agregado cultural de la Embajada de Cuba; Miguel Ángel Asturias, Lea Lublin y Nicolás Guillén. En otras oportunidades recibí a muchos músicos: Astor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Jairo, el Sexteto Mayor, Mercedes Sosa, Horacio Salgán...
–¿Cantaban en esas reuniones?
–Algunos cantaban, otros venían a comer asado, que me sale bastante bien. Lo primero que hice en mi taller fue una parrilla; sigue siendo un taller-quincho. No solo compro carne argentina, sino que uso carbón argentino. Es cuatro veces más caro que el francés, pero diez veces más eficaz.
No es la única costumbre criolla que conservó, además del mate. "Gran parte de la obra de este prolífico artista se basa en la reconstrucción de los recuerdos de su infancia –dice la historiadora Camila Palacios en el catálogo que acompaña la muestra del Museo Nacional del Grabado–: los momentos que compartía con su padre y su abuelo (quienes siempre llevaban un sombrero puesto), las ansiosas esperas por el almanaque de Alpargatas ilustrado por Molina Campos, las largas horas leyendo historietas y, entre muchos otros, el curioseo por el almacén de ramos generales que pertenecía a su familia".
–El primer viaje a Europa lo hizo gracias a su abuela... ¿Cómo era esa relación?
–Fui su primer nieto. Debo haber sido muy simpático; me daba mucha pelota y me ayudó mucho. Se llamaba Ana Blasi Mayol, de origen catalán. Viví con ella los primeros años de mi infancia. Mis padres vivían en una planta baja y ella y yo, en el primer piso.
–¿Por qué vivía con ella y no con sus padres?
–Porque creían que estaba muy bien que la acompañara.
–En Europa, ¿lo primero que hizo fue rastrear sus raíces catalanas?
–No, tenía un tío que era rector de un colegio católico cerca de Pau, Notre-Dame De Garaison. Me quedé unos meses ahí, pero me escapé muy rápido a Madrid. Ahí me quedé del 50 al 53, para saltar luego a París. Me pasaba el día en el Prado, el museo más perfecto del mundo.
–¿Se puede aprender pintura contemplando obras?
–Sí, claro. Uno aprende muchísimo. Durante muchos años fui a todas las exposiciones que se podían ver en París, buenas y malas. Es una de las enseñanzas más lucrativas que he tenido, me hizo mejorar todo. En ese momento me quedé en París hasta el 55, cuando volví a la Argentina.
–¿Y cómo surgió lo del viaje por América Latina?
–Surgió porque en París fui compañero de varios latinoamericanos. Los estudiantes franceses eran muy cerrados, y los latinoamericanos muy abiertos. Hice muy buenas relaciones con gente de Panamá, de Perú... Quería descubrir América Latina, por un lado, y por el otro quería aprender en México las técnicas del grabado.
–¿Por qué ya le interesaba el grabado?
–Porque tenía locura, desde el primer momento que lo vi, por el artista mexicano José Guadalupe Posada. Y allá me dirigí, en auto.
–¿Cuánto demoró?
–Nueve meses. En muchos lados me quedé bastante tiempo. En Perú, por ejemplo, donde me empecé a interesar por el arte precolombino...
–Tiene una colección, ¿no?
–Tengo algunas cosas.
–¿Dónde más paró?
–En Guatemala me quedé mucho tiempo también. Esto fue en el 57. Y en el 61 pegué la vuelta.
–¿En el mismo auto?
–No, en avión.
–¿Qué es lo que más rescata de ese viaje por América Latina?
–En mi vida hay un antes y un después de ese viaje. Por la ignorancia que tenía de las cosas que hay en América, y por la ignorancia de la falta de justicia social que hay con las sociedades indígenas. En particular en Perú, en esa época, y en Ecuador. Se me aclararon muchas cosas.
–¿Fue una toma de conciencia?
–Sí, de todo. De repente empecé a pensar, cosa que antes no me pasaba.
–No estaba casado todavía.
–No, me casé en ese viaje, por procuración. Ni sabía que eso existía. Yo estaba en Panamá y mi novia en Buenos Aires; nombré un representante que se casó con mi novia.
–¿Por qué tomó esa decisión de casarte a distancia?
–Porque los padres de ella no querían que viajara si no estaba casada. Era una cordobesa, en los años 50. Han cambiado muchas cosas.
–¿Lo alcanzó en Panamá?
–Sí. Seguimos juntos por América Latina hasta México. Y después a París, en el 63.
–¿Qué es lo que más recuerda de su estadía en Buenos Aires entre el 61 y el 63?
–Cuando llegué, no conocía a nadie y me refugié en un taller que tenía Vicente Forte en la calle Cangallo. Él tenía treinta alumnos. Me invitó a tomar un café y me dijo: "Yo ya puedo vivir de mi pintura, y vos necesitás mis alumnos. Te dejo el taller con los alumnos". No pasa muy seguido. He recibido acciones muy generosas por parte de pintores que he apreciado siempre. Además, en Buenos Aires había un grupo de gente joven que hacía lindas cosas: estaban Marta Minujín, Kenneth Kemble, Luis Wells, Rogelio Polesello... Hicimos la muestra Arte destructivo, de la que se sigue hablando.
–¿Con qué piezas participó ahí?
–Había unas cabezas de viejos maniquíes de cera, que transfiguré con velas, y unos ataúdes.
–¿Por qué se fue de nuevo a París?
–Para representar a la Argentina en la Bienal de Jóvenes. Y mi mujer, que era bailarina, obtuvo una beca del gobierno francés.
–¿Sabían que se iban a quedar a vivir?
–No. Fuimos para ver qué pasaba, como pasa siempre.
Vaya si pasaron cosas. El hijo que tuvo con Graciela Martínez, la bailarina, vivió casi una década con sus abuelos paternos mientras la pareja se asentaba en Francia. Otros tres hijos nacieron de su matrimonio con Mónica Mórtola. Hoy, la familia está dividida entre Francia, Italia y la Argentina, pero suele reunirse para las fiestas de fin de año en la casa de Arcueil.
Representado por galerías de varios países, a los 86 años Seguí trabaja en sus obras incluso sábados y domingos. Con su actual pareja, la curadora Clelia Taricco, viaja cada verano a Córdoba. También son frecuentes sus visitas a la Bienal de Venecia y a la feria Art Basel, en Suiza. "Nunca fui a Tefaf, tengo que ir", dijo sobre la feria de arte y antigüedades más importante del mundo, mientras aguardaba la confirmación de una muestra antológica que podría inaugurar a fin de año el Museo Nacional de Bellas Artes. Energía no falta.
- LA MUESTRA. Antonio Seguí. Grabados del patrimonio, colecciones y donación. En el Museo Nacional del Grabado, Riobamba 985, 4° piso. De martes a domingo y feriados, de 12 a 20. Gratis.