Antonio Seguí, el pintor de los hombrecitos con sombrero que siempre está de vuelta
A los 83 años y en una de sus visitas anuales a Córdoba, el artista revisa seis décadas de creación entre la Argentina, América latina y París; "lo mejor es lo que haré mañana"
CÓRDOBA.- Lo entusiasma que los chicos vayan a treparse entre las partes de una obra suya -Los Mogotes" (1981)- deconstruida como un laberinto. "Al final uno siempre piensa un poco en ellos cuando pinta", dice, y se ríe y sus ojos celestes se achican y brillan. Lo reconforta que sus pinturas tengan reminiscencias del Billiken y de los cómics. "Los reivindico, igual que los almanaques de Alpargatas y el Libro de oro de Patoruzú, me emocionaba esperar su llegada de niño." El que habla es Antonio Seguí, uno de los artistas plásticos argentinos -"cordobés", insiste- de mayor trascendencia internacional.
Vino por pocos días a esta ciudad -vive en París desde hace casi 60 años y regresa al menos dos veces por año a la provincia- para inaugurar su muestra Bucólico Serrano y otras texturas urbanas, que hasta fin de año se expone en el ciclo Artes Visuales de Casa Naranja. Allí están una decena de paisajes de las sierras en distintas técnicas de grabado y acuarela, más un conjunto de monocromos recientes. "Estoy encantando, además fue suficiente pretexto para venir", dice a LA NACION.
Regresará apurado a París porque en una semana abre su exposición en Bruselas, a la que le seguirá otra en Ginebra. "Lo mejor es lo que haré mañana", repite varias veces durante la charla. Cuenta que cuando ve sus pinturas de sus años de viaje por América latina, entre 1955 y 1957, piensa que algunas no están tan mal. "En ese momento creía que mi trabajo tenía que tener raíces latinoamericanas -repasa-, era no figurativo, imágenes de paisajes, con coloración influida por la cerámica precolombina nazca y mexicana. Pero al regresar a Buenos Aires eso se perdió; el hombre urbano se reinstaló." Inició ese viaje en auto impulsado por amigos que había hecho en sus años de estudio en Madrid y en París, por su interés en el arte precolombino y por sus ansias de aventuras. Fue después de trabajar como periodista de policiales en el diario Orientación, una publicación cordobesa nacida para apoyar la candidatura de Arturo Frondizi. "Algo de imaginación", dice, ponía en aquellos textos para hacerlos más entretenidos. "No había agencias, no había nada porque no había plata. Sólo uno que escuchaba la radio y robaba títulos que después armábamos. Era todo en apoyo a Frondizi, porque creíamos que era una esperanza para Argentina."
Su abuela Ana Blasi -mamá de su papá- es una figura muy presente en su vida. Él cree que porque fue el nieto mayor y porque era "un poco demagogo". Vivía con ella en la planta baja de una casa de la calle Independencia en el centro cordobés mientras sus padres estaban en la primera planta; de enero a marzo iban a la casa de Villa Allende, que después fue suya y ahora de sus hijos.
La abuela lo ayudó para estudiar en Europa, para viajar y le compró un cuadro en su primera muestra en Córdoba, en 1957. Fue en un subsuelo céntrico, donde funcionaba la librería Paideia. "Era imposible vivir de ser artista, utópico pensarlo."
Hincha de Belgrano, sigue los resultados de los partidos a la distancia, de la misma manera que cada mañana lee varios diarios argentinos. "Me encantan los chimentos de la política, estoy informado. Me llevo paquetes de libros cada vez que vengo." En su casa parisina recibe muchas visitas -"a veces más de las que quisiera"-, pero señala que en esas reuniones la política no es tema central. Sus amigos están ligados al cine, a la música, a la literatura. Los que vienen del mundo de la plástica "no lo son por nada especial, no tenemos nada que ver".
La donación al Mamba
En los próximos meses, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires recibirá otras 200 obras gráficas suyas en donación, las que se sumarán a las 300 que ya le regaló. "El papel es muy traicionero, una gota de agua y se convierte en champignon", grafica. Entiende que la institución no sólo las conserva, sino que las hace circular en distintas exposiciones en el país.
Obras de otros artistas compradas por él también fueron donadas a distintos museos. En Córdoba, en 1988, fue el impulsor del Centro de Arte Contemporáneo. Su mención le provoca tristeza, por única vez en la entrevista pierde entusiasmo. Lo pensó como un espacio de "diálogo" entre artistas, como una residencia para ellos, y ese objetivo se perdió, destino que también parecen haber tenido algunos de los trabajos donados.
Se define como un "pequeño burgués" en su rutina de trabajo. Después de desayunar "huevos rancheros bien picantes" y andar en bici fija, se encierra en su taller y trabaja cuatro horas hasta el mediodía. Por la tarde, lo mismo. "Soy como un banquero, pero trabajo también sábado y domingo." En vacaciones no pinta, lee.
Entiende que no hay un "arte argentino", sino "pintores argentinos"; no duda en mencionar a Antonio Berni en esa clasificación. Compra arte precolombino y africano ("es difícil dejarlo"), no mucho más. Sí una obra de Guillermo Roux en París. "Me gusta el de la primera época", sintetiza.
No le importa si los críticos o el público lo encasillan en un estilo. Le cuesta decir qué lo molesta, "porque son muy pocas cosas, tan pocas que tengo que pensar mucho". Asegura que se divierte trabajando, pero admite que sufre cuando una cosa no sale como la piensa. Suele dejar de lado sus pinturas, mirando a la pared, y dos o tres años después las retoma. "Son como ejercicios de estilo."
Ríe fuerte cuando se le pregunta si alguna vez sus hombrecitos dejarán el sombrero. "Para nada. Ya está de moda de nuevo, igual que el moñito." De las muchas mujeres que pintó sólo de las piernas, explica que son así porque cuando él era chico salían poco de las casas. "Si las pintaba de arriba, no iban a poder caminar.
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