Antonio Porchia, el inmigrante italiano que escribió un solo libro y se convirtió en best seller
Con “Voces”, publicado en 1943 y continuamente reeditado, el autor obtuvo amplio reconocimiento; su obra fue elogiada por André Breton, Henry Miller, Roberto Juarroz, Alejandra Pizarnik y Jorge Luis Borges
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Llegó a la Argentina a los quince años, con su madre y sus hermanos; su padre, que había sido sacerdote, había fallecido en 1900 en Italia. En Conflenti, la comuna de Catanzaro donde había nacido el 13 de noviembre de 1885, se burlaban de él porque era “el hijo del cura”. Lejos de Calabria, y para contribuir con la economía familiar, trabajó como carpintero e hizo changas en el puerto de Buenos Aires; con los años, aprendió el oficio de impresor. Escribía poemas en sus ratos libres y, en 1938, comenzó a publicar artículos en el periódico obrero La Fragua. En esa época se vinculó a un grupo de artistas -entre ellos, un joven Libero Baadi- que lo alentó a publicar en 1943 (y a los 58 años) su primer y único libro -Voces- que, tiempo después de su lanzamiento, se convirtió en un best seller. La mayoría de los textos de Voces son más breves que un tuit de doscientos ochenta caracteres.
Los cientos de aforismos escritos por Antonio Porchia sorprendieron a lectores de diversos ámbitos y a escritores como Roger Caillois, André Breton, Henry Miller y Jorge Luis Borges, fueron imitados e influyeron en la obra de destacados “poetas de la síntesis”, como Roberto Juarroz y Alejandra Pizarnik. El autor contó que escribía no más de una veintena de aforismos al año. Cuando por fin se animó a publicar su libro, donó gran cantidad de ejemplares a la Sociedad Protectora de Bibliotecas Populares y, en 1948, presentó una segunda edición con más aforismos (hizo lo mismo en sucesivas reediciones). “Mi libro Voces es casi una biografía. Que es casi de todos”, dijo el autor en su estilo enigmático y epigramático.
“Poseía el raro arte de la atención inusitada y creciente, de una atención que parecía una presencia casi física -así lo describe Juarroz en ‘Antonio Porchia o la profundidad recuperada’-. Quienes estábamos con él sentíamos al hablar que cada palabra se volvía profunda por su atención ilimitada. Su forma de escuchar parecía crear la profundidad en sus acompañantes. Y cuando él hablaba, teníamos la sensación de que lo hacía ya ‘desde el otro lado’, que por otra parte se volvía entonces infinitamente próximo, mucho más que este lado”. Y agrega que a menudo les aconsejaba paciencia a los más jóvenes. “Era una de sus lecciones mayores. Nunca lo vi impaciente o inquieto por los apremios económicos, la incomprensión o las interesadas reticencias que trataban de silenciar el valor de su obra. No tenía apuro por llegar a nada”.
Borges no conoció personalmente al autor de Voces. En “El singular misterio de Antonio Porchia”, cuenta que oyó por primera vez su nombre de labios de Xul Solar. “Nada me cuesta imaginar que fueron muy amigos: ninguno de los dos podría en el presente desmentirme -escribe-. Pero lo que puedo asegurar es que a través de sus Voces, Antonio Porchia es hoy mi amigo íntimo, si bien acaso él no lo sabe. Nadie ignora que las generaciones han consagrado las sentencias virgilianas y las bíblicas. En un momento de duda, alguien abre el volumen al azar -que en el fondo no es un azar- y recibe el consejo de Virgilio o del espíritu. Así he actuado numerosas veces con el texto de Porchia”. Uno de sus aforismos favoritos era “Quien no llena su mundo de fantasmas se queda solo”.
No obstante, su consagración -como suele pasar en el país- provino del extranjero. El escritor Roger Caillois tradujo el libro al francés y acercó al autor a la revista Sur, que dirigía Victoria Ocampo. “Debo decir que el pensamiento más dúctil de expresión española es, para mí, el del argentino Antonio Porchia”, dijo André Breton.
Como señaló Borges, Porchia fue amigo de grandes artistas y escultores, como José Luis Menghi, Agustín Riganelli, Fortunato Lacámera, Benito Quinquela Martín, Juan Carlos Castagnino, Raúl Soldi, Horacio Butler y Raquel Forner. En sus últimos años, residía en una modesta casa en Olivos, donde cuidaba sus rosales y vivía rodeado de los cuadros obsequiados por sus amigos. Según Juarroz, su cuadro favorito era un pequeño óleo de Fortunato Lacámera, que representaba el ángulo de un jardín, con una mata junto a un muro. “El pintor más humilde y la imagen más humilde: lo casi inexistente”, observó Juarroz.
“A finales de la década de 1950 , un grupo de artistas plásticos y escritores nos reuníamos los sábados por la tarde en el atelier boquense del pintor José Luis Menghi -cuenta Antonio Requeni a LA NACION-. Antonio Porchia participaba, siempre con su traje gris arrugado y sus largos silencios, pero cuando los interrumpía era para decir algo importante. Un día llevé a mi joven amiga y vecina Alejandra Pizarnik, que tenía algo más de veinte años (yo seis más que ella). Ya conocía los aforismos de Porchia y hubo entre ellos, a pesar de la diferencia de edad, una gran afinidad intelectual. Los dos concebían la poesía como búsqueda, como una forma de conocimiento esencial. Para Alejandra, Porchia fue, tácitamente, una suerte de maestro”.
En 2001, la profesora Laura Cerrato (viuda de Juarroz) dio a conocer Voces abandonadas, que reúne textos que no habían llegado a ser publicados. “Porchia restituye al aforismo su exacta dimensión de aforismo, su identidad que no consiste en una mera enunciación abreviada, sino que responde a leyes propias que se fundan en esa necesidad de proveer a la lectura múltiple, que hace del aforismo un género poético irreductible a otras formas del discurso”. Porchia murió el 9 de noviembre de 1968, poco antes de cumplir 83 años.
Diez aforismos para recordar a Antonio Porchia
Nadie puede no ir más allá. Y más allá hay un abismo.
Han dejado de engañarte, no de quererte. Y te parece que han dejado de quererte.
El mal no lo hacen todos, pero acusa a todos.
La verdad tiene muy pocos amigos y los muy pocos amigos que tiene son suicidas.
Dios mío, casi no he creído nunca en ti, pero siempre te he amado.
Una cosa sana no respira.
Si pienso qué es la vida, creo que la vida es un milagro y si pienso qué es un milagro, no creo en él.
Todo es como los ríos, obra de las pendientes.
Lo profundo de mí es todo. Pero es todo sin yo. Es que todo lo que es profundo solamente es todo.
Hasta el más pequeño de los seres lleva un sol en los ojos.