Anticipo. Fogwill o el retorno del liberal despiadado
Un ensayo inédito, fechado en 2000, retoma temáticas que obsesionaron al autor de “Vivir afuera”; el volumen tiene un prólogo de la doctora en Filosofía Silvia Schwarzböck
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En septiembre, el sello porteño Blatt & Ríos lanza un nuevo texto de Rodolfo Fogwill: Estados alterados. Escrito originalmente en el año 2000 como un artículo para la revista El Porteño, aborda temas y problemas que obsesionaron al autor de Vivir afuera en su carrera de escritor: el retorno democrático como última etapa del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”, el lugar del arte y la literatura en ese contexto, las nuevas escrituras y sus propias “colaboraciones” (palabra sobre la que pone el foco) en medios de comunicación. Como recuerda una y otra vez el autor, se trata de un ensayo sobre literatura en el que aparecen alusiones a Alberto Girri, Domingo Cavallo, Martín Gambarotta, Mercedes Sosa, Charly García y Jorge Asís. El texto de Fogwill nunca llegó a publicarse y se lanza a once años de su muerte. La edición tiene un prólogo de la doctora en Filosofía Silvia Schwarzböck en el que ahonda en el perfil de ensayista y observador lúcido e implacable del campo cultural argentino. “Ante una industria de la cultura convertida, entre 1984 y 2000, en la industria de la interpretación, Fogwill quiere seguir siendo -como lo demuestra al final de Estados alterados- el verdugueador del pensamiento bondadoso, el marxista de la derecha liberal, el liberal despiadado”, escribe Schwarzböck.
Así empieza Estados alterados
Levinas hace bis
Y no se lo escuché a un turco. Lo destaco, porque estas son páginas sobre literatura. Y porque si lo hubiera escuchado no lo repetiría por ahí. Sobran historias con comisarios y Levinas y turcos, episodios en los que la prudencia aconseja no intervenir.
[La revista mensual El Porteño se publica en Buenos Aires entre enero de 1982 y febrero de 1993. El grupo fundador lo forman Gabriel Levinas (director y dueño de la marca), Miguel Briante (jefe de redacción) y Jorge Di Paola (secretario de redacción). En octubre de 1985, Levinas anuncia, en la “Carta del director” del N° 46, que deja de dirigir El Porteño. Y aclara que, a partir del próximo número, la revista se convierte en una cooperativa periodística, con un Consejo de Redacción, sin la figura del director. En el N° 47, el de noviembre de 1985, la tapa anuncia: “Nueva etapa: primera Cooperativa de Periodistas Independientes”. El Consejo de redacción, al inicio de esta nueva etapa, lo integran Jorge Lanata y Ernesto Tiffenberg, como jefes de redacción, Eduardo Blaustein y Daniel Molina, como secretarios de redacción, y Andrea Ferrari, como coordinadora editorial. Los integrantes de este Consejo, igual que los de la Cooperativa, cambian varias veces entre 1985 y 1993. En 2000, bajo la dirección de Gabriel Levinas, El Porteño vuelve a publicarse. A los nueve meses, deja de salir. Fogwill colabora en la revista solo mientras Levinas es su director].
Aunque sobre evidencia de que jamás nadie vaya a montar un Nüremberg o una CONADEP para juzgar a los que en los setenta cedieron a la presión ambiente que impulsaba a corear una marchita ajena, ni a mediados de los ochenta marchaban consternados manifestando que recién en ese momento se enteraban de lo que estuvo pasando, siempre hay culpas, para quien las carga cada minuto se siente como el último del jolgorio, o como el primero del velorio sin muertos, donde un solo deudo, Él, debe velar los restos de una humanidad que ha muerto para Él, aunque siga vivito y coleando en Pinamar, Cuba o Piriápolis y en los ensayos de murga de la plaza vecina, que era su plaza y ahora no es más de nadie, también muerta.
Todo esto dicho, sin intención de desacreditar a la narrativa histórica, a los que cedieron a la presión de una industria editorial sedienta de nuevos productos del rubro.
Hacen así: llaman, te dan un librito de historia o un mazo de fotocopias de un librito de historia, y mirando, ves que han subrayado a un malo que tuvo su corazón bueno, o a un bueno de quien se puede ventilar alguna agachada, o a una mujer.
Y te ofrecen una miseria de dinero, unas ruedas de prensa y la fama que puedas conseguir, a cambio de que les armes una novela histórica.
Por ejemplo, hace un par de años Sudamericana mandó a hacer una y entre los datos históricos se le traspapelaron personajes de otra novela histórica, fundando así un nuevo género de ficción, el plagio histórico, ficción histérica que invade librerías y trepa en la lista de best-sellers. O muere en un despacho judicial, porque hay gente chapada a la antigua que se indigna cuando alguien que no es el Estado ni una empresa de servicios recién privatizada avasalla el derecho de propiedad.
Por ejemplo, viendo que una novela histórica sobre el siglo XIX incluía un esclavo, dos domadores y la letra de una vidalita, creación intelectual de autor del siglo XX, sus herederos iniciaron una querella, que, por azar, cayó bajo la competencia de un juzgado dispuesto a hacer justicia, sin contemplar que los imputados por la comisión del flagrante delito eran la poderosa Editorial Atlántida, en connivencia con la Sra. Celia Lucas Casado, casada con un number one, el poderoso Señor Cinco. Ahora ya todo consta en fojas, y se ha vuelto un documento histórico que el futuro encontrará buscando el caso de la familia Gianello contra Chuny de Anzorreguy [Fogwill se refiere a la novela histórica La Delfina, una pasión, publicada en 2000 por editorial Atlántida. La autora, que firma sus libros como Chuny Anzorreguy (no “de Anzorreguy”, como él la nombra), fue acusada por los herederos de Leoncio Gianello (fallecido en 1993) de plagiar una novela de su autoría, Delfina, publicada en 1952. Gianello, para escribir esta novela, recopila toda la documentación existente sobre “La Delfina” (conocida también como “La Portuguesa”), una figura legendaria del siglo XIX argentino, famosa por haber librado batallas, vestida con uniforme de coronela, al lado de su pareja, Francisco “Pancho” Ramírez, gobernador de Entre Ríos (otra figura, la del caudillo entrerriano, a la que Gianello le dedica un libro)].
Cabezas de Turco
Mirar, palpar, reflexionar e intentar comprender hasta entender. Hasta librarse de las más ínfimas y últimas dudas para ceder al sentimiento de que se ha entendido. Es decir, hasta sentir que la casa está en orden.
Y hasta lograrlo, perseverar perversamente en la rutina de intentarlo. Y en el camino, desensillar hasta que aclare, pero no soltar el caballo. Quietos, los dos, el hombre y su bestia, aguardando la luz y al resguardo del riesgo de rodar en una vizcachera y terminar, no se sabe bien cómo, en un zanjón. Y a no quedarse todo el tiempo dando las mismas vueltas alrededor del mismo punto. Y sin saber, ni ver y sin comerla ni beberla. Ir como turco en la neblina. Justo en el medio del único país, donde los árabes son llamados genéricamente “turcos”. Cierto es que los árabes prefieren tomar el café a la turca. Pero también es cierto que… ¡en Siria toman mate!
Sin convidar, de a uno, pero en un mate y con bombilla. Parece milagro encontrar una bombilla en Siria. Rarísimo ver eso: en la vereda, el “turco” sirio, con sus tres minas propias, ellas, ahora sin velos, y sin mostrar ni el menor indicio de celos.
Y los cuatro ahí mateando, matando el tiempo en un milagroso atardecer sin nubarrones ni misiles.
Y cada cual con su propia bombilla, en el atardecer, cuatro chupando, pero de noche, sólo uno bombeando, y por ahora, nadie bombardeando.
Esto no es un mensaje en clave: es un escrito sobre literatura. Temas de la literatura: dispersión, intertexto / géneros de la ficción / caída del muro y a no olvidarse de Yabrán ni de las Madelaine de Proust, que, como las Criollitas –sopadas– y las minas del turco Saer, tienen muchísimo que ver: al final, se ablandan. Como turco en la picana. Como autor que salió en la lista de best-sellers y se la cree.
Nuevamente: estas son frases sobre literatura y su transcripción completa es penada por una ley que ni el autor ni el editor invocarán. Citas parciales desvirtúan todo: desde el sentido de las frases hasta el efecto de cualquier palabra o letra, y hasta la ínfima conjunción “y” y el escueto sonido del fonema “y” que aparece en la interlocución “¿Y…?” y en las articulaciones “yo” y “Yabrán”.
Pero siempre te citan. Y uno va, y uno allí, como aquí, convidado de piedra, tratando de entender y sin poder, y viendo que no aclara, mira y sin ver y sin montar, avanza igual a pata como turco en la neblina.
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