Anónimas y seudónimas, tácticas de las escritoras para triunfar en un mundo de hombres
A lo largo del tiempo, narradoras, poetas y cronistas debieron publicar sus obras sin firma o camufladas detrás de alias masculinos; en el Mes de la Mujer, se multiplican los homenajes a escritoras
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Tiempo atrás, las escritoras debían ocultar sus nombres y publicar sus libros sin firma o con seudónimos masculinos. Grandes autoras, como Jane Austen, George Eliot (Mary Ann Evans) y Emily Brontë, dieron a conocer sus obras maestras, como cabe calificar a Sensatez y sentimientos, Middlemarch y Cumbres borrascosas, respectivamente, de modo anónimo o utilizando un alias. Austen lo hizo con el gentil “By a Lady” en la portada (fórmula que en las siguientes novelas se convirtió en “Por el autor de Sensatez y sentimientos”) y la hermana menor de Charlotte, como Ellis Bell. Esa práctica se extendió en el siglo XIX y en el XX, por diversas razones: usos y costumbres, “por conveniencia personal” (como se aclara al comienzo de La princesa de Clèves, de Mme. de La Fayette), comerciales, de censura o autocensura, políticas y lúdicas, como en el caso de J. K. Rowling, que además de usar seudónimo creó un álter ego masculino, Robert Galbraith. Este mes, Literatura Random House acaba de publicar en el país El fuego entre nosotras, la nueva ficción lésbica de Dalia Rosetti, seudónimo de la poeta y artista Fernanda Laguna.
Para algunos críticos, podría ser un anacronismo achacar el anonimato o la seudonimia al “patriarcado”. Como Austen, Walter Scott también dio a conocer Waverley en forma anónima y las siguientes novelas históricas que escribió aparecieron con la leyenda “Por el autor de Waverley”. En el siglo pasado, las escritora danesa Karen Blixen, reconocida autora de Memorias de África y Siete cuentos góticos, utilizó a lo largo de su vida varios seudónimos masculinos; el más célebre fue el de Isak Dinesen.
“El seudónimo o el anonimato para publicar se explica en las mujeres como tácticas defensivas -dice la investigadora y narradora Elsa Drucaroff-. Por un lado, para eludir la censura, pero muy a menudo para ser tomada en serio. Lo que escriben las mujeres es tomado en serio por ejemplo en la Argentina desde hace pocos años, no sé si llegan a diez”. Para la autora de Checkpoint, usar iniciales para que no se sepa que firma una mujer o cambiarse a nombre de varón es una manera de ser considerada, “de que no empiecen leyéndote con el prejuicio de que van a leer cosas sentimentales o ‘literatura para niñas’ o ‘literatura para mujeres’, entendiendo eso como algo despectivo, algo que no llega a ser arte”. Po otro lado, escribir y publicar conlleva sus riesgos. “La palabra pública femenina tiene un riesgo que la palabra pública masculina no tiene -agrega Drucaroff-. El ámbito público es hegemónicamente masculino y por algo se llamaba ‘mujer de la calle’ a una prostituta: la calle no es para las mujeres. La voz pública femenina es entendida como confesión personal; cuando se lee literatura sabiendo que es de mujer, se tiende a hacer relaciones directas con su aspecto, su sexualidad. Si Henry Miller publica Trópico de Cáncer, lo suyo es una exploración existencial crispada, pero si Ana María Shua publica Los amores de Laurita, todos opinan si la autora es linda o fea”.
En Francia, uno de los éxitos de la literatura erótica del siglo XX, La pasión de Mademoiselle S, es una recopilación de cartas escritas por una mujer (Simone) a su amante (Charles) durante los años 1920. Halladas por el diplomático francés Jean-Yves Berthault, se publicaron como anónimas. “El seudónimo o el anonimato en la publicación puede ser para las mujeres un modo de quedar a salvo de la infamia, de los riesgos que corren por exponer su voz”, concluye Drucaroff.
Si bien aclara que el uso de seudónimos por parte de escritoras es un tema complejo, que implica valores personales, sociales y culturales en relación con los roles femeninos, la escritora Josefina Delgado señala que “detrás del uso de seudónimos hay una constante: ser mujer no es prestigioso si se firma lo que se escribe con el propio nombre; los seudónimos solían ser nombres masculinos, y las variantes eran si socialmente o en círculos íntimos las autoras aceptaban ser ellas mismas las responsables de las obras”. La autora de Alfonsina Storni: una biografía esencial brinda ejemplos de la literatura española. “María Lejárraga, cuya actuación política le impide publicar con su nombre y acude al de su marido, escritor ya conocido, Gregorio Martínez Sierra, que publica algunos de los trabajos de María como si fueran suyos. Y pareciera que esto llegó a extremos de deslealtad, ya que Gregorio abusó del talento de su mujer y se apropió de obras teatrales y derechos de autor que no le correspondían. Finalmente, ella firmó como María Martínez Sierra, con el apellido del marido, que resulta de algún modo otro matiz de la seudonimia”. Lejárraga murió en Buenos Aires en 1974. “El otro caso es el de Elena Fortún, seudónimo de María de la Encarnación Aragoneses, de familia aristocrática. Tanto ella como su marido fueron antifranquistas, de modo que tuvieron que exiliarse y lo hicieron en Buenos Aires. Elena se había dedicado en España a escribir literatura infantil alrededor de un personaje, Celia, que tuvo mucho éxito y que a finales de los años 1980 fue rescatada por la editorial Aguilar. Su obra de ficción ha sido recuperada y recientemente se publicó su novela autobiográfica Oculto sendero, que estaba firmada con otro seudónimo, Rosa María Castaños, y donde están muchas claves de su vida, ya que explica el camino de una niña que quiere ser un varón”. La escritora y periodista española Teresa de Escoriaza y Zabalza usó el seudónimo masculino Félix de Haro.
Volvamos al siglo XIX, en el Reino Unido. “En 1837, Charlotte Brontë escribió una carta, y le adjuntó un poema, al poeta laureado Robert Southey, y este le respondió que ella tenía el don del verso pero que, al ser mujer, no podía dedicarse a escribir -dice a LA NACION Laura Ramos, autora de Infernales. La hermandad Brontë: Charlotte, Emily, Anne y Branwell-. Unos años después, en 1846, cuando las hermanas Brontë decidieron publicar sus poemas, sufragando la edición, decidieron travestirse con nombres masculinos o ambiguos. Charlotte firmó como Currer Bell; Emily como Ellis Bell y Anne, como Acton Bell. Cuando publicaron sus novelas, usaron esos seudónimos. Luego, las novelas se hicieron célebres y fueron al mismo tiempo acusadas de inmorales y brutales. Las hermanas decidieron mantener los seudónimos y Emily murió siendo Ellis Bell para los lectores”. Mujer precavida vale por dos.
En la Argentina, en la misma época, la situación no era muy diferente. “Con seudónimo masculino hubo muchas escritoras que después mostraron sus identidades -dice la escritora e investigadora María Rosa Lojo-. La primera publicación periodística femenina del Río de la Plata, que es La Aljaba, de 1830, sale en forma anónima, y sus editoriales no tienen firma de autor, aunque se sabe que su directora fue Petrona Rosende de Sierra. Es decir que la primera periodista argentina no se da a conocer. Y debía de tener sus razones porque esta publicación, tanto como otra pionera (La Camelia, de 1852), dirigida por Rosa Guerra, en la que firmaban redactoras solo con nombres femeninos supuestos (como ‘Zoila’) y sin apellidos, fueron muy atacadas”. Los nombres de estas colaboradoras nunca se revelaron. “Y hay más -advierte la autora de Árbol de familia-. Eduarda Mansilla firmó como ‘Daniel’ sus dos primeras novelas, y su tía, Mercedes Rosas de Rivera, novelista, lo hacía como M. Sasor”. Un caso emblemático es el de la rosarina Emma de la Barra, que publicó en 1905 la novela Stella primero en forma anónima y luego con el nombre de César Duayen. Alfonsina Storni usaba el seudónimo Tao Lao para firmar algunas crónicas.
María Vicens, investigadora del Conicet y profesora de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de las Artes, indica que el seudónimo fue una herramienta clave para las escritoras argentinas del siglo XIX. “Sobre todo, para dar sus primeros pasos en el mundo de las letras y protegerse de posibles ataques y críticas. Que una mujer se animara a publicar sus textos, más allá de compartirlos entre sus amistades o en el ámbito de la tertulia, era una decisión que siempre implicaba el riesgo de ser el blanco de acusaciones de soberbia o de sobreexposición. En los años 1850, cuando empiezan a circular los periódicos de Rosa Guerra y Juana Manso, se llega a plantear incluso la asociación ‘mujer publicista/mujer pública’”.
Autora de Escritoras de entresiglos: un mapa trasatlántico. Autoría y redes literarias en la prensa argentina (1870-1910), Vicens dice a LA NACION que hubo otros usos del seudónimo en la historia literaria local. “Incluso resultan tanto o más interesantes que la protección del nombre propio: es muy común encontrar en los periódicos de Manso y de Juana Manuela Gorriti columnas que ellas mismas firman con seudónimo para simular, por ejemplo en el caso de Manso, la participación de otras colaboradoras (y por lo tanto el éxito de convocatoria de su proyecto), o, en el de Gorriti, un tono más frívolo y picaresco que no coincide del todo con su imagen de escritora romántica. Y más interesante aún resulta ver cómo, a medida que la prensa femenina crece, hacia finales de 1870, y más mujeres empiezan a participar en ella, el seudónimo se convierte en una forma de asumir tonos más satíricos y filosos, que se alejan de las versiones idealizadas de la autoría femenina y que las propias escritoras, como María Eugenia Echenique, Josefina Pelliza de Sagasta y Raymunda Torres y Quiroga, usan para polemizar entre sí, responder críticas y reírse, también, de ellas mismas”. Gracias a estos tonos del debate, con múltiples dobleces, las escritoras argentinas del siglo XIX se presentaron (”y sobrevivieron”, acota Vicens) en el mundo de la opinión pública.
Tributos a las escritoras
Para marzo, “el Mes de la Mujer”, la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) programó el ciclo “Nosotras leemos el mundo”, serie de actividades orientadas a la ampliación, actualización y visibilización de cuestiones vinculadas a las temáticas de género y diversidades que serán transmitidas cada miércoles de marzo, a las 19, en el formato “vivo” por las redes sociales de la institución (@conabipok). El 10, se hará la charla “Mujeres desobedientes. El papel de las escritoras en la historia de los feminismos”, a cargo de Florencia Abbate. El 17, “Experiencias y lecturas de género en las Bibliotecas Populares”, con la participación de la Biblioteca Popular Perito F. P. Moreno, de Trevelin, Chubut; la Biblioteca Popular Julio Cortázar y la Red de bibliotecas con perspectiva de géneros, de Córdoba; Biblioteca Popular Macedonio Fernández, de Villa Ventana, provincia de Buenos Aires, y la Biblioteca Popular El Molino, de Vaqueros, Salta. Y el 31, tendrá lugar la charla “Bibliotecas Populares: campañas contra la violencia de género y experiencias en torno a nuevas masculinidades, derechos y diversidades” con la participación de Biblioteca Popular D. F. Sarmiento, de Unquillo, Córdoba; Biblioteca Popular Ruca Trabum, de San Martín de los Andes, Neuquén; Biblioteca Popular Osvaldo Bayer, de Santa Fe, y Biblioteca Popular Manuel Ponferrada, de la bella Catamarca.
Durante marzo, la sede local de Penguin Random House (PRH) celebrará el Día Internacional de la Mujer con una campaña titulada “Anónimas. Fueron ellas”, que reivindica el rol de las mujeres en la historia de la literatura. La frase de la escritora británica Virginia Woolf motivó la campaña: “Me atrevo a adivinar que ‘Anónimo’, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer”. Se rescatará el legado de ocho escritoras centrales para la literatura: las argentinas María Elena Walsh, Liliana Bodoc, Victoria Ocampo y Alejandra Pizarnik y las universales Jane Austen, Shirley Jackson, Simone de Beauvoir y Virginia Woolf.
Del 6 al 12 de marzo, se compartirá en redes sociales (@penguinlibrosar, @penguinkidsar, @novelasparachicxs, @librosparavivirmejor, @historiasqueenamoranarg y @lit.literal) contenidos sobre las mujeres escritoras del catálogo de PRH y diferentes materiales que incluirán biografías especiales con datos desconocidas sobre el trabajo de las “anónimas” y libros de las principales autoras mujeres del grupo editorial, como Florencia Bonelli, Claudia Piñeiro, Margaret Atwood y J. K. Rowling. A partir del 8M, se incluirá una grilla de contenidos especiales. El lunes 8, Selva Almada presentará una guía para conocer la obra de la autora Al faro y María Teresa Andruetto hablará sobre el legado de Liliana Bodoc. Ese mismo día se hará el sorteo de una biblioteca feminista (se sortearán tres en marzo). El 9, Belén López Peiró responderá cinco preguntas sobre sus lecturas favoritas; Piñeiro hablará sobre Simone de Beauvoir y Gabriela Massuh, sobre la autora de El reino del revés. El miércoles 10, Laura Ramos analizará la obra literaria de las tres hermanas Brontë y Gabriela Margall, la vigencia de Austen. El jueves 11, la periodista y escritora Canela hablará sobre la historia y la obra de María Elena Walsh y Gloria V. Casañas, autora de En el huerto de las Mujercitas, se referirá al legado de Louisa May Alcott; el viernes 12, Agustina Bazterrica versará sobre la producción distópica de Margaret Atwood.
El Grupo Planeta planeó dos acciones en Instagram (@planetadelibrosar). Por un lado, el ciclo Modo Lectura, con dos charlas. El jueves 11 a las 19, Luciano Lutereau y Melisa Pereyra hablarán sobre los roles, las sexualidades y los nuevos vínculos entre hombres y mujeres. El 16, a la misma hora, Gabriela Cerruti y Florencia Freijo se referirán a la “revolución de las viejas” (@gabicerru y @florfreijo). Además, el lanzamiento del nuevo libro de Niñas rebeldes propiciará eventos en todos los países de América Latina. Este 8M, a las 19, se presenta Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes en una transmisión en vivo para todo el continente. Por la Argentina, la representante será la escritora Luciana Peker.
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