Annie Ernaux: persona que escribe, mujer que toma la palabra
Obsesión por temas ligados a una intimidad que tiene la marca de lo femenino, pero a la vez decantación, distancia, pensamiento, pulso estético: una alquimia delicada
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Se escribe, dicen por ahí, desde el cuerpo. Incluso en los textos más prístinamente racionales, algo del temblor, las vísceras, la piel de quien piensa estará allí, respirando. La historia con mayúscula y las múltiples historias con minúscula son, todas ellas, materiales. Se inscriben en los cuerpos, en el penar y en el gozo contantes y sonantes de cada ser humano.
De eso sabe –aunque deteste la mera insinuación de que lo suyo es “escritura de mujeres”- Annie Ernaux (Lillebone, 1940), escritora francesa, flamante premio Nobel de Literatura, que en Le vraie lieu, libro basado en sus conversaciones con la documentalista Michelle Porte, afirma: “No soy una mujer que escribe, soy una persona que escribe”. Y aclara: “Pero una persona con una historia de mujer, diferente de la de un hombre”.
La inteligencia de Annie Ernaux. Su desentendida, brutal, honestidad.
Porque no es lo mismo –y bien que ella hizo de este saber parte de su obra– escribir si la cuna estuvo en un coqueto edificio de un barrio acomodado de París, que si estuvo en una modesta casa “de provincias”. Y, desde ya, no es lo mismo si quien durmió en cualquiera de esas cunas lo hizo vistiendo batitas de niña o enterito de varón.
Como en Édouard Louis o en Didier Eribon, en la mirada de Ernaux vibra el pensamiento de Pierre Bourdieu, uno de los intelectuales franceses que mejor supo indagar allí donde chirrían las férreas jerarquías culturales y sociales del país del mismo país que gestó aquello de liberté, egalité , fraternité. Ser un “tránsfuga de clase”, ir de las periferias al centro de la sociedad, tiene un peso en Francia que puede ser difícil de dimensionar entre nosotros. Bourdieu indagó con lucidez en el desgarro que implican ciertos tránsitos sociales. Ernaux leyó, seguramente estudió, asumió y elaboró esa marca de origen. Y lo hizo desde un lugar que, por la fuerza de lo material mismo, le estaría vedado al autor de El sentido social del gusto: la femineidad.
“Persona que escribe”, esta autora lo hace desde la intransferible vivencia de mujer (incluso de jolie jeune fille, esa definición que en las calles francesas es bastante más que “linda chica”), y de allí su capacidad para hacernos temblar a quienes la leemos y encontramos en sus palabras la rabia, el amor y el dolor inefable que habita en cualquier lugar donde se encuentre alguien de nuestro género. Sólo desde lo más profundo de las entrañas se puede escribir sobre eso que une -enlaza, ahoga, enfrenta y vuelve a enlazar- a una madre y a una hija. O sobre el tortuoso cono de sombra que difumina al aborto clandestino. O sobre el peso de la vida doméstica, el deseo por los hombres, el vínculo con el padre.
Más allá de la vivencia -esa manera de dejarse impregnar por los hechos y por la historia-, lo que surge de la mirada de Ernaux es literatura. Mirada y existencia de mujer, por supuesto. Obsesión por temas ligados a una intimidad que, no hay vuelta que darle, tiene el sello de lo femenino. Pero a la vez decantación, distancia, pensamiento, pulso estético. Una alquimia delicada.
“Escribo con mi cabeza, con todo lo que esto supone de conciencia, memoria, lucha con las palabras”, dijo hace un tiempo la flamante premio Nobel, en una definición que la describe por sí sola. En ese concienzudo trabajo con la escritura -en esa severidad- hay una inteligencia que se resiste a dejarse etiquetar. Y, quizás por eso mismo, brilla de modo único.
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