Aniversario: Joaquín O. Giannuzzi, el poeta que “nació hecho” y concilió la pesadumbre y la gracia
Nacido hace un siglo, fue uno de los poetas argentinos más influyentes del último medio siglo; Fondo de Cultura Económica lanzó “Poesía completa (1958-2008)”, que agrupa sus once libros
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Autor de once libros de poemas, periodista y precursor involuntario de la “poesía objetivista” en el país (como si en sus poemas no se perfilara una subjetividad irrepetible), Joaquín O. Giannuzzi nació en la ciudad de Buenos Aires el 29 de julio de 1924 y falleció en 2004, a los 79 años, en la localidad salteña de Campo Quijano. Su poesía -proposicional, despejada y “vecina de lo prosaico”, según Sergio Chjefec que le dedicó el ensayo Sobre Giannuzzi- sigue emocionando a los lectores e inspirando a escritores de nuevas generaciones con su énfasis mesurado y su melancólica lucidez.
En ocasión del 100° aniversario de su nacimiento, Fondo de Cultura Económica publicó Poesía completa (1958-2008) que incluye los once volúmenes publicados en vida (de Nuestros días mortales a Un arte callado) y otros poemas no recogidos en libro, con un prólogo de Fabián Casas. “Giannuzzi parece ser -más allá de los aciertos y errores de sus primeros poemas- un poeta que nació hecho -sostiene el prologuista-. Es decir que a lo largo de su trayectoria, va a atravesar la ‘época’ de los cincuenta, los sesenta y llegar a todo lo que da en los noventa, poco antes de su muerte, con una forma espléndida y monótona de escribir poesía”. El libro cuesta $ 36.000.
Publicó su primer libro en 1958, dedicado a su mujer, la escritora Libertad Demitrópulos, y a sus dos hijas. Por intermedio de J. R. Wilcock, colaboró en la revista Sur con reseñas literarias. Trabajó en diarios, LA NACION, entre otros; según dijo, el periodismo le había dado fluidez a su manera de escribir. Sus temas eran, parafraseando a su contemporáneo ¿y émulo lírico? Alberto Girri, los de todos: las escenas de la vida cotidiana, el paisaje, las lecturas, los seres queridos, la vejez, la música, “las demandas de la existencia” y la muerte. Admiraba a Francisco Madariaga. Dejó inconclusos sus estudios de ingeniería, pero la literatura argentina salió ganando.
“Yo he atravesado en realidad distintas poéticas a lo largo de mi vida -dijo en una entrevista con Ivonne Bordelois-. En un primer tiempo pensaba que la poesía debe ‘decir algo’, interpretando este ‘decir’ como una instancia especulativa o reflexiva. Después comprendí que el decir de la poesía es la prosecución de una forma. No soy un poeta experimental, de vanguardia, sino de retaguardia. La experiencia rupturista me es ajena y la deploro. A veces fantaseo, voluptuosa y burlonamente, con la imagen mía de poeta viejo atacado de fracturismo”. Consideraba “irrecuperables” sus tentativas narrativas.
El escritor Santiago Sylvester afirma que Giannuzzi, “por vía de la precisión”, construyó a lo largo de medio siglo una de las apuestas poéticas más intensas del país. “Se trata de una poesía reflexiva, que recoge una definición que se dio el propio Giannuzzi en una entrevista: ‘Soy un pensador discontinuo’ -sostiene-. Toda su poesía responde a esta categoría, pero su discontinuidad, desplegada con coherencia, terminó configurando una opinión escéptica sobre el mundo y un punto de vista sobre el lenguaje en el estado más bien lírico en que lo encontró. Un resumen de su estética podría ser: ‘La poesía no nace. / Está allí, al alcance / de toda boca / para ser doblada, repetida, citada / total y textualmente. // Poesía / es lo que se está viendo’ [del poema ‘Poética’]. En sus propios poemas está disuelta esta propuesta, según la cual la poesía debe ser escrita con un lenguaje elaborado pero común, y sus asuntos son los de la vida diaria”.
“Sabía que, por mucho que se haga, no será posible contar con un único lenguaje, que sirva a la vez para escribir poesía y para charlar con los amigos -destaca Sylvester-. Esto más bien empobrecería, no solo la poesía, sino también la lengua de uso diario. Por eso trabajó la intensidad del pensamiento, la precisión, el punto de vista infrecuente, y diluyó todo esto en un magma austero que, sin embargo, no estaba asentado en una pura construcción mental, sino en experiencias densas, empastadas de vida cotidiana”.
Sylvester recuerda que un grupo de poetas había decidido homenajear a Giannuzzi en un auditorio porteño. “Llegué un poco tarde, y el acto había terminado casi al empezar porque se había armado un lío: uno de los que intervenía, de un modo bastante pedante, le había recriminado que en sus primeros poemas Joaquín usaba el ‘tú' y no el ‘vos’. Alguien del público lo interrumpió, hubo una discusión, y el acto terminó; y él, que ya estaba en la puerta, me explicó lo que había pasado con una frase breve y exacta: ‘No fue un homenaje sino un malentendido’. Y nos fuimos a cenar”.
Hoy a las 19, Sylvester participará de una celebración del centenario de “don Joaquín” en la librería El Jaúl (Gascón 1355) junto con Jorge Fondebrider, Eduardo Aibinder, Jorge Aulicino, Vanina Colagiovanni, Rodolfo Edwards, Jorge Brega, Marina Serrano, Laura Wittner, Ignacio Du Tullio, Ana Ussher y Jan de Jager.
“A título personal, Giannuzzi fue el poeta argentino que más me impresionó -dice a LA NACION el escritor y traductor Jorge Fondebrider-. No me interesa mucho la poesía que simplemente amontona metáforas o que se sirve de la imaginería que permite el surrealismo. Y Giannuzzi, sin el recurso mecánico de Juarroz al silogismo, y con una claridad que, sin mayor éxito, siempre le reclamé a Girri, hacía poesía a partir del pensamiento; vale decir, partía de una situación concreta, un conato de ficción y de ahí en más, extrapolaba las imágenes en ideas para abordar una dimensión metafísica que yo sentía ausente en muchos otros poetas”.
Fondebrider conoció a Giannuzzi. “Su descubrimiento me impactó -recuerda-. A tal punto que, cuando en 1981, luego de leer en el colectivo Señales de una causa personal, a mi gusto, su mejor libro, lo busqué en la guía telefónica, lo llamé y le pedí que me recibiera para charlar con él. Se sorprendió, pero me invitó a la casa y, a partir de esa vez, durante ocho domingos, a lo largo de dos meses consecutivos, fui a visitarlo, grabador en mano, para preguntarle todo lo que pude sobre su vida y su modo de escribir. Nos hicimos amigos y seguí frecuentándolo y, en la medida de mis posibilidades, promocionándolo: le sugerí a José Luis Mangieri la edición de Violín obligado, publiqué sendas entrevistas que le hice en La Danza del Ratón y en Diario de Poesía, hice la selección y el prólogo del fascículo que el Centro Editor de América Latina le dedicó para su colección Los Grandes Poetas, realicé la primera edición de sus Poemas completos, para el sello español Sibila, y reuní todo lo que se escribió sobre Giannuzzi en un volumen publicado por Ediciones del Dock”. Ese libro es Giannuzzi. Reseñas, artículos y trabajos académicos sobre su obra.
Para el escritor Sergio Raimondi, lo más intrigante de la poesía de Giannuzzi “es su capacidad para estar siempre un poco más acá o más allá de las lecturas que se hicieron de ella”. “Tal vez esa capacidad provenga del carácter monótono o insistente de su proyecto, que por esa insistencia gana en niveles de complejidad -conjetura-. ¿Cuál fue ese proyecto? El de dar cuenta de una época, la cual siempre se puede reconocer en, al menos, tres dimensiones: la de la modernidad que ofreció una razón de la que empieza a sospechar, la de un siglo XX que comprueba pleno en catástrofes y la de una coyuntura política local intensa como la de los años 60 y 70, frente a la cual mantiene sus reservas. Esto último ha sido poco indagado, y tal vez por eso todavía no se ha reparado lo suficiente en el carácter increíble de un libro como Señales de una causa personal, con semejante título, publicado nada más y nada menos que en 1977″.
“No sin humor e ironía y con una locución recorrida por su fuerte mirada crítica, Giannuzzi supo unir lo cotidiano con lo sublime, haciendo del poema un instrumento para explorar la realidad -dice a LA NACION el escritor y académico Rafael Felipe Oteriño-. Sin una sola concesión a la belleza convencional, llantas y botellas rotas de una estación de servicio pueden darse cita con el sonar de pulseras de su hija cuando ‘se viste y sale’. Nada de seráfico hay en sus versos, salvo en esos instantes en que el poema alcanza una conciliación entre la pesadumbre y la gracia. Es, en estos términos, una poesía absolutamente moderna”.
En su libro Y el mundo está ahí, Oteriño le dedicó un poema a Giannuzzi. “Nos habló del tiempo y de los agravios del tiempo / (uno de sus temas favoritos; ahora, irrevocable, en nosotros); / las palabras eran la aventura que salía a probar en la calle, / empeñado en hacer más cálido el espacio; / luego, con el correr de los días, es lo que nos fue dejando / de un territorio minado que quiso recorrer sin brújula”, se lee en el comienzo de “Joaquín”.
El escritor y periodista Jorge Aulicino prologó la edición de Obra completa de Giannuzzi de Ediciones del Dock, de 2015. “La semblanza histórica de Giannuzzi podría ser esta: fue parido por el manípulo de Victoria Ocampo, aunque asistido por uno de sus más extraños decuriones, Héctor A. Murena; soslayado por los poetas ‘conversacionales’ de los años sesenta, excepto Lamborghini, el mayor, y recuperado en los ochenta -dice Aulicino-. Halló finalmente su cobijo y señera representación en una de las editoriales de poesía que más arriesgaron últimamente, Del Dock, luego de haber pasado a finales de los 90 por una recopilación de su trabajo en Emecé”.
“Giannuzzi parece haber aprendido el castellano del Río de la Plata en un hogar extranjero, por la delicadeza infinita que pone en la elección de las palabras, sobre todo el adjetivo, y la construcción de la frase -destaca-. En ese sentido me hace acordar a Joseph Conrad, que escribió en el mejor inglés porque era polaco. Me gusta el modo en que Murena encontró la veta romántica en Joaquín que a simple vista es un ‘duro’: para nosotros apareció ligado al policial estadounidense, en el estilo, y también en el alma sombría de sus poemas de derrotado, en lo que Murena vio el aura latina: escribió en el prólogo al primer libro de Giannuzzi que su caída, su fracaso existencial -la vida como un fracaso dictado de antemano- soslaya la lejanía dolorosa con una remisión a un mundo abigarrado, cotidiano y ‘entrañable’. En esa paradoja entre la amargura del contenido y la brillantez y gula de su adjetivo se sostiene el éxito, el triunfo de la poesía giannuzziana”.
Un poema de Joaquín Giannuzzi
Cultivos
Arrojé hacia la tierra del jardín
un hueso de durazno: que los elementos
te sean propicios, y que la naturaleza
no pierda su oportunidad. Espero
que el todo sea fiel a sus certezas
y cada cosa produzca su joven árbol.
Y aquí estoy cultivando lo que sucede
con mi propia fe. Pero necesito
conjunciones favorables, agua y temperatura
para encuentros decisivos
y convicciones que maduren
una fermentación feliz. Cuerpo y palabra
para el brote dorado en la rama desnuda.
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