Andy Warhol: la obsesión por la fama y una historia de celos que lo acercó a la muerte
Marcó una era en el universo artístico del siglo XX. Como uno de los padres del Pop Art, Andy Warhol se convirtió en una figura cuyo nombre se asocia hasta el día de hoy a las latas de sopas Campbell’s, la actriz Marilyn Monroe, el cantante Elvis Presley, entre otros íconos de la época con los que se obsesionó y retrató en sus más emblemáticas pinturas.
Nació el 6 de agosto de 1928 en Pittsburgh, Estados Unidos, bajo el nombre de Andrew Warhola y fue el tercero de una familia de origen eslovaco. Los Warhola formaban parte de la clase trabajadora norteamericana, con un padre constructor y una madre bordadora. Su vida se acomodaba a sus costumbres ancestrales, dado que residían en un barrio de inmigrantes de Europa del Este y eran además católicos, por lo que asistían a misa a diario.
La pasión de Andy por el arte surgió por una desgracia. Cuando tenía apenas seis años, tuvo que atravesar la enfermedad de Huntington o Chorea, un trastorno neurológico y hereditario que afecta el sistema nervioso y genera movimientos involuntarios en las extremidades y además genera deficiencias en la pigmentación de la piel. En ese periodo tuvo que permanecer en cama y estableció una fuerte conexión con su madre, quien lo acompañó muy de cerca.
Fue ella quien durante esos meses le dio sus primeras clases de dibujo que el entonces pequeño disfrutaba quizás sin saber que se convertiría en su medio de vida. Su fascinación por el cine lo llevaba también a coleccionar fotos de diferentes celebridades que recortaba de revistas del corazón.
Nueva York, una puerta al resto del mundo
Tales incursiones en el universo artístico lo llevaron a tomar clases gratis de Bellas Artes en el Instituto Carnegie y, al recibirse, viajó a Nueva York. A los 21 años Andy Warhol ya empezaba a trazar el camino que lo llevaría a la cima de su carrera.
Empezó a incursionar en el arte comercial y consiguió trabajo en la revista Glamour. Asimismo, hizo piezas como ilustrador y publicista para grandes marcas periodísticas, como Vogue, The New Yorker y Harper’s Bazaar. Fue entonces cuando su talento comenzó también a adueñarse de algunas vidrieras de importantes cadenas textiles.
Recibió varios premios por su particular estilo mientras su nombre resonaba cada vez más en la Gran Manzana y el universo artístico en general. Y aunque Warhol era marginado por ser homosexual en una Nueva York de los años 50 que no lograba romper con sus esquemas más conservadores, su estética en el arte y su admiración por el referente del pop inglés, Richard Hamilton, ayudaba a que otros artistas respeten su presencia.
Al poco tiempo llegaría su primera exposición, cuando la Hugo Gallery le dio el espacio para montar en 1952 “Quince dibujos basados en la obra de Truman Capote”. A partir de entonces, su técnica de dibujo, a la que le sumó sus conocimientos de fotografía, comenzaría a evolucionar.
El consumo, las celebridades y la tragedia
A finales de los 50 afloró su gusto por la pintura y fue entonces cuando aparecieron las emblemáticas latas de sopa Campbell’s, que publicó en 1962 y que se expondrían más tarde en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). “Quería pintar la nada. Estaba buscando la esencia de la nada, y allí estaba”, declaró sobre su intención de convertir el producto en arte.
Sin embargo, su misión iba mucho más allá que eso. Como el Pop Art en general, quería producir arte en masa, al igual que los bienes de consumo, es decir, inspirarse en la estética de la vida cotidiana. A través de un proceso fotomecánico, Warhol empezó a generar trabajos en serie.
En esta línea, alguna vez dijo que tales exposiciones eran sinónimo de democracia, porque se trataba de productos que consumía tanto un obrero como un presidente.
Otra de sus obras más populares fue la del rostro de Marilyn Monroe repetido en 25 cuadrantes. Andy estaba algo obsesionado con la fama y las celebridades, pero no fue esta la única razón que lo llevó a retratar a la actriz californiana, ya que también sentía cierta afección por la tragedia.
Además de ser una de las actrices que más admiraba, Monroe había fallecido tras una sobredosis, lo que Warhol intentó retratar en su cuadro hecho en serigrafía. Es que allí se ve una Marilyn sonriente que, a medida que avanzan los cuadrantes, su imagen se va difuminando.
Tal obra, junto a otras dos inspiradas en Elizabeth Taylor y Jackie Keneddy, formaron parte de la colección titulada “Muerte y Desastre”, por las trágicas vidas de las tres mujeres.
Su inclinación por la tragedia se vio plasmada también en trabajos cuyo contenido eran accidentes de tráfico, suicidios y hasta una escalofriante representación de una serie de sillas eléctricas vacías.
Asimismo, retrató a otras reconocidas personalidades, como Elvis Presley -cuyo cuadro “Ocho Elvises” se volvió uno de los más costosos de la historia del arte, con un valor de 100 millones de dólares en 2008- John Lennon, Audrey Hepburn y hasta a la empresaria argentina Amalia Fortabat.
“La Fábrica”, un lugar de trabajo y encuentros sociales
La oficina de Warhol se mudó en 1964 a la Calle 47 Este de la Gran Manzana, que pasó a llamarse “La Fábrica”. Allí, su éxito le permitió contratar empleados que lo ayudaban con el trabajo, donde no solamente se hacían serigrafías, sino que también se filmaban películas.
Entre 1963 y 1976 Warhol llegó a crear 600 films. Entre ellos, se distinguieron los títulos The Chelsea Girls (1966), Eat (1963), My Hustler (1965), y Blue Movie (1969). Las películas, en general, tenían cierto contenido erótico y eran, según los críticos, algo aburridas, con un récord de duración de hasta 25 horas.
Además, su estudio se convirtió en sede de varias fiestas, donde acudían diferentes personalidades artísticas y personajes con una particular excentricidad. Warhol apadrinaba a quienes acudían a “La Fábrica”, pero muchas veces los echaba sin explicación alguna, lo que demostraba su extraña y especial personalidad.
La modelo y actriz Edie Sedgwick fue una de las más importantes amistades de Warhol. Protagonizó algunos de los filmes del artista y hasta los estudiosos del pintor americano la llegaron a calificar como su “musa”. Fue con él que, según trascendió, la celebridad profundizó su relación con las drogas, hasta que falleció el 16 de noviembre de 1971, a sus 28 años, por sobredosis.
Los disparos que lo mataron de a poco
Andy ya había mudado “La Fábrica” a Union Square Oeste número 33 cuando la escritora y feminista radical Valerie Solanas entró en su oficina y le dio dos disparos que le afectaron el estómago, el hígado, el bazo, el esófago y ambos pulmones.
Corría el 3 de junio de 1968 y la creadora de la Sociedad para Reducir a los Hombres, de la cual era la única miembro, pensaba que Warhol le quería robar su Manifiesto, donde planteaba un mundo sin el género masculino.
Es que el artista tenía bajo su propiedad el manuscrito de Solanas, al cual no le daba demasiada importancia, y dejó de contestar sus llamadas por cansancio. Pero ella sospechó y se vengó con dos disparos.
Warhol llegó a ser declarado muerto, pero los médicos lograron reanimarlo. Sin embargo, como consecuencia del ataque tuvo que usar por el resto de sus años de vida un corset que le mantenía los órganos en su lugar.
Pero uno de los grandes problemas fue que Andy empezó a sentir cierto miedo a enfermarse y hacia los hospitales, lo que le impidió mantener sus exámenes de rutina. El 21 de febrero de 1987 tuvo que ser internado por una operación de vesícula, que postergó durante varios años, y murió al día siguiente en el hospital por un ataque cardíaco.
Para su entierro, sus hermanos respetaron su voluntad. Fiel a su estilo y a su obsesión por seguir formando parte del mundo del espectáculo, pidió ser enterrado con su infaltable peluca -sufría de alopecia- y con sus clásicos anteojos negros. Y así lo hicieron para que Andy Warhol siga siendo hasta el día de hoy el mismo de siempre.
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