Andrés Barba: “Mi libro es deudor de esas falsas biografías que tanto le gustaban a Borges”
El libro más argentino del premiado autor español, “Vida de Guastavino y Guastavino”, se centra en la figura de un maestro de la arquitectura y, sin embargo, aclara, es una ficción
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Un valenciano de mediana edad llega a Estados Unidos en 1881 -sin hablar inglés- para cambiar el sentido de la arquitectura de Nueva York. Esa es una versión. Otra podría ser esta: que dejó a sus espaldas a la España natal, tan atrás como a una esposa e hijos, muy suelto, pero que llevaba bien anidados los cuarenta mil dólares heredados de una estafa con la idea de patentar la técnica medieval de la bóveda tabicada. Son recortes. Así lo entiende el escritor Andrés Barba (Madrid, 1975): “Ya no podemos creer que una biografía es un relato verídico”. Planteos que lo acompañaron en tanto daba forma a su último libro, Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama), la historia del reconocido constructor español Rafael Guastavino y de su hijo. “En este momento clave -dice Barba-, donde somos conscientes de lo frágiles que son las identidades, de lo cuestionable que es la verdad y de lo importante que es el consenso sobre la verdad, escribir una biografía que pone en cuestión la mera posibilidad de hacerlo y que nos hace conscientes de la artificiosidad de construir un relato, es muy interesante. Tenemos que pensar cómo construimos nuestras identidades”.
Invitado a la próxima edición del festival Filba, el autor -conocido por libros como República luminosa (Premio Herralde de novela), Versiones de Teresa (Premio Torrente Ballester), coescritor del ensayo La ceremonia del porno (Premio Anagrama de Ensayo)- considera que su libro no sería biografía o novela histórica, sino ficción. Quizá por esto, el libro abre así: “Se puede decir de la biografía lo que decía Borges del barroco: que es un género que agota sus posibilidades y por eso linda con la caricatura”. A propósito de lo biográfico o ficcional: “Hay un libro de referencia mental que es Historia universal de la infamia. Me marcó mucho. En ese sentido, es deudor de esas falsas biografías que tanto le gustaban a Borges. Y en ese sentido, es un libro más argentino”.
-¿Cómo llegaste a esta historia?
-Es un personaje que había estado bastante a la sombra y surge de la mano de investigadores de arquitectura. Sale un documental y empieza a sonar el tema. Lo que me fascina no es tanto lo bizarro de su vida, si no lo inquietante que era la apropiación politizada de [Rafael] Guastavino. Había como dos fuentes: los que intentaban hacer un mito nacional, el español que conquistó Manhattan. Y por otro lado, una aventura como de picaresca, un personaje que estaba en todos los lugares medio como por accidente, un gran constructor de relatos que había patentado sistemáticos estudios medievales: era muchas cosas. En un lugar donde había una divergencia tan grande en la aproximación al personaje, tenía que haber algo interesante. Ponía de manifiesto esta especie de desorientación total que tenemos en España con el tema de la identidad colectividad, pero también lo aleatorio que es la construcción de una identidad, sea cual sea. Hasta qué punto una identidad es siempre una ficción construida y consensuada en el caso de que sea una identidad colectiva.
-¿A qué te referís con identidad colectiva?
-El español tiene una especie de ingenuidad galopante con respecto a la identidad del estado nacional, como si pensara que España es más antigua que los estratos de la tierra. Ser consciente de que la identidad colectiva es un relato construido colectivamente, no lo hace menos frágil, todo lo contrario, lo hace más sólido. Primero porque lo democratiza; segundo, te hace partícipe de esa narración. Muchos españoles lo viven como si fuera algo anterior a la creación del mundo. En ese sentido, hay cierta ingenuidad. Guastavino lleva un sistema de construcción europeo a Estados Unidos, que aún no tenía identidad arquitectónica. Presencia de primera mano cómo se construye primero una identidad y luego cómo se elige una identidad sentimental, que es otra cuestión que solo ocurre con el tiempo.
Una prosa transatlántica
Más identificado con la tradición literaria argentina que con la española, Barba dice: “Con respecto a los autores contemporáneos, me parece que es mucho más interesante. No me gusta defenestrar a España, pero siento una conexión más natural aquí”. Casado desde hace diez años con una argentina, vivía en Nueva York y viajó con su familia por la pandemia; ahora reside en Posadas, Misiones. “Un lugar tan amable, rodeado por la selva, frente al Paraná”. Barba es traductor y da clases en Princeton: “Hago una suplencia en el departamento español, siguiendo la sombra de Piglia, que es como el fantasma departamental de lenguas románicas”.
"Si tú pones un personaje como Guastavino y lo conviertes en un mito nacional del valenciano universal que conquistó Manhattan, tienes un cuento de hadas más."
-El libro abre con una referencia a Borges, ¿por qué lo traés en el marco de contar una vida?
-Lo cito al inicio casi como un Dios tutelar. Hay una cosa que él entiende, y es que cuando uno pierde la ingenuidad, no puede recuperarla. Ya no podemos creer que una biografía es un relato verídico. Que la historia es un relato verídico. Sabemos que no se puede contar una vida, y sin embargo seguimos escribiendo como si se pudiera contarla. La identidad se sigue construyendo en una narración, pero ya no podemos creer en su verdad. Eso era muy interesante plantearlo en la misma estructura del libro. Es decir, jugar tanto desde mi punto de vista como escritor, como el punto de vista del lector, con nuestra tendencia natural a la mistificación del biografiado. O a la idealización de los escenarios: ¿cómo era ese Nueva York? Si tú pones un personaje como Guastavino y lo conviertes en un mito nacional del valenciano universal que conquistó Manhattan, tienes un cuento de hadas más. Pero si lo pones en toda la profundidad de su desorientación, talento, picaresca, de su enorme capacidad de construir un relato donde no lo había, es más poderoso el lugar al que podemos llegar con nuestro realismo irónico, si lo quieres llamar así. Por ejemplo, el feminismo está desarticulando eso. Desactiva ese lenguaje idealista. Está acabando con ese discurso del idealismo que nos impide gestionar la realidad como debe ser gestionada. En ese sentido, es una revolución única que nos pone a todos en compromiso.
-Hiciste una traducción de Alicia en el país de las maravillas, narraste historias de infancia, ¿qué ves ahí?
-La infancia es una de las grandes mitologías; todavía, intocadas. Con la muerte oficial de Dios, en el sentido de pensarla como la desaparición de la religión en la política occidental -al menos de manera obvia-, esa convicción o sospecha cultural generalizada de que no hay un paraíso al que vamos a ir genera la necesidad de buscar un paraíso en el que al menos hemos estado. Se genera un cuento de hadas, una edad que miramos como una especie de nostalgia arrobada en la que fuimos felices y todo lo que no hacemos siendo adultos. Y sin embargo, nos basta un ejercicio de memoria de apenas tres minutos para recordar que fuimos también desdichados, que la infancia es una edad como cualquier otra. Y que esa mirada idealizadora es la del adulto sobre el niño. La pregunta está en otro lado: ¿de qué nos queremos proteger creyendo en el cuento de hadas de la infancia como paraíso? Eso, ocurre con todo.
-El libro no se lee en un tono del español de allá, pero tampoco se instala en nuestro rioplatense. ¿A qué lo adjudicás?
-Está un poco neutralizado. Lo comenté un poco con Patricio Pron o Rodrigo Fresán, que tienen la experiencia invertida, digamos, de un español también neutralizado por su permanencia en la península. A mí me gusta esta especie de español panhispánico. Que un escritor sea un mestizo lingüístico, es una cosa muy interesante.
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