Andrea Giunta y su última clase en Puan. “Cuando salís del país y decís Universidad de Buenos Aires es una carta de presentación increíble”
En un recorrido por sus años en la Facultad de Filosofía y Letras, como alumna, profesora e investigadora, resaltó la importancia de la educación ante artistas, graduados, estudiantes y gestores culturales que fueron a despedirla
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Ramos de flores, aplausos, memorias, sonrisas y lágrimas primaron en la última clase de la profesora, investigadora y escritora Andrea Giunta (Buenos Aires, 1960) en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), popularmente conocida gracias al cine argentino como Puan. La clase magistral de la autora de Contra el canon tuvo lugar en el Aula 108 de Puan 480, en Caballito. En la carrera de Artes (antes Historia del Arte), Giunta integró la cátedra de Arte Latinoamericano (Historia del Arte Americano II) desde su creación, en 1987, cuando comenzó como ayudante hasta convertirse en titular a partir de 2007, y desde 2017, también la cátedra de Arte Moderno y Contemporáneo (Historia de las Artes Plásticas VI). Con sus trabajos e intervenciones públicas como docente, curadora y ensayista, ayudó a transformar el modo de investigar, comprender y apreciar el arte contemporáneo.
Entre el público había estudiantes (en su mayoría, mujeres), colegas como Cristina Rossi, Viviana Usubiaga, Cecilia Iida, Valeria González, Martha Pehnos (“amiga del alma y ejemplo”, dijo Giunta), la cineasta y escritora Albertina Carri, las artistas Cristina Schiavi, Silvia Sánchez y Alicia Herrero; el flamante presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes, el diplomático Sergio Baur; el compositor Martín Liut, el gestor cultural Ezequiel Grimson, el galerista Mauro Herlitzka, los profesores María Amelia García, Pablo Fasce y Daniela Desirée Nieto, la directora artística del Museo Nacional de Bellas Artes, Mariana Marchesi, y el artista neerlandés Rob Verf, pareja de Giunta. Violeta Nigro Giunta, su hija, es profesora en la Universidad de las Antillas y Guayana y reside en Guadalupe.
El decano de la Facultad, Ricardo Manetti, dijo unas palabras preliminares. En las paredes de la Facultad, se veían afiches con las caras de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, y el secretario de Educación, Carlos Torrendell, con la leyenda “¿Los conocés? Quieren destruir la universidad pública”.
“Conozco a Andrea desde hace muchísimos años -dijo Manetti-. Desde 1984, cuando un grupo de jóvenes graduadas propusieron renovar la carrera de Historia del Arte. Entre ellas, estaban Laura Malosetti Costa, Graciela Schuster y Giunta. “Las ‘chicas de artes’ se transformaron luego en las ‘chicas del Payró’, pero siempre eran las chicas que iban generando nuevas políticas en la carrera y en esa instancia referencial que es el campo de la investigación” (Giunta explicó que el historiador del arte Héctor Schenone, director del Instituto de Teoría e Historia del Arte Julio E. Payró de la Facultad, las escuchaba con atención en el Payró).
“Cuando volví a la carrera de Artes como director, dije que necesitaba la ayuda de muchas de aquellas chicas porque ellas tenían esa potencia de la juventud permanente”, concluyó, emocionado. Giunta, que daba clases en Estados Unidos, decidió retornar a la UBA a mediados de la década pasada. “Sos una referente ineludible”, le dijo a su amiga, que la noche anterior había recibido el Premio Konex de Platino en la categoría de Ensayo sobre Artes junto con la escritora Graciela Speranza. Ella y el decano hicieron referencia a la crítica situación presupuestaria de las universidades nacionales.
Giunta ofreció una “historia tramada” de la carrera de Artes. “No me siento melancólica, me siento en el comienzo de un nuevo momento -afirmó-. Me parece lo más oportuno para este contexto histórico que estamos atravesando, estos tiempos difíciles, para usar una palabra elegante, pero también de mucha incertidumbre, recuperar por qué estamos acá, en la famosa Puan, y cómo fueron cambiando los planes de estudio”. Recordó que había ingresado en la UBA a los diecisiete años, en 1978, y que terminó de cursar en 1982. “Pasé toda mi vida de estudiante en dictadura”, dijo y contó que la sede de la carrera estaba en la actual Facultad de Psicología, en la avenida Independencia (como docente, Giunta trabajó en las sedes de 25 de Mayo y Marcelo T. de Alvear).
“Fueron años muy duros -rememoró-. Sentíamos mucha decepción con el plan de estudios; era una carrera donde el arte argentino se estudiaba hasta la muerte de Prilidiano Pueyrredón porque estaba la idea de que no se podía estudiar el presente”. Con la irrupción de los estudios culturales, ese abordaje se hizo posible. “La contemporaneidad me interesaba y también América Latina”, dijo.
Destacó a docentes clave en su formación: Ofelia Manzi, Enrique Tandeter, Juan Acha, Elsa Flores Ballesteros y Miguel Ángel Muñoz. “Es toda una historia muy difícil de entender hoy, porque cuando entré como ayudante de la cátedra no había libros de historia del arte latinoamericano -dijo a la audiencia-. Mi biblioteca se fue formando de una manera extraña”. En este punto, recordó la bibliografía de quien fue su pareja, el artista Adolfo Nigro, la que conseguía en sus viajes al exterior y la provista por los libreros de Prometeo y Liberarte, que importaban materiales bibliográficos.
Hubo un momento para una pequeña performance, cuando la profesora mostró cómo se daban clases en el siglo XX en la UBA. Se levantó de la silla, se sentó sobre la mesa y sacó un cigarrillo (que no encendió). “No solo yo fumaba, fumaban todos”, dijo entre risas. “Era una forma de emancipación”, resumió.
Repasó luego la historia de la cátedra de Arte Latinoamericano, realzando las figuras de Flores Ballesteros (”había conocido a Marta Traba”) y Schenone. “Él te firmaba todo y además te escuchaba; había un apoyo muy grande a los primeros proyectos de investigación -dijo-. Historia del Arte era una carrera signada por la clase social y con pocos jóvenes”. En el Conicet, “hoy en jaque”, dijo, no había becarios de Historia del Arte. Las dos primeras fueron Giunta y Graciela Schuster. Y agradeció la labor de Cristina Rossi en la cátedra, mientras Giunta trabajaba en Estados Unidos. “Si alguien me pregunta si es mejor cursar un seminario o una materia, yo digo que una materia es un repositorio de bibliografía increíble. Es una experiencia de vida”, señaló.
“Cultivamos la ética del investigador. Poseer un documento no es conocimiento, lo importante es que los archivos sean públicos”, dijo sobre el “caso” del archivo de Jorge Romero Brest, donado a la Facultad por su viuda y en el que trabajó junto con otros investigadores. “Fue como una maestría en técnicas de archivo”, evocó.
“La cátedra no tuvo un enfoque enciclopédico -sostuvo-. Estábamos muy abiertos a nuevas lecturas, nuestro trabajo dialogó con los estudios culturales, la literatura, la historia. Salimos del campo cerrado de la historia del arte; fuimos decoloniales cuando la decolonialidad no estaba de moda. Una pintura no era solamente un estilo, era un signo de emancipación”. Y dio el ejemplo de una “selvática” obra de Wilfredo Lam en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (colgada cerca del baño de la institución). “Dar clases era todo un trabajo de arqueología”, sintetizó.
Habló acerca de la retrospectiva de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta en 2004, que estuvo a su cuidado y que desató la ira del cardenal Jorge Bergoglio (hoy el papa Francisco). “Ha cambiado su perspectiva sobre el arte”, deslizó sobre el Sumo Pontífice. “Se vio que una investigación se podía transformar en un laboratorio social; las imágenes son mucho más que una imagen en un catálogo”, dijo Giunta en Puan.
En la cátedra, se ahondó en ejes conceptuales como las mujeres, los indígenas, el poder y los héroes latinoamericanos en relación con el arte, y se fomentó la participación de estudiantes en jornadas y congresos realizados en museos y espacios culturales como Fundación Proa, el Malba y la Casa Nacional del Bicentenario. “Cambió cuando llegó la pandemia y cuando empezaron a cursar estudiantes no específicos [de otras disciplinas]”, indicó. “Estamos trabajando en la interrelación entre instituciones; estas cosas pasan cuando hay investigación, y los estudiantes son protagonistas”.
Sobre la reciente toma de la Facultad de Filosofía y Letras, sostuvo que los estudiantes no tomaron la institución para no estudiar sino “porque quieren seguir estudiando”. Sus clases, contó, estaban colmadas. “Hay amor al conocimiento y hay que apoyar a las nuevas generaciones; me volví una experta en ese género literario que es la carta de recomendación”, bromeó.
Ironizó sobre la política cultural europea de descolonización de los museos. “Hacen sus seminarios y hablan entre ellos, no con los pueblos colonizados; no sé si descolonizan ellos o nos descolonizan a nosotros”. Y recomendó a estudiantes y graduados que salieran del “ecosistema de la internalidad”. Con su labor en el país y en el exterior, puso de relieve obras de mujeres, indígenas y disidentes sexuales.
También se refirió a su trabajo en la cátedra de Arte Moderno y Contemporáneo. “¿Qué puedo hacer yo en esta materia?”, contó que se había preguntado al concursar. “Estaba harta de escuchar que el arte latinoamericano era una copia deslucida del arte europeo -dijo-. En una conferencia para el Museo Reina Sofía, ‘Adiós a la periferia’, me despaché contra esa idea que había afectado mucho la cotización de las obras y el coleccionismo, porque ser periférico se había convertido en un valor económico. Mi gesto venía de la mano de Mari Carmen Ramírez, de la fundación del Malba”.
Por último, al final de la clase magistral agradeció a los estudiantes de la UBA: “Los mejores estudiantes que he tenido, siempre, son los de esta Facultad -concluyó-. Cuando uno sale del país y dice Universidad de Buenos Aires, no tiene que explicar nada, es la mejor universidad de América Latina, es una carta de presentación increíble. Y con sus particularidades y locuras, Puan es Puan. Amo a esta Facultad que es mi casa desde los diecisiete años”.
“Quiero agradecer, sobre todo, muy especialmente, a quienes fueron mis estudiantes en estas materias durante tantos años -dijo Giunta a LA NACION-. Es un privilegio llegar al aula, comenzar la clase, escuchar preguntas, leer parciales, verlos desarrollar intereses. No existe un solo museo en el que no encuentre, trabajando, a quienes tuve el honor de enseñar”.
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