André Malraux, una vida que conjugó pensamiento y acción
Recorrió el mundo, luchó en la Guerra Civil española y fue ministro de De Gaulle
Un film sobre la vida de André Malraux, nacido en París el 3 de noviembre de 1901 -hace hoy un siglo- podría empezar en 1922, apenas dejada atrás la adolescencia, cuando su pasión por la arqueología lo había llevado a la selva de Camboya, en busca de un antiguo templo sagrado. El objeto del empeño parece dotar al episodio de una calidad de símbolo, de esos capaces de definir la naturaleza de un hombre y de trazarle a fuego el derrotero.
Malraux, que integra esa especie humana que se mide a sí misma con el riesgo y equilibra el pensamiento con la acción, no encontró nunca el templo que buscaba. En cambio, fue a parar a una cárcel, acusado de haberse apoderado de unos bajorrelieves en Angkor. Al recuperar la libertad, apoyó los movimientos independentistas de la ex colonia francesa, y luego fue atraído por la Revolución China, adhiriendo al comunismo.
Estas experiencias vitales las volcó, en 1926, en su libro "La tentación de Occidente" y luego en "Los conquistadores" (1928). Luchó luego contra el fascismo en la Guerra Civil española al frente de un grupo de pilotos extranjeros (evoca estos hechos en "La esperanza", 1937) y fue comandante de una brigada de maquís que tomó Alsacia-Lorena, durante la ocupación nazi. Capturado, alcanzó a escapar cuando iba a ser fusilado por la Gestapo.
En 1933 había publicado el que es considerado su libro más importante, "La condición humana", por el que obtuvo el premio Goncourt. Como eje conceptual de la obra, a la idea de que el hombre es el único animal que sabe que va a morir opone la conciencia y la grandeza de la solidaridad y de la libertad, aun cuando eso sea vivido como "un espejismo de eternidad".
Tras la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle, líder de la Resistencia, designó a Malraux ministro de Información del gobierno provisional, pero en 1946, un año después de haber roto definitivamente con el comunismo, abandonó la política y se recluyó en su casa de Boulogne para entregarse a un sostenido trabajo literario. Publica "Las voces del silencio", "Metamorfosis de los dioses" y "El museo imaginario".
Pero al acceder De Gaulle a la presidencia aceptó ser su ministro de Cultura, cargo que desempeñó desde 1959 hasta 1969. Así, debió enfrentar el Mayo que pasó a ser paradigma de la rebelión juvenil. "Un tiempo se es incendiario; otro, se es bombero", explicó entonces. Entre 1967 y 1972 escribió las "Antimemorias", una extensa obra (600 páginas) que es, en realidad, su autobiografía.
En 1971 publicó "Los robles que se abaten", basado en un diálogo con De Gaulle, en el cual en un momento se refieren a Ernesto "Che" Guevara; en 1974, "La cabeza de obsidiana" (sobre Pablo Picasso), y en 1975, su último título, "Lázaro", una reflexión sobre la muerte.
Poco después de asumir como ministro, la Argentina fue el primer tramo de su gira por América latina. Durante los cinco días que estuvo aquí se encontró con el presidente Arturo Frondizi, disertó en el Congreso y visitó muestras de pintura.
No fue el único contacto con nuestro país. A la relación de Malraux con la Argentina le dio especial énfasis su larga amistad con Victoria Ocampo. El número 340 de Sur le estuvo dedicado, cuando murió, en noviembre de 1976, y sus principales libros se tradujeron y editaron aquí por iniciativa de la escritora.
En sus residencias de Boulogne o Versalles (La Linterna) y luego en Verrieres-le Buisson, cerca de París, unos pocos privilegiados podían ingresar sin protocolos. Además, obviamente, de De Gaulle: Roger Caillois, el poeta senegalés Leopold Sedar Sengor, el cineasta Alain Resnais (esposo de su hija Florence) y Victoria Ocampo, que incluso vivió una temporada en La Linterna.
Temas
Más leídas de Cultura
Del "pueblo de los mil árboles" a Caballito. Dos encuentros culturales al aire libre hasta la caída del sol
“Me comeré la banana”. Quién es Justin Sun, el coleccionista y "primer ministro" que compró la obra de Maurizio Cattelan
La Bestia Equilátera. Premio Luis Chitarroni. “Que me contaran un cuento me daba ganas de leer, y leer me daba ganas de escribir”