Su mamá murió cuando ella tenía siete años y su hermana, cinco. Desde Rosario viajaron con su padre a México y de ahí, a España, donde terminaron la escuela primaria internadas en un colegio. "Llegaba el verano y nadie nos iba a buscar. Y las turras de las monjas te castigaban, te hacían arrodillar sobre los maíces, te fajaban", recuerda Ana Gallardo en el catálogo de la muestra que le dedicó en 2015 el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
Ese mismo año participó de la Bienal de Venecia con una instalación que reflejaba el sentido que para ella tuvo el arte desde chica: cambiar el mundo. Solo que, en lugar de uno, transformó varios. Los de cada persona convocada a participar de sus obras, concebidas como vínculos afectivos.
Lo que expuso en Venecia fue un centenar de esculturas realizadas por mujeres presas en la ciudad italiana, con barro formado con tierra de la huerta de la cárcel. Inspirada en un ritual mexicano, Gallardo les pidió que crearan algo que pensaran que podrían necesitar en su vejez.
Esa instancia próxima a la muerte, junto con el feminismo y la violencia, es uno de los ejes centrales de su trabajo, que casi siempre es colectivo. En La Boca nació La Verdi, residencia de artistas que ahora impulsa en México. Y desde hace una década impulsa el proyecto Un lugar para vivir cuando seamos viejos, presentado en la Bienal de San Pablo y en arteBA. Consiste en aprender hábitos y oficios de personas mayores, y compartir esos modos de disfrutar la última etapa. Sueña además con la creación de una "escuela de envejecer", en la cual puedan compartir sus conocimientos sobre lo que más les gusta hacer.
No muchos artistas se detenían en las historias de vida cuando ella abandonó la pintura y comenzó a "mirar de otra manera". Integrante del célebre Grupo de la X en los años 80, en la década siguiente comenzó a realizar instalaciones y performances. Como la precaria casa rodante que armó con sus muebles y una bicicleta, tras sobrevivir con su hija a un año de mudanzas constantes.
Autodidacta, Gallardo vendió celulares, fue camarera, hizo catering y publicidad. Esas experiencias, también, las convirtió en obra. Con el miedo, la vulnerabilidad y la incertidumbre transformados en materia prima, llegó a retratar incluso la vida después de la muerte: el dibujo que Ruth Benzacar presentó en la reciente edición de ARCO, uno de los exhibidos en aquella muestra del Moderno, recrea la laguna mexicana donde despidió las cenizas de su madre.
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