Ana Barón: la periodista que unió lucidez con generosidad
WASHINGTON.- Con la misma elegancia y dignidad con que vivió cada día de su vida, la periodista y escritora argentina Ana Barón murió ayer por la mañana en Nueva York. Tenía 65 años y había pasado los últimos cuatro trabajando con la alegría, pasión y compromiso con que lo hizo siempre, dispuesta a darle épica batalla al cáncer que le habían detectado.
Brillante y entusiasta, era tanto hábil generadora de primicias como de enfoques acertados, sobre todo, en las páginas de Clarín, diario en el que se venía desempeñando como corresponsal en los Estados Unidos.
Quienes tuvimos la suerte de tenerla por compañera de trabajo supimos siempre dos cosas. Que con Ana Barón al lado, la tarea sería sumamente exigente, pero también que sería divertida. Ana amó la vida y amó la profesión que ejerció con talento sobresaliente.
En una profesión sumamente individualista, tuvo la virtud de unir y de acercar. Generosa e inteligente anfitriona, estaba siempre rodeada de amigos. Caminar con ella por las calles o por los centros donde se suele generar información en esta ciudad era asistir a un concierto de "¡Hola, Ana!.. ¡Qué tal Ana..!" Querida y simpática, con risa contagiosa, incisiva e inagotable sentido del humor, se hacía amigos fácilmente y era difícil no quererla.
Nació en Buenos Aires, el 19 de enero de 1950, en una familia de literatos. Es sobrina de la articulista Odille Barón Supervielle y su hermana, Silvia Barón Supervielle, es reconocida poeta. Asistió en Buenos Aires al ya desaparecido colegio Asunción, de donde recordaba divertidas anécdotas vestida en el improbable papel de Juana de Arco. Sí retuvo del personaje la pasión y el compromiso. La compleja década del setenta la obligó a dejar el país. Completó sus estudios superiores en la afamada Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales y de la Fundación Nacional de Ciencias Políticas de París.
No volvió a residir en la Argentina. Pero se convirtió en una experta en sus devenires e incluso, en algunos rasgos de su cultura popular. De hecho era una gran bailadora de tango, pasión a la que la llevó su marido, el economista Pablo Spiller. Ambos formaron una diestra pareja de danza que generó ovaciones en fiestas de amigos.
Sumamente respetada, tanto los políticos como figuras referenciales de la Argentina que pasaban por aquí y a los que entrevistaba solían terminar la charla con una pregunta: "Y usted, ¿qué piensa?" La opinión de Ana, que no siempre coincidía con la del entrevistado, era escuchada y valorada. Sobre todo, en sus enfoques sobre la relación bilateral y con organismos financieros. Se movía como pez en el agua en temas complejos, abordándolos con lucidez. En los últimos años fue referencia en el complejo proceso judicial del país con sus acreedores.
Ganó varios premios periodísticos. En 1999, y junto con colegas del diario Clarín, el Rey de España, por una comprometida investigación que revelaba lo que los Estados Unidos sabían del golpe de Estado del setenta en la Argentina. Escribió varios libros en inglés y en francés, lenguas que dominaba a la perfección. Entre ellos, Les Enjeux de la guerre des Malouines, Bill Clinton, las claves para entender su gobierno y ¿Por qué se fueron?, con testimonios de argentinos en el exterior.
En un día triste es imposible no recordarla con alguna sonrisa. Eso es lo que despertaba Ana: una sonrisa. Incluso, desde el "Hola Puchi", con el que solía llamar afectuosamente a sus afectos.
No habrá funeral -ella no hubiese querido-, sino un homenaje en el Central Park y otro, de sus amigos en Washington. Habrá, seguramente, muchos más. Lo que sí pidió es que, quienes quieran y puedan, hagan donaciones en su nombre a fundaciones que luchen contra el cáncer. Y aunque no suele escribirse esto en las evocaciones, seguro que también querría un buen brindis en su memoria. Porque se la va a extrañar. Y mucho.