Amélie Nothomb: la dama de negro
Dueña de un personaje singular, a mediados de 2019 contestó de puño y letra a las preguntas de LA NACION revista, desde Bruselas y París, ciudades en las que reside y donde crea sus exitosas novelas
Con una mirada ácida y también malévola, Amélie Nothomb presenta Golpéate el corazón, su última novela, una fábula sobre los celos, la envidia. Una historia de mujeres que se atreve a poner en jaque el vínculo materno y romper con esa idea sagrada, que aún preexiste en torno de la maternidad.
Vivió el parto como un brusco y desagradable regreso a la realidad. Al oír los berridos del recién nacido, se quedó estupefacta: así pues, durante todo este tiempo había tenido a alguien adentro.
Es una niña, señora, anunció la comadrona.
Marie no sintió nada, ni decepción ni alegría. Le habría gustado que le explicaran qué debía sentir.
Resguardada en el personaje que supo crear, Amélie acepta la entrevista con LA NACION revista con la condición de que se le enviaran las preguntas en francés vía e-mail. Recibido el correo, su agente se encargó de imprimir el texto para que, fiel a su estilo, respondiese con bolígrafo y letra anárquica cada uno de los puntos. "La gente se sorprende cuando digo que no poseo una computadora –confiesa–. Nunca usé, ni tuve e-mail. Me gusta recibir y escribir cartas. Necesito del papel y escribo únicamente a mano. No sé por qué es tan difícil de creer".
Evita las respuestas largas. Quizá para sortear dar vuelta la página, la misma que llegó escaneada a nuestro correo y que intentamos descifrar, como el mejor de los farmacéuticos, esas palabras dibujadas en tinta azul como escritas con una pluma.
Resulta fascinante imaginarla vestida de negro con el rostro pálido y reconocer en cada respuesta a Amélie, la mujer que, como bien dicen, convirtió su vida en arte y se vale de las vivencias de Fabienne Claire Nothomb, su otro yo tal como figura en su documento, para plasmarlas en historias. La realidad y la ficción se confunden en los relatos creados por la hija atormentada de un diplomático y aristócrata belga que, después de haberse criado entre Japón –país en el que nació en 1967–, China, Estados Unidos, Francia y Bélgica, buscó su lugar en el mundo.
Lejos de la caricatura que a veces traza de sí misma, Nothomb goza de un gran éxito de ventas en el mundo (su obra ha sido traducida a 37 idiomas) y, a pesar de ser rechazada por algunos de sus colegas y ciertos críticos, ha sabido cómo conquistar galardones de la talla del Gran Premio de la novela de la Academia Francesa, recibido en 1999 por Estupor y temblores, y afianzar su camino al ingresar en la Real Academia de Lengua y Literatura Francesa en Bélgica, en diciembre de 2015, sucediendo a Simon Leys, donde fue recibida por Jacques De Decker.
Sus novelas están atravesadas por las complejidades en las relaciones humanas y el dolor que provoca esa necesidad que sentimos de ser amados. En Golpéate el corazón rompe con el imaginario de la figura materna, esa de la que se espera que su amor sea incondicional y la tiñe de celos y odios. "Es el sentimiento más tóxico, pero también el más absurdo –reflexiona–. Es un mal que vive en nosotros. Los celos lastiman, causan heridas, especialmente a los niños".
Mamá (…) he soportado tus celos porque comprendía que esperabas más de la vida –piensa Diane, la protagonista de "Golpéate el corazón"–. Diane dejó de ser niña en aquel mismo instante. No se convirtió ni en una adulta ni en una adolescente: tenía cinco años. Se transformó en una criatura desencantada, cuya obsesión fue no hundirse en el abismo que esa situación había abierto dentro de su ser.
¿Por qué cree que aún se habla de la maternidad con cierto romanticismo?
Se cree, en algunas familias, debo decir como la mía, que lo más importante en una mujer es casarse y tener hijos, como si el instinto reproductor estuviera implícito en cada mujer.
En el caso de Amélie, su instinto es el no reproductor. Y como bien aclaró en una oportunidad: "No tengo hijos, ni los quiero. O, mejor dicho, los tengo y son los libros. Todos ellos".
En 2017, confirmó al diario Le Monde el abuso que sufrió a los 12 años y que reflejó en La biografía del hambre
Encontrar en sus relatos, autobiográficos o no, aquellos episodios de su vida en los que reconoce decir la verdad, pero no toda la verdad, resulta adictivo. "Intuyo lo que conviene contar, lo que necesito", reconoce, y afirma que bien sabe dónde detenerse, dónde trazar la línea de realidad y ficción. El escribir fue y es para Nothomb un ejercicio catártico. Recordemos que en Higiene del asesino, su primera novela publicada (la undécima escrita), consiguió retratar el dolor que le generó el asesinato de su hermano a manos de un borracho, y abrazarlo como su manifiesto.
¿Cómo quiere que un escritor sea púdico? Es el oficio más impúdico del mundo; a través del estilo, de las ideas, de la historia, de las investigaciones, los escritores no hacen otra cosa que hablar de sí mismos, y además con palabras (Higiene del asesino)
¿Cuál es el límite, la línea que sirve de frontera?
Los otros. No se pueden traicionar secretos, herir a los demás. Es cierto que doy mucho de mí, pero también soy pudorosa y hay cosas que no las digo. Lo mío es una autobiografía ficticia, lo sagrado está bien guardado.
Esa idea de autobiografía ficticia con la que Nothomb construyó buena parte de sus novelas, cobró mayor relevancia en agosto de 2017, cuando en una entrevista al diario francés Le Monde confirmó el abuso que sufrió en una playa de Bangladesh cuando tenía 12 años. Episodio que narró en Biografía del hambre, como si se tratara de una de sus tantas pesadillas.
"Dios sabe que he hablado muy poco sobre este episodio –reconoció en la entrevista–, pero hay gente mayor que ha reaccionado mal cuando lo conté. Siempre ha existido la idea de que la víctima es realmente la culpable. Quizá por eso he llevado tan mal esta historia. Se me otorgaba una culpabilidad que terminé por asumir".
Un día, cuando ya llevaba unas horas dentro del agua, muy lejos de la orilla, mis pies fueron atrapados por numerosas manos. A mi alrededor, nadie. Debía de tratarse de las manos del mar. Mi miedo fue tan grande que me quedé sin voz. Las manos del mar ascendieron por mi cuerpo y me arrancaron el traje de baño. Yo me debatía con la energía de la desesperación, pero las manos del mar eran fuertes y numerosas. A mi alrededor, seguía sin haber nadie. Las manos del mar separaron mis piernas y entraron dentro de mí. El dolor fue tan intenso que me devolvió la voz. Grité. Mi madre me oyó y corrió a buscarme dentro de las olas, gritando de un modo demencial en el que solo una madre puede gritar. Las manos del mar me soltaron. Mi madre me tomó en sus brazos y me llevó hasta la playa. A lo lejos, vimos salir del agua a cuatro indios de veinte años, de cuerpos delgados y violentos. Nunca más los encontraron. Nunca más volvieron a verme dentro de agua alguna.
Es en esta misma novela en la que expuso la anorexia compartida con su hermana Juliette. Juntas decidieron dejar de comer el 5 de enero de 1981. Amélie tenía 13 años; su hermana, 16. "A mí me salvó la escritura", reconoce. Amélie se curó. Juliette, no.
La anorexia me había servido de lección de anatomía. Conocía ese cuerpo que había descompuesto. Ahora se trataba de reconstruirlo. Por extraño que parezca, la escritura contribuyó a que así fuera, escribió en Biografía del hambre.
El hambre, la comida está presente en toda su obra. ¿Por qué?
El hambre es deseo. Yo ya lo dije en aquella novela [hace referencia a Biografía…] El hambriento es un ser que busca. Hablamos de deseo, disfrute y culpa.
Un domingo, después del café, Brigitte le ofreció un segundo bombón a su sobrina, a la que le encantaban. Marie intervino: –Ni hablar. Engorda. (…) A Diane le estremeció el tono con el que su madre había reaccionado. El comentario era poco amable, pero el modo tan seco de hacerlo era peor aún y su significado tampoco le pasó por alto: ‘No me gusta que me hija disfrute’. (Golpéate el corazón)
En China tuvo su primera experiencia consciente de placer. "Fue el spéculoos, con su azúcar morena, canela y otras especias", inmortaliza el momento en que devoró esa galleta típicamente belga en aquellas tierras que recuerda en El sabotaje amoroso con frases como esta "Un país comunista es un país en el que hay ventiladores".
Rituales
"Todo en mi vida son rituales", asegura, y confirma con un "oui", que no imagina una vida sin ellos. Desde 1992, Nothomb asumió el compromiso de que todos los años, los primeros días de septiembre llegue una nueva novela a las librerías francesas. Para lograrlo, se levanta todos los días a las cuatro de la mañana, se prepara una jarra de té negro muy amargo y dedica cuatro horas a la escritura. Lo hace a mano, con una Bic azul, en cuadernos escolares y papel reciclado. "Necesito atenerme a esta disciplina. Solo dejé de escribir un domingo y fue el peor día de mi vida". En una entrevista publicada en el diario español La Vanguardia, la autora recuerda esa mañana de 1997 en la que de repente volvió a tener 13 años y se sumergió en "la sensación de caer en el vacío y no poder volver a salir de él jamás. Ese día me dije: ‘Vas a escribir cada día sin excepción o estarás en peligro’". Escribe entre tres y cuatro novelas por año. Solo una consigue ver la luz. "No todo lo que hago merece ser publicado", responde, y a la vez advierte que todo está arreglado para que esas otras historias no sean dadas a conocer después de su muerte".
Con la jarra de té ya vacía, y tras la merecida recompensa de un trozo de chocolate, a media mañana se viste de negro (ama los modelos del diseñador japonés Yohji Yamamoto), se coloca un gran sombrero (entre sus preferidos se encuentran los del modista belga Elvis Pompillo) y se dirige a la editorial Albin Michel, en el barrio de Montparnasse, cercana al legendario y mítico cementerio. "Voy a pie o en el metro", cuenta la autora, que no sabe conducir y que desde 1987 pasa buena parte del año entre Bruselas y París. "Oui, tracé un puente", bromea a su manera.
En la editorial francesa, que le dio la oportunidad de publicar su primera novela tras el rechazo de Gallimard, ocupa una pequeña oficina sin ventanas y empachada de libros. Allí responde diariamente las cartas de sus lectores, muchos de ellos convertidos en fieles admiradores "desde que salió Higiene del asesino. Mantener este intercambio epistolar resulta fundamental para Nothomb: "Es una manera de saber que uno está viva".
No sé por qué razón contesto las cartas que recibo. No estoy buscando nada ni a nadie. Aunque pueda llegar a apreciar que me hablen de mis libros, está lejos de ser el único tema que alimenta esas misivas. Cuando una correspondencia evoluciona de manera agradable –y, gracias a Dios, eso también ocurre–, me autorizo a mí misma a experimentar esa felicidad imponderable que consiste en conocer un poco a alguien, en recibir palabras humanas (…). Llevo mucho más tiempo siendo epistológrafa que escritora y probablemente no me habría convertido en escritora si antes no hubiera sido una asidua epistológrafa, narra en Una forma de vida, novela en la que cuenta un imaginario intercambio de correspondencia con el soldado Melvin Mapple. "En realidad quería escribir sobre la guerra y la obesidad", aclara, y vuelve a poner la mirada en el cuerpo para ir mucho más allá y filosofar sobre el sentido de la vida y reflexionar sobre el sentido de su propia escritura.
Burbujas de oro
"¿Por qué champán? Porque la embriaguez que produce no se parece a ninguna otra. Cada alcohol tiene su particular nivel de pegada: el champán es el único de los que suscitan metáforas groseras. Provoca que el alma se eleve hacia lo que debió de ser la condición de hidalgo en la que esta hermosa palabra aún tenía sentido", asegura en Pétronille, relato que narra las aventuras de una escritora que, en busca de una compañera para sus borracheras, entabla una relación con una colega, una autora joven, que Nothomb tiempo después bautizó con su nombre real: Stéphanie Hochet.
"Beber un buen champán con la persona adecuada es uno de los grandes placeres que existen en la vida", escribe en el papel que nos hizo llegar. Beber champán es otro de sus rituales, nunca lo hace antes de las 18 o 19 horas, y agradece hacerlo en París. "Francia es un país mágico en el que en cualquier bar de mala muerte pueden servirte cuando quieras un gran champán a la temperatura ideal", dejó bien en claro en Pétronille.
A la hora de citar sus burbujas preferidas, la Embajadora Internacional del Champagne, como fue nombrada en 2015, no duda en citar al Dom Pérignon de 1976, el Laurent-Perrier Cuvée Grand Siécle y el Cristal Louis Roederer. Su afición por esta bebida impulsó a que las principales bodegas le propusieran bautizar algunas de esas burbujas de oro con su nombre, lo cual rechazó en reiteradas ocasiones por no haber encontrado el champán que lo merezca. "Quisiera poder anunciarlo, pero necesito sentir primero el éxtasis de ese burbujear en mi paladar, sentirlo en mi garganta", esclarece ese placer, que como bien reafirmó en Golpéate el corazón: "Siempre digo que el objetivo de la vida es beber un buen champán".
Herencia aristócrata
La comedia negra le sabe bien a Nothomb, y en El crimen del conde Neville la mimetiza con el estilo y el humor de Oscar Wilde, de quien tomó prestado El crimen de Lord Arthur Saville para ofrecer un relato que recuerda el cinismo del autor inglés. En estas páginas, expone a la aristocracia belga, esa que tan bien conoce Nothomb por descender de una familia aristócrata de ese mismo país. Tierra que pisó a los 17 años y que padeció por sentirse como una extranjera, una extraña obligada a hacer frente al significado de su apellido, ligado a la ultraderecha católica de su país.
En El crimen del conde Neville, ofrece una tragicomedia sobre las apariencias. "La aristocracia belga vive como lo cuento", asegura. En esta novela, como en tantas de sus otras historias, no son ajenos los infiernos familiares, el milagro de la infancia y las incertidumbres de la adolescencia. Para Amélie, la niñez simboliza ese paraíso irresponsable. "No se trata de la edad más feliz, pero sí en la que uno es más fuerte". Para ella, la transformación de su cuerpo en la adolescencia fue un castigo que, claramente, la empujó a la anorexia.
"Los cuerpos tienen tres posibilidades de belleza: la fuerza, la gracia y la plenitud. Algunos cuerpos milagrosos consiguen reunir estas tres características. El mío, en cambio, no poseía ni un solo gramo de aquellas tres maravillas. La ausencia era su divisa: era la expresión de una ausencia de fuerza, de una ausencia de gracia y de una ausencia de plenitud. Parecía el grito de un hambriento", sostiene en Antichrista, la novela que recuerda a la Amélie recién llegada a Bélgica y cuya acción sitúa en la Universidad de Bruselas.
La soledad absoluta que sintió en las calles de la capital belga la hizo volver a su amado e idílico Japón. "Crecí pensando que era japonesa, hasta que me explicaron que era belga". Cuando uno lee Metafísica de los tubos descubre la japoneidad que se hace carne en Amélie. Esos tres primeros años de vida moldearon su personalidad y fueron los que la llevaron a autoproclamarse japonesa. Fue también en el país del Sol Naciente donde encontró el dolor de la adultez. Al regresar a ese país, a los 22 años, descubrió la doble condición de extranjera y de mujer en una empresa nipona. Desilusión y sufrimiento al ser una paria en ese país que tanto amó y que inmortalizó en Estupor y temblores, libro que en 1999 catapultó su carrera: Yo, cuando era pequeña, quería ser Dios. El dios de los cristianos, con D mayúscula. Hacia los cinco años, comprendí que mi ambición era irrealizable. Así que rebajé un poco mis pretensiones y decidí convertirme en Cristo. Imaginaba mi muerte sobre la cruz, ante toda la humanidad. A los siete años, tomé conciencia de que aquello no ocurriría. Decidí, más modestamente, convertirme en mártir. Durante años mantuve aquella decisión. Pero tampoco funcionó. –¿Y después? –Ya lo sabe: me hice contable en la empresa Yumimoto. Y creo que no podía caer más bajo. –¿De verdad lo cree? –preguntó con una extraña sonrisa.
Cuento de hadas
Como en los clásicos cuentos de hadas, en Golpéate el corazón –título que alude a un verso de Alfred de Musset–, también hay una niña buena y hermosa que sufre el odio, en este caso de su madre, y no de una madrastra, como se contaba en los antiguos relatos. "A veces la diosa indiferente la agarraba para cambiarla o enchufarle el biberón. Pertenecía a una suerte de extraña especie capaz de tocarla sin que existiera un contacto real, de mirarla sin verla (…) Desde el vacío de la cuna, la pequeña se pregunta por qué el olor de la diosa le resulta tan familiar, y, sobre todo, por qué aquel olor exquisito le desgarraba el corazón".
Su madre le contaba cuentos a la pequeña Amélie, casi siempre eran los de Charles Perrault, los macabros. El miedo que sentía le resultaba atractivo, excitante, sensaciones que de adulta redescubrió en las lecturas y reescritura de aquellas historias. Lo hizo con Barba Azul, al que Nothomb bautizó Emilio Nibal y Mílcar, un noble español que conocerá a la hermosa y brillante Saturnina, una belga que se transformará en inquilina en el palacio parisino en el que vive, rodeado de lujos y excentricidades. Como en el relato de Perrault, las ocho coinquilinas anteriores desaparecieron misteriosamente tras vulnerar la orden de no ingresar en una habitación prohibida. Sin la intención de convertir el relato en algo políticamente correcto, la autora reconoce: "Solo quise exponer lo muy injusto de Perrault al describir a las mujeres como idiotas. Algo que me molestó siempre. No hubo otra intención", asevera, y pone énfasis en este querer volver a mirar. En Riquete el del Copete, se permite interrogar los conceptos de belleza y fealdad en una fábula moderna inspirada en otro clásico de Charles Perrault. "Vivimos en una sociedad tremendamente hipócrita –apunta–. Se dice que se acepta lo diferente, cuando hacemos todo lo contrario. Nacemos ya con la obsesión de la belleza. Los niños se sienten naturalmente atraídos por las personas bellas y repelidos por las feas. Lo mejor, en este mundo, es ser ordinario, alguien del montón", concluye su respuesta a mano. Imagino que lo hace en la oficina de Montparnasse, convencida, como bien decía su amada Virginia Woolf, de que "nada ocurre hasta que no lo escribes".
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