Ambientalistas al ataque de las obras de arte. ¿Qué opinan artistas, críticos e intelectuales argentinos?
En la seguidilla de acciones, que se viralizan en las redes sociales y la prensa mundial, los activistas plantean una opción: el arte o la vida; es “una locura” o una “tontería sin sentido”, creen algunos; otros, más conciliadores
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Mientras continúan los ataques de jóvenes ambientalistas a obras de arte exhibidas en museos europeos en reclamo de medidas de los gobiernos y las empresas para frenar los efectos indeseados del cambio climático, varios artistas, críticos e intelectuales de la Argentina comienzan a expresarse al respecto. No es improbable que este activismo ambiental (financiado por organizaciones primermundistas) se propague en instituciones artísticas de otros continentes.
En la seguidilla de acciones, y gracias a la viralización en redes sociales y la prensa mundial, los ambientalistas radicalizados plantean una opción: el arte o la vida. Pero ¿por qué no ambos?
La “vandalización” de los activistas -las comillas son oportunas porque (hasta ahora) las obras de arte no han sido dañadas- se asemeja a una performance que toma elementos de la historia del arte, como cuando las dos adolescentes integrantes de Just Stop Oil arrojaron sopa enlatada sobre una pintura de Vincent van Gogh, en la National Gallery de Londres, en clara alusión a las obras en serie de Andy Warhol de las latas de sopa Campbell. En cambio, el reciente atentado de los activistas finlandeses de la agrupación Última Generación, que arrojaron un líquido negro que simbolizaba el petróleo a una obra de Gustav Klimt, en el Leopold Museum de Viena, tiene más afinidad con el expresionismo de un Jackson Pollock.
— Just Stop Oil (@JustStop_Oil) November 9, 2022
En diálogo con LA NACION, artistas, teóricos, críticos y periodistas especializados se manifestaron sobre los activistas ecológicos que utilizan el arte para reclamar mejores condiciones de vida en el planeta.
Luis Felipe “Yuyo” Noé (artista)
“Una cosa es una causa justa y fundamental como la lucha a favor de la conservación del medio ambiente, y otra cosa son los medios para publicitarla. Eso de tirar comida sobre obras fundamentales para la historia del arte es una tontería sin sentido y contraproducente porque produce reacciones en contra”.
Marta Minujín (artista)
“Me parece una locura, y es algo inútil, porque las cosas van a seguir igual. Y aparte no sé por qué se les ocurrió atacar las obras; mejor que se la agarren con los monumentos nacionales, pero no con el arte. No me gusta nada, ni me parece interesante”.
José Emilio Burucúa (historiador del arte)
“Es difícil explicar una acción tan absurda. A menos que se haga a sabiendas de que no tiene efectos destructivos. Pero tal cosa no es segura. De modo que volvemos al absurdo. Naturaleza y cultura son anverso y reverso de un mismo imperativo, el de la preservación de todas las formas de la vida, y esa es una responsabilidad exclusivamente humana a fin de cuentas”.
Claudia del Río (artista)
“Amo este nuevo concepto de los derechos subjetivos de la naturaleza, que son los derechos jurídicos. Banco al ambientalismo, son posiciones extremas, pero podemos vivir sin esas obras maestras, sin embargo la vida en Rosario con el humo y herbicidas, etcétera, etcétera, nos mata acá y pone de rodillas aún más al continente americano. La justicia ambiental debe legislarse como un derecho de la naturaleza”.
Andrés Duprat (director del Museo Nacional de Bellas Artes)
“Si bien los principales museos poseen múltiples herramientasde seguridad, como cámaras, alarmas y guardianes de sala, los ataques repentinos contra obras de arte, como los perpetrados recientemente en Londres, Viena y Madrid, son muy difíciles de anticipar y prevenir por la misma naturaleza de su acción. Por fortuna, en nuestro país ese tipo de acciones y atentados no son frecuentes.
Los atentados recientes son en general eficaces en su concepción práctica, salvo el de El grito de Edvard Munch en el museo de Oslo que pudo evitarse, pero fallidos en su concepción simbólica. Los aciertos prácticos son varios, comenzando por la elección del lugar: los museos más famosos y visitados del mundo. A la vez, los activistas eligen obras icónicas, populares y valiosísimas, de autores célebres y conocidos por el gran público a lo largo de la historia del arte. Con esas dos elecciones, se garantizan prensa mundial.
La acción repentina de arrojar líquidos sobre las pinturas permite llevar a cabo el plan sin que los guardias tengan tiempo de reaccionar. Los activistas adhieren luego sus manos a la pared o al marco de la obra con un pegamento instantáneo, para evitar ser expulsados de la sala y contar con el tiempo necesario para manifestar sus consignas y completar su protesta. La acción contempla la reacción de los visitantes y ocasionales testigos, quienes forman parte del plan sin saberlo, al cumplir con la documentación y la viralización necesaria del episodio.
La gran falla o debilidad de estos atentados es conceptual, ya que lo que pretenden discutir o denunciar se ve absolutamente eclipsado por la impactante lectura simbólica de las acciones. Y claramente nadie podría articular el simulacro de dañar una obra de arte con una protesta en defensa del medioambiente o con una crítica al orden mundial. El medio contradice y destruye el mensaje, pues se pretende poner en discusión el orden mundial con aquello que lo sustenta, es decir, los medios de comunicación.
¿Qué interrogación suscita la posibilidad de destrucción del arte y de qué manera los medios capturan esto? ¿Qué representan hoy esas grandes obras de notables artistas, como Van Gogh, Klimt, Goya o Vermeer exhibidas en colecciones de museos que pudieran ser susceptibles a la impugnación a través de un atentado?
La relación metafórica no funciona. El símbolo que se pretende impugnar no remite inmediatamente a la destrucción del planeta, ni al hambre en el mundo ni a nada que se le parezca. Como herramienta política las acciones son fallidas, y la prueba es que la opinión pública habla cada vez más de las vandalizaciones de las obras y menos de las consignas propuestas por los activistas”.
Karina El Azem (artista)
“El presente nos está llamando a una acción madura, consciente y responsable para solucionar problemas tanto de índole ecológica como social y cultural que son urgentes. El arte, la creatividad, el pensamiento son herramientas de la pulsión de la vida. Claramente, la dicotomía arte versus naturaleza no solo es inválida sino además manipulada por la máquina de idiotización en busca de likes. La palabra ‘activista’ no contiene acciones de este tipo, debería manifestarse en acciones positivas y constructivas. Además de la violencia de estos, que seguramente pasarán pronto de moda, agregan una enorme preocupación. ¿Qué medidas tomarán los museos? ¿Más vidrios, más custodios? ¿Más distancia que la que ya el monstruo de la banalización nos amenaza? Nada bueno puede salir de estos actos estúpidos, prepotentes y narcisistas.
Darío Lopérfido (gestor cultural)
“Es un acto profundamente idiota, porque está generando el efecto contrario al buscado. El repudio en el mundo es tan grande por lo que están haciendo que violan la principal norma de comunicación, que es centrarse en lo que se quiere comunicar. Ellos pretenden alertar sobre la emergencia climática pero comunican que arruinan obras de arte. Y además, es profundamente autoritario. Está es la moda de los activistas en general: es lo menos cercano a la reflexión y el estudio que requiere un tema como el climático, que uno tiende a pensar que debe estar en manos de especialistas y no de niños financiados por organizaciones internacionales. Ya se ha visto lo que pasó con las protestas por la energía nuclear, contra la que se luchó tanto y hoy es considerada una energía limpia. Estos activistas fanáticos hicieron campaña contra las centrales nucleares y ahora estas fuentes de energía son consideradas energía limpia por la Unión Europea. Los países que levantaron las centrales las están volviendo a usar. Mientras, les entregaron la soberanía energética a un autócrata como Putin que les vendió gas y con el dinero que ganó compra armas para asesinar a ucranianos. Y deberían saber que los que siempre atacaron obras de arte fueron los autoritarios, los nazis, los fascistas, los estalinistas. En su ignorancia, estos jóvenes no se dan cuenta de que están reproduciendo metodologías de los peores autoritarismos de la historia de la humanidad”.
“No creo que los activistas obtengan otro resultado más que visibilidad momentánea. Está claro que estamos en una especie de negacionismo universal en cuanto al tema del planeta. Esto debiera afectar al mundo de la cultura y la intelectualidad que son, como en tantas cosas, quienes debieran estar alertando sobre lo que los activistas denuncian. Esto es una consecuencia de la falta de compromiso de los países, los gobiernos y, sobre todo, los políticos de atacar con seriedad el tema ambiental. Como artista pienso que agredieron estas obras con productos que no dañan demasiado, lo que habla bien de ellos”.
Mariana Iglesias (periodista especializada en cultura)
“En primer lugar, rescato la necesidad de hacer un llamado de atención sobre la problemática ambientalista. Estoy de acuerdo en que si no tomamos medidas concretas, no tendremos arte para admirar pues tampoco habrá planeta para habitar. Sin embargo, lo primero que me genera enterarme de un nuevo ataque es una profunda antipatía, por la forma violenta de atacar otro elemento digno de cuidado. Los museos son entidades que buscan preservar y tienen una función de acercamiento y aprendizaje. Es hora de que los ambientalistas utilicen esas herramientas para enseñarnos y darnos a conocer cuál es el eje de su denuncia y cómo podemos ser parte de la solución”.
Andrea Giunta (historiadora del arte)
“En términos generales, me parece una acción que no conduce a los fines que persigue. Por supuesto que tirarle tomate o puré a una obra con vidrio, que no sale dañada, no es un hecho al que le dé mayor trascendencia. Hay quienes dicen, incluso, que son actos de promoción de los museos. Prefiero no pensar en forma conspirativa. Pero el tema que plantean sí me parece extraordinariamente urgente. No sé cómo el arte puede contribuir a que todos tomemos conciencia del desastre que esta sucediendo con el planeta producto del desmonte, el fracking, la minería a cielo abierto y con métodos de extracción que contaminan el agua o la destrucción de los humedales, para mencionar tan solo algunas cosas. Estos hechos me parecen mas serios y mucho más urgentes que una lata de tomate en un cuadro con vidrio. No se si el arte, sino todos tendríamos que preguntarnos cada día como impedir que el colapso del planeta se intensifique”.
Hernán Borisonik (doctor en Ciencias Sociales)
“Me pareció llamativa la lista de obras sobre las que se usaron como blanco de los ataques. Son todas parte del canon indiscutible de la Modernidad europea, es decir, una cosmovisión mucho más centrada en el carbón que en el petróleo (que es lo que quieren que se deje de usar). Por otro lado, es interesante el gesto de agredir piezas que están protegidas por cristales, buscando más ampliar la notoriedad y la conciencia sobre el cambio climático que realmente arruinando los cuadros. Sin duda, la cuestión que estos grupos quieren poner de manifiesto son de absoluta importancia. Resta ver si sus acciones tienen algún efecto positivo”.
Rodrigo Túnica (artista)
“Creo que es un intento desesperado por mantener el debate vigente mientras se continúa naturalizando la situación de crisis y su irreversibilidad. A nivel estratégico es efectivo porque permite trascender las redes y ocupar, aunque sea unos instantes, los diarios, la tele y las radios. Lamentablemente, el hecho es lo que perdura y no así las causas que lo motivaron. Personalmente trabajo para visibilizar y expandir las alternativas de producción regenerativa, que es básicamente generar producción y desarrollo con procesos con impacto positivo en el ambiente que ayudan a crear mayor biodiversidad”.
Azul Blaseotto (artista)
“Me caen bastante simpáticas estas acciones. Porque sacuden el sopor de la mirada cómoda y domesticada de generaciones que creen que el valor cultural debe conservarse en los museos. Mientras que se miran, conservan y valorizan determinados objetos, la vida misma se extingue ante nuestros ojos: los fuegos queman los bosques, la desertificación seca los ríos, humanos y no humanos perecen o migran si pueden, adonde son rechazados o cuanto más, enjaulados; los hielos continentales se derriten, las montañas se derrumban, el humo sofoca... ¿y qué? ¿La propuesta es ir al museo con aire acondicionado? Esas acciones están dirigidas a sacudir las mentes atoradas, las obras no corren peligro ya que están todas bajo vidrio. Lo que buscan es hacer reflexionar a las capas ‘educadas’ para generar algún tipo de reacción ante el suicidio por goteo”.
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