Ambición y dinero en el mercado del arte
Unos 3000 dominan el mundo de las subastas
MADRID.- El emprendedor tecnológico y voraz coleccionista de artistas emergentes Stefan Simchowitz, de 44 años, entró en 2013 en el estudio de Amalia Ulman, una creadora conceptual entonces de 24. Vio dos telas de gran tamaño salpicadas de ojos azules. Le gustaron. Amalia accedió a vendérselas. Estaba desesperada e ignoraba el terrible acuerdo: el coleccionista quería trozarlas, así era más fácil que encontrara mercado. Aceptó. Le pagó 150 dólares por pieza. También, por ser justos con la historia, Simchowitz la había ayudado antes cuando el bus en el que viajaba de Nueva York a Chicago se estrelló y despertó en un hospital con una fractura y una deuda médica que el coleccionista respaldó.
Simchowitz representa bien ese perfil del nuevo coleccionista que emergió con el advenimiento del capitalismo artístico. Compra de forma agresiva creadores jóvenes, vende rápido y gana dinero. ¿Es esto lo que significa coleccionar hoy? "El coleccionista especulador define nuestro tiempo -relata Elena Foster Ochoa, fundadora de la editorial Ivorypress-. Para él es un commodity como puede ser el oro o el petróleo."
El economista alemán Magnus Resch, fundador de la base de datos Larry's List, calcula que en el mundo operan entre 8000 y 10.000 coleccionistas, que acuden a galerías y ferias internacionales. De éstos, 3111 son visibles. Sin embargo, frente a la obsesión por la oscuridad que representan suizos y rusos, hay otros que buscan luz. Encargan sus propios museos a arquitectos de marca y los abren al público. Son colecciones que se miden por miles de obras y exhiben artistas muy próximos al mercado. Los propietarios saben que, además de prestigio y beneficios fiscales, abrir estos contenedores les permite comprar en condiciones preferentes en las galerías.
Eli y Edythe Broad lo representan muy bien. El 20 de septiembre inaugurarán en Los Ángeles el museo The Broad, que albergará su colección privada de más de 2000 obras, en un edificio que ha costado 140 millones de dólares. Una cifra asumible para quien gestiona una fortuna de 7100 millones. "Uno se convierte en coleccionista cuando va más allá de decorar la casa -explica el magnate-, entonces más que una pasión es una adicción." Por su parte, la galerista Oliva Arauna reivindica un coleccionista que "se implique más con los galeristas y los artistas. No que acuda a una subasta porque haya salido una obra barata".
Desde luego, la lírica no exime de la realidad de las cosas. Hay infinidad de coleccionistas atraídos por la exhibición del dinero y el estatus. La venezolana Ella Fontanals-Cisneros tiene una de las mejores colecciones de arte latinoamericano del mundo. Más de 2000 piezas que exhibe en su fundación (CIFO) en Miami. Pero se queja: "Surgió una multitud de nuevos coleccionistas que no sé ni cómo llamarlos. Un coleccionista tiene que tener valor, gustarle la investigación y buscar cosas nuevas".
Emilio Pi y Elena Fernandino, empresario y psicóloga, con una ambiciosa colección de videoarte, recurren a la historiadora de arte Raymonde Moulin para explicar de qué se trata coleccionar: "Una adhesión entusiasta a la contemporaneidad, el intenso placer de participar del descubrimiento y consolidación de artistas en el sistema, y el reconocimiento dentro de la pequeña y exclusiva sociedad de amantes del arte".
El coleccionismo actual se debate entre tener y ser. "La posesión de las obras es importante -apunta el coleccionista y empresario mallorquín Juan Bonet-, pero resulta peligrosa. Si sólo se basa en acumular al final pierde sentido y por tanto se pierde ilusión. Porque en este caso el número no hace al monje. Se pueden tener pocas obras y ser un gran coleccionista. Todo depende de si tenés un compromiso profundo con el arte y los artistas y te alejás de esa plaga bíblica que son los especuladores."
EL PAIS