Amar a Marguerite Duras, la autora de “El amante”, a veinticinco años de su muerte
La evocación del pasado colonial, el erotismo, la vida de posguerra y una sola pasión: escribir; el impacto de su obra y estilo sigue vigente en las escritoras argentinas contemporáneas
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A Marguerite Duras (1914-1996) le llevó más de treinta años obtener el prestigioso Premio Goncourt. En 1984, gracias a El amante, la exitosa novela con dosis de erotismo y elementos autobiográficos, protagonizada por una adolescente francesa y un chino adinerado, obtuvo un reconocimiento definitivo en Francia y en el mundo, con millones de ejemplares vendidos y que tuvo una continuación acaso innecesaria, en El amante de la China del Norte. En 1950, la crítica de su país y ella misma habían esperado que lo ganara por una de sus grandes novelas, Un dique contra el Pacífico, donde los asuntos y los acentos durasianos comenzaron a hacerse reconocibles para los lectores. En esa ocasión, la Academia Goncourt concedió el premio a Juegos salvajes, de Paul Colin. “No me lo dieron porque era comunista”, explicó Duras en una célebre entrevista televisiva con Bernard Pivot.
Hoy se cumplen veinticinco años de la muerte de Duras, que tuvo lugar en París, a los 81 años. El destino quiso que naciera en el seno de una familia francesa en Indochina, en una aldea cerca de Saigón, y que quedara huérfana de padre a los cuatro años. “Éramos colonos, blancos y racistas”, afirmó. El pasado familiar y colonial, del que sobresale la figura de su extravagante madre, revive en sus novelas más destacadas, como Moderato cantabile, El vicecónsul y El arrebato de Lol V. Stein (elogiada nada menos que por Jacques Lacan), y también en la atmósfera hipnótica de sus films, entre ellos, India Song (cuyo guion versionó en un libro homónimo), El nombre de Venecia, en Calcuta desierta y La mujer del Ganges. Fue también coautora del guion de una de las obras maestras de Alain Resnais, Hiroshima mon amour.
La escritora y directora francesa describía así su método literario: “Dejar que una palabra venga cuando viene, atraparla en el aire, ponerla al principio o en otro lado, en el momento en el que pasa. Y escribir rápidamente, para no olvidar cómo llegó esa palabra. A eso lo he llamado ‘literatura de urgencia’. Yo avanzo, no traiciono el orden natural de una frase. Posiblemente eso es lo más difícil, dejarse hacer, abandonarse. Dejar que el libro sople su propio viento”. El poeta y traductor Silvio Mattoni caracterizó el estilo durasiano: “Las frases breves, elípticas y lacónicas a la vez, la importancia de los espacios en blanco, los contenidos sentenciosos y las anécdotas reducidas a dos o tres sucesos que retornan permanentemente, con cierta estructura de motivo musical que se recupera siguiendo variaciones en el desarrollo del libro”.
Pero no solo el jurado del Goncourt trató con frialdad a Duras por décadas. La escritora y actriz Camila Sosa Villada recuerda que, en cuanta entrevista concedió la autora de La lluvia de verano, se acordaba de dos iconos de la cultura francesa. “Siempre me quedó resonando esa anécdota que ella cuenta en una de las entrevistas de La pasión suspendida, cuando le mandó un manuscrito a Jean-Paul Sartre, y Sartre le respondió que ella no sabía escribir. ‘Y esto no lo digo yo, sino que lo dice una mujer que sí sabe escribir y que está sentada a mi lado [Simone de Beauvoir]’, le dijo a Duras por teléfono. Desde entonces, ella les tiró bosta a Sartre y De Beauvoir con frases como ‘Hay gente que cree que escribe y luego están los que escriben’”. La memoria de la vida sociocultural francesa late en las ficciones y ensayos de Duras, que dan la impresión de haber sido escritos en contra de alguien o de cierto tipo de arte. “Reprocho a muchos libros que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, organizados, reglamentados, se diría que están conformes… buscan la forma correcta, la habitual, la más clara e inofensiva”, declaró.
“El primer libro de Marguerite que leí fue El amante; es un libro que puedo releer décadas después y no ha envejecido -dice la escritora Dolores Reyes a LA NACION-. La forma en la que Duras escribe la primera relación sexo-afectiva es de un impacto de vitalidad pocas veces transitado. Nadie permanece indiferente al encuentro del amante, al descubrimiento del cuerpo del otro y del placer, ni a su pérdida, ni siquiera la propia protagonista”. En esa novela, que fue llevada al cine en 1991 por Jean-Jacques Annaud, se lee: ‘Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinte años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí”. Tusquets reeditará El amante en las próximas semanas en la colección Andanzas.
La autora de Cometierra destaca también El dolor, “un diario muy particular que registra los últimos años de la guerra en los que ella está esperando a Robert Antelme, su marido, que ya no ama y que es también el padre de su hijo muerto al nacer”. Allí se cuenta el modo en que el futuro presidente de Francia, François Miterrand, rescató a Antelme del campo de exterminio nazi de Dachau. Los tres formaban parte de la Resistencia francesa a la ocupación alemana. “Es una escritura que ha quedado sepultada en el olvido, la propia escritora encuentra sus cuadernos y no se recuerda escribiéndolos, pero su materialidad la vuelve inapelable -agrega Reyes-. El dolor es también un diario sobre la guerra, un diario de la incertidumbre, un registro del comercio cotidiano con la muerte y las mutilaciones y de nuevo, la pérdida, todo aquello que es y ha sido siempre la guerra en el universo de las mujeres. Pero además de sus novelas y su diario, el libro que me hace admirarla y leerla con pasión hasta el día de hoy es Escribir. Duras se sumerge como nadie en la escritura y sus condiciones de posibilidad, que son las necesarias para seguir existiendo. Ella es eso, ese acto constante de escribir, y la necesidad de silencio, soledad, y de no someter su escritura a nada ni a nadie”.
La escritora y traductora Vivian Lofiego señala que, en Rocas Negras, en Trouville-Sur-Mer, se encuentra la casa donde, desde 1963, Duras vivió por temporadas, lejos de París, y que compartió con su amante y secretario personal, el escritor Yann Andréa, autor de M. D., crónica de la cura del alcoholismo de la escritora. “La caída de la tarde huele a yodo, a diálogos interminables y silencios que se acompasan al ritmo de una de mis escritoras más queridas del siglo XX -dice Lofiego, que publicará este año La lengua de Medusa-. No puedo no amar a Duras. Ella: la incorrecta. Recorro su silueta menuda en la vastedad de las playas normandas, desde Un dique contra el Pacífico, de 1950, hasta Es todo, de 1995″. En su opinión, ningún otro autor francés “habló, sin hablar, del amor con mayor introspección, sensualidad e intensidad”.
Duras no temía a la muerte. “Pero sí, en cambio, a no reencontrar el estado necesario para la escritura -destacó-. Cuando entro en mi libro, cuando me siento en mi escritorio, tengo la impresión de entrar a alguna parte. Ahí no estoy sola. Se trata de un lugar pleno, abundante. Y al mismo tiempo difícil, porque ahí no se pueden cometer errores. Escribir es sagrado”. Su pasión por la escritura, que se mantuvo incólume ante la adversidad, trasciende las épocas.
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