Alvaro Mutis: de viaje, pero en casa
Después de un largo silencio, el escritor colombiano, creador de Maqroll el Gaviero, habla de su niñez, del mar y de sus obras. Además, declara que rechaza el mundo informático y la política: jamás votó
Aceptó de manera excepcional esta entrevista, en su casa de México. Irá a la Feria del Libro de Guadalajara, como invitado de honor, y prepara nuevos libros, entre ellos, uno para los lectores de Maqroll.
Estos días de junio en Ciudad de México son calurosos y las noches, frías como las madrugadas. Un sol inmisericorde me acompaña en el recorrido por una de las monumentales avenidas periféricas de dos pisos del DF que parecen desafiar todas las leyes de la arquitectura y la gravedad. A medida que me acerco a mi destino, la mole de cemento se va convirtiendo poco a poco en un laberinto de vías y calzadas que se van reduciendo progresivamente de tamaño hasta culminar en una pequeñísima calle de escasos metros de ancho por la que difícilmente circulan unos pocos automóviles particulares.
Avanzo y un enorme muro de piedra con un discreto portón de madera anuncia la entrada a la casa de Alvaro Mutis. Toco el timbre y, casi instantáneamente, una joven de impecable delantal blanco me abre la puerta. Adentro circula un aire fresco y reconfortante con el que la vivienda forrada de hiedra y buganvilias moradas respira rodeada de un bello jardín. Segundos después, por un pasillo, aparece Mutis con su sonrisa de siempre, su porte de su sonrisa de siempre, su porte de dandi y su característica voz de acentos nasales que se escucha a varios metros a la redonda. Vive en un ambiente tranquilo, sin ruido, al sur del D.F.
Nos dirigimos a un pequeño estudio ubicado a unos pocos escalones arriba del comedor. A través de la puerta-ventana que mira al jardín se observan matas de plátano al mejor estilo tolimense.
"Fue lo primero que hice hace 27 años cuando compré esta casa -comenta con satisfacción-. Sembré estas matas para acordarme de la hacienda Coello, la finca en el Tolima que mi madre heredó de mi abuelo y que de niño fue para mí la revelación del mundo. La última vez que estuve allá fue hace cinco años."
Coello marcó para siempre su vida y su obra; es su paraíso perdido, su lugar anhelado, la fuente y eterno motivo de su escritura; el rincón de tierra caliente de donde surgió el universo mutisiano. Le pregunto si las matas de plátano aguantan el clima mexicano durante todo el año. "Por supuesto -responde efusivo-, yo hago que aguanten."
Salimos al jardín, desde donde se ve la casa forrada de hiedra en el exterior y libros en el interior. En uno de los muros se aprecia su poema "Nocturno" inscrito en un afiche de color verde oscuro, regalo de Gonzalo García Barcha, el hijo de Gabriel García Márquez. "Se lo escribí precisamente a estas matas de plátano", dice, y lo lee en voz alta, con la misma voz que lo hizo famoso en la locución y el doblaje de películas para cine y televisión.
"La razón de ese amor y de la importancia vital, esencial para mi existencia, de Coello, es que tenía entonces diez años y veníamos de Bélgica, donde habíamos estado seis años porque mi papá era ministro consejero de la Legación en Bruselas. Cuando regresamos, llegamos por barco a Buenaventura, porque Coello queda por la carretera de Occidente entre Ibagué y Armenia. Ahí nos quedamos dos semanas en las que no hice más que andar por los cafetales, bajar a los ríos, ver pasar el río Coello, turbulento, con esas aguas totalmente vivas, y todo eso me quedó para la vida. Fui devorado por el paisaje, el ambiente, el olor de los frutos y las matas de café florecidas. Tengo a Coello vivo adentro. Mis siete novelas tienen páginas enteras sobre paisajes, situaciones y momentos que pertenecen a ese lugar y a los ríos Cocora y Coello, que se encuentran ahí."
Coello constituye uno de los cuatro ámbitos esenciales de Mutis, con la Europa de su niñez, el mar de sus viajes intercontinentales en barco, y Colombia, de la que se exilió voluntariamente en 1956 por un error laboral que, tres años después, le costó dieciséis meses en la cárcel mexicana de Lecumberri, experiencia que enriqueció su vida y su creación literaria y donde escribió su famoso Diario de Lecumberri publicado en 1960.
Luego, se radicó definitivamente en la capital mexicana, en la que lleva 51 años, sin dejar de ser jamás -como enfatiza- "cien por ciento colombiano".
Hoy su vida transcurre entre la lectura, la familia y sus amigos más cercanos "a quienes estimo mucho y han sido conmigo de una generosidad extraordinaria". Escritores como Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, entre otros.
Por teléfono me dijo que está trabajando en las mañanas.
-¿Está escribiendo?
-Sí, de vez en cuando, ahí voy. Siempre ha sido conmigo lo mismo, tengo períodos en que voy cocinando todo.
-¿Significa que está preparando algo nuevo? ¿Otra novela?
-Todavía no, pero más adelante sí. Puede haber una o tal vez muchas novelas pendientes todavía. Desde que comencé a escribir, e imagínate que mi primer poema lo publiqué en 1941, lo que hago es que voy jugando con ideas e imágenes, con frases enteras; voy madurándolas en la cabeza pero nunca tomo nota ni apuntes... y hay un momento en el que me siento a escribir en esa vetusta máquina eléctrica Smith Corona que ves ahí. Pero nunca tengo ni fechas ni preparación concreta sino que dejo que me vaya trabajando el tema. Sí tengo proyectos para poner a trabajar a Maqroll, que no esté por ahí de vago.
Paradójicamente, Mutis nunca ha vivido de la literatura sino de la variedad de cargos que desempeñó que, sumados a una cantidad de experiencias inverosímiles, constituyeron buena parte de su materia prima literaria. Una trayectoria vertiginosa que lo hizo pasar de locutor de noticias y actor de radionovelas a gerente de ventas para América latina de la Twentieth Century Fox y de la Columbia Pictures, pasando por director de la Radio Nacional y la emisora Nuevo Mundo, promotor y vendedor de publicidad para televisión, conductor del programa Encuentros de Televisa, director de publicidad de Bavaria y de la Colombiana de Seguros, jefe de relaciones públicas de la aerolínea Lansa y de la petrolera ESSO, y hasta narrador en la compañía de doblajes Cinsa, donde su voz identificó durante años la serie Los intocables que recreó la persecución de la policía de Chicago contra la mafia de Al Capone.
En sus correrías de escritor, ejecutivo y relacionista, dio varias veces la vuelta al mundo durante 50 años y aún hoy su destino sigue marcado por el viaje y el irremediable hilo conductor del oficio de la escritura.
-¿Qué piensa hoy del oficio de escribir?
-Lo que he pensado siempre. Es como un destino. Desde que naces estás marcado para dejar por escrito una parte muy íntima y esencial de ti que sientes que compartes con el resto de la humanidad.
-Uno de los aspectos recurrentes en sus obras es la importancia del "viaje", entendido como ese "proceso interior" en el que radica lo verdaderamente valioso y trascendente del ser humano. ¿Cómo definirlo?
-Es un poco difícil, pero diría que es llegar a lo esencial del yo. Tiene que ver con entusiasmos, lugares, personas, manera de responder sentimentalmente a ciertos estímulos. Estar acompañado de eso y mirarlo interiormente es importantísimo. Es como algo siempre vivo, algo que está marchando y que, mientras uno viva, está con uno.
-Otro tema que sobresale en su obra es el "destino", como algo ya trazado que hay que dejar fluir. ¿Existen, para usted, esos hilos invisibles que determinan la vida?
-Sí claro, uno los va tejiendo sin saber y sin darse cuenta. Cuando todo llega a cierta madurez, ya el camino está hecho. Ese es el destino. Es lo que uno construye desde niño, pero no es nada que venga de otra parte.
Aficionado a la historia, los viajes, los libros viejos, la épica de Homero y la poesía de Machado, Mutis es un lector y relector voraz, admirador de Conrad y de Cervantes, que tiene un manejo preciso y refinado del lenguaje donde poesía y prosa van de la mano nutriéndose de un diálogo entre Europa y América.
García Márquez lo ha descrito varias veces como "el hombre más simpático del mundo", generoso, inolvidable y genial, aunque extrañamente "insensible al bolero" y con una "vocación feroz por el billar" que le impidió terminar el bachillerato. También ha dicho que es el primer lector de sus originales y que él mismo "no podría decir qué tanto hay de él en casi todos mis libros, pero hay mucho". Mutis fue su asesor histórico para su discurso al recibir el Nobel y, por petición suya, redactó secretamente el que leyó en la cena de gala ante el Rey de Suecia. Una amistad que tiene incluso un diálogo casi criptográfico que se evidencia en títulos como La nieve del almirante y El otoño del patriarca ; o El general en su laberinto , que García Márquez escribió al enterarse de que Mutis había quemado su novela sobre Bolívar.
-¿Qué opina de las nuevas generaciones de escritores, tanto colombianos como internacionales, de la literatura que se está haciendo hoy?
-No tengo una noción muy clara todavía porque en eso, tal vez sea mi error, me quedo con mis clásicos y con mis libros de historia. He leído casi más historia que literatura, entonces prefiero no opinar de las nuevas generaciones porque no sería un juicio ni justo ni objetivo.
- O, invirtiendo la pregunta, ¿hacia dónde cree que debería ir la literatura?
-Las literaturas no deben ir a nada. Cada escritor debe ir al centro de su propia persona, de su yo. Eso de tendencias y estilos se olvida, se acaba y pasa completamente, es mejor no hacerles caso.
- Frente a la literatura misma, ¿qué se pregunta hoy?
-El hombre, hasta el último día que viva sobre la tierra, estará en condición de escribir poesía y de ser poeta aunque nunca lo diga y nunca lo confiese. Lo que pienso es que siempre estará la palabra escrita y ella nos acompañará hasta el último día, a pesar de las computadoras y de todo ese horror. La computadora es la manera de hacer desaparecer al ser humano. Supuestamente la inventaron para acercar a la gente, pero a lo que te acercas es al aparato. Internet acaba con los seres vivos. Se pierden las caras, el contacto con la persona. Eso no es progreso.
Entre 1986 y 1993, Mutis inició una etapa de creación vertiginosa que lo llevó a publicar una novela por año hasta culminar los siete libros de la saga de Maqroll, que luego sería publicada en un volumen único. Una obra situada en atmósferas tropicales impredecibles y delirantes donde confluyen toda suerte de circunstancias y sentimientos, y donde el telón de fondo es casi siempre la selva húmeda, monótona, descolorida, tan hostil y atroz como destructora y demente.
En ella, juega al mismo tiempo a ser el "biógrafo" de Maqroll, una especie de "seguidor" comprometido y preocupado por recopilar y narrar los pasos del Gaviero: marinero sesentón y solitario, desencantado del alma humana, errante, nostálgico y enfrascado siempre en oficios raros y empresas absurdas que de antemano sabe que terminarán mal pero que asume resignado en medio de su introspección permanente. Contrario al aventurero y triunfador, Maqroll es el antihéroe; un héroe más humano, del que se desconoce el origen y el destino y para quien lo esencial del viaje es el trayecto mismo, pues tampoco tiene un lugar al cual regresar. El encargado de la gavia -lugar más alto de las embarcaciones desde donde puede ver el punto más lejano del horizonte- vive circunstancias llevadas al límite, salvándose siempre milagrosamente un segundo antes del naufragio.
-¿Desde el principio tuvo la idea de que fueran siete novelas?
-No. La primera la comencé como un cuento y después me quedé pensando que ese cuento necesitaba un futuro, que había que seguir contando lo que iba a pasar. Así escribí La nieve del almirante y así se fueron dando las siete. La última escala del Tramp Steamer , por ejemplo, tiene un especial significado para mí porque fue en la que más sangre mía metí.
-Entiendo que está escribiendo poesía por estos días. ¿Recuerda algún verso reciente?
-Con lo que escribo me pasa una cosa muy curiosa. Si lo estoy trabajando, es decir, si todavía estoy manejando ese material y aún no se ha convertido en realidad, no tengo con él mucha familiaridad y no lo muestro nunca. Y después, cuando ya está publicado en libro, no lo leo.
Le insisto en que me muestre algo de lo que está escribiendo. En un comienzo se niega, pero termina por levantarse del sillón y hurgar en los cajones que están debajo de su máquina de escribir. No encuentra nada. Vuelve a dar otra mirada y nada. Finalmente, en un tercer intento encuentra una hoja suelta, escrita con su letra, que él mismo casi no logra descifrar.
Con seriedad teatral me pide que no me burle de su caligrafía, pues esos trazos oblicuos y puntudos de difícil lectura, de los que García Márquez decía con humor que "harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania", resultan hasta para él de un aspecto jeroglífico. "Primero, mira lo que son mis apuntes de los poemas -me indica-, puros garabatos. Además, te voy a pedir un favor muy en serio, no te vayas a reír de mi letra; Gabo dice que escribo como Drácula." Luego de observarlos por largos segundos, descifra en desorden algunos versos inéditos y los lee en voz alta: " Para nombrar las cosas más cercanas/ esas que nos señalan a la vida/ vana pregunta/ Esa hora llegó/ ... y este mismo ejercicio desemboca/ en la vasta laguna de los muertos ".
Le pregunto por el Gaviero, ¿ha tenido noticias de él? "Sí, claro, a cada rato, sigue vivo". ¿Y dónde está, qué fue lo último que supo? Mutis ríe nervioso como un niño que acaba de cometer una travesura. Mira como buscando por dónde escaparse, pero insisto: como no puede escabullirse, agrega vacilante: "Es que no puedo contarte porque entonces..." Claro, las andanzas del Gaviero no han concluido y pronto tendremos noticias "oficiales" de él.
- El mar ha sido un elemento muy importante en su vida y en su obra. ¿Qué significa para usted?
-El mar es una región que hay que conocer y que hay que vivir, porque es tan absolutamente distinto y opuesto a la tierra donde vivimos que estar en el mar es estar en una inmensidad de una energía y una vitalidad que uno siente que la tierra no tiene. La tierra tiene otra vitalidad, que son los vegetales, pero no tiene ese movimiento continuo ni ese dominio sobre todo. El mar es dueño de todo su espacio, y todos, siempre que llegamos al mar, somos como unos visitantes transitorios. -Ese mar, que usted describe tan opuesto a la tierra, ¿representa también la antítesis de todo lo que usted critica del ser humano y del mundo contemporáneo: el progreso, el desarrollo, la tecnología, los medios? ¿Es un lugar sagrado para usted porque ahí no hay nada de eso?
-Desde luego. En el mar todo eso no existe. Ahí no hay necedad, avaricia, ni todos los defectos que en estos tiempos se han vuelto ya una situación siniestra que está por todo el mundo.
-¿Cómo ve a Colombia en ese contexto?
-Cada país está viviendo en una situación tan crítica y tan terrible que el otro día en un periódico de México salió un titular que tú comprenderás la impresión que me causó. Decía, refiriéndose a la violencia: "México está peor que Colombia". Quiero aclarar que eso lo dijo el periódico, no yo, porque como extranjero acogido en este país no tengo derecho de hacer juicios de ninguna especie ni quiero hacerlos.
-¿Considera que hay algo de la violencia de Colombia que es diferente de la del resto del mundo? ¿O es el hombre en general el que está mal?
-No. Es la misma. El presidente del país más poderoso organizó en el Asia menor una Colombia multiplicada por mil. Ahí se está matando la gente en una forma siniestra por nada, porque todo se basó en una mentira. Entonces, ¿qué podemos decir ya de ningún país?
Como lo ha expresado muchas veces, Mutis habita en una época de la que se siente extranjero. Considera que los medios se han vuelto de "incomunicación" y "voceros de todo este horror que estamos viviendo"; a la globalización como "un crimen que convierte al mundo en un gran supermercado"; y no responde preguntas sobre narcotráfico, guerrilla, paramilitarismo o violencia, por una sencilla razón: "Porque después de estar cincuenta años ausente, siento que no tengo derecho a juzgar la situación colombiana".
-¿Qué opina de la decisión de Fernando Vallejo de renunciar a su nacionalidad?
-Pues creo que Fernando debe de haber tenido de repente una visión de "su" Colombia, de la que a él le ha tocado vivir, tan brutal y tan difícil de convivir con ella que resolvió romper relaciones con esa presencia, con esa Colombia que llevaba adentro.
-¿Tiene alguna ideología, creencia, religión?
-No. Nunca he votado, detesto la política, no me interesa para nada. Me interesa pero cuando ya es historia; es decir, cuando ya no es actual con todos los defectos y las mentiras convertidas en actos de fe.
-¿Qué rescata del ser humano?
-Sobre el hombre soy muy escéptico, sobre todo en estos tiempos. Realmente el ser humano no está para rescatarle nada, está siniestro. Claro que pensar en el ser humano así, en general, es muy difícil para mí porque tengo que pensar entonces en mis amigos, en la gente que conozco, estimo y quiero, y que forma parte de mi vida.
El Tiempo/GDA