Alta fidelidad. Pombo’s Blues: para el arte lo que es del pueblo
Que un artista suba sus imágenes a la web no es ninguna novedad. Más aún parece la estrategia natural cuando mucha de la producción visual que el sistema del arte todavía no se decide (en el mejor de los casos) a calificar como artística (memes, GIF, reels y otros microgéneros) es producida y exhibida en el ciberespacio. Por eso es que museos y galerías mudaron sus salas a cuidadas producciones para Internet que incluyen la antigua visita guiada (subgénero del turismo) ahora en forma de paseo en 360 grados. Pero hay artistas que toman decisiones artísticas como Marcelo Pombo (Buenos Aires, 1959) que durante la cuarentena llevó adelante un viejo anhelo: liberar sus imágenes. Suena setentista o neo (“los pibes para la liberación”, entre otros hits), pero se parece más a ese espíritu utópico que la revista Wired veía en los early days de Internet y no fue tanto. Pero Pombo que subió 240 dibujos producidos entre 1982 y 2000 no busca consumidores ni usuarios sino que su obra vuelva a su fuente: la cultura popular. Los quiere ver intervenidos, en memes, stickers, GIF, cómics y hasta tatuajes. Libera su arte (bajo las condiciones de Creative Commons) para que se expanda y en el camino la autoría se diluya hasta volverse puro folk visual.
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“Liberación, liberación”. Todavía me estremece ese final de “Para el pueblo lo que es del pueblo” que llegó justo para cuando además del vello púbico había surgido una mínima conciencia del lugar donde vivíamos en los primeros ochenta, entre la euforia del mundial y la antesala de Malvinas, enésima remake de El Matadero. Y sí. Ahora se lleva creer que los X porteños nacimos escuchando Ramones (la remera elegida por los conductores in de la tele) pero no: antes de Ramones yo escuché “El Pibe Ramón”, que es otro Juanito Laguna, en la voz de Piero que era uno que había vuelto del exilio y esas cosas que empezábamos a entender. Y la voz de Piero cantando “Para el pueblo lo que es del pueblo” la descubrimos después porque primero era de todos y era de nadie. Ya la había escuchado en la cancha de Boca Juniors al lado de mi viejo, que nunca quería ir a la cancha, pero ese día me escuchó cantar “Porque cuando el pueblo sabe no lo engaña un brigadier” cómplice de la tribuna y desafiante para él, un militar retirado. La letra se aprendía, alguien la tocaba en alguna casa, andaba por ahí. El disco era de 1973, pero para nosotros era lo nuevo, lo que había que cantar cuando se tenía la edad suficiente (13) para empezar a entender lo que había estado pasando apenas tres, cuatro años antes. “Para el pueblo lo que es del pueblo” no sonaba en la radio porque, obvio, estaba en la lista negra (también estaba Cacho Castaña, ojo) y mucho menos en las discotecas porque no era para bailar. Era una catarsis, se la cantaba porque contagiaba algo que no sabíamos bien qué era pero que tenía el sabor de lo prohibido y de cierta revancha. Era de nadie y era de todos: una canción liberada.
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A Pombo le tocó ser parte del underground que llegó para dinamitar esa contracultura anquilosada de los 70 con una iconografía que fue calificada con miopía severa como “light” (como toda la escena del Rojas), pero que era tan o más política que el arte que se asume testimonial. Por la elección de sus materiales y cierta ternura, sus pinturas, dibujos y collages armaron un catálogo de imágenes pop povera en los que también daba cuenta de su activismo gay. Como él mismo lo explica en uno de los videos que acompañan la web de Imágenes Liberadas sus raíces están en estéticas del consumo masivo como fueron el cómic y las tapas de los discos del rock argentino (muchas de ellas diseñadas por Juan Gatti, que continuó por otros medios la estética de Cancela & Mesejean) de los primeros tiempos: Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, La Pesada et al. Es Pombo y ningún otro artista el que, como un Duchamp plebeyo, elevó el tocadiscos Winco a la categoría de arte interviniéndolo con una lluvia de colores al estilo Pollock. Es una de las obras más significativas del arte contemporáneo (por su capacidad para resignificar un diseño popular) argentino y forma parte del acervo de Bellas Artes. La clase de artefacto donde se tocaba “Para el pueblo lo que es del pueblo” antes de que fuera una canción prohibida y, después, liberada.
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