Alta Fidelidad. Peronismo: el arte de lo innombrable
Coinciden las muestras “La participación al poder”, en el CCK, y “Luz y Fuerza”, en el Malba, que de maneras distintas aluden al movimiento que marcó la irrupción de la clase obrera en la vida política y social de la Argentina
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Pasaron 55 años hasta que uno de los hijos del fotógrafo encontró los rollos con los negativos de una acción que hasta entonces solo había formado parte de la leyenda oral sobre Alberto Greco. En 2006 Karim Makarius reveló (en todos los sentidos posibles) la serie de fotografías que su padre Sameer le había tomado al iconoclasta que dio el disparo de largada del arte contemporáneo con una pegatina en la calle Corrientes de un afiche en el que se leía “Alberto Greco: ¡Qué grande sos!”. LA NACION informó en 2017 de la venta de ocho fotografías vintage de esa serie al MoMA de Nueva York en una operación en la también sumaron el manifiesto Vivo Dito como documentos del rol de Alberto Greco como “pionero de la performance”. Una de las fotos muestra al trabajador anónimo contratado por el artista para realizar la pegatina no exenta de riesgo. Filoso, el iconoclasta kamikaze se atrevía a samplear una parte de la marcha peronista prohibida entonces hasta casi para ser silbada en la calle. ¿Pero era la ahora llamda “performance” de Greco un acto de resistencia? En absoluto, más bien una boutade propia de su manual de autoficción que siguieron al pie de la letra los artistas del Di Tella y que se consumó con el Obelisco de Pan Dulce de Marta Minujín en 1979, happening asistencialista que traía, también de forma imperceptible, las navidades de Evita repartiendo sidra y pan dulce en plena dictadura. Tampoco hubo en esta obra masiva un declaración política sino más bien un déjà vu desviado del aparato de propaganda, corazón visual de un movimiento sin artistas que lo representaran en su momento con la excepción del retratista oficial Numa Ayrinhac.
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Sin su nombre en ninguna de las boletas que competirán en las PASO el 13 de agosto, lo peronista aparece volcado ahora en el núcleo duro del arte como apropiación o archivo expandido. Casi coincidieron en su inauguración las muestras La participación al poder (CCK) y Luz y Fuerza (Malba) que, de maneras muy distintas aluden al movimiento que marcó la irrupción de la clase obrera en la vida política y social de la Argentina. En el segundo piso del CCK lo que se exhibe son parte de las veinte mil cartas que sobrevivieron a la convocatoria hecha por Perón para el Segundo Plan Quinquenal en 1951. La necesidad de adaptar el archivo a un espacio en el que se exhibe arte contemporáneo deviene en configuración de muestra. Artistas son invitados a establecer un dialogo con esas cartas (70 mil en su momento) escritas a veces por particulares, otras por municipios, pero en todo caso tan anónimos como el jornalero que ayudó a Greco en su pegatina por el microcentro y que acaso haya escrito también su humilde pedido siguiendo el slogan “Perón quiere saber lo que el pueblo necesita”. Solo la obra mural de sitio específico de Daniel Santoro, iconógrafo de la arcadia peronista, hecha sobre las paredes de una de las salas cumple en darle una visibilidad imaginaria a esas voces perdidas en el archivo diezmado. Perdidos, aparecen los afiches de propaganda con los que se publicitaba el Plan Quinquenal inspirados en los de New Deal de Roosevelt lo que podría conformar una escuela nunca homologada: Arte del estado de bienestar. Era esa la imagen, la visualidad detrás del repiqueteo de miles de máquinas de escribir o el susurro de tantas otras plumas fuente. Artistas siempre anónimos y subalternos tal como el jornalero de Greco, cómplice en una de las obras más atrevidas de los 60.
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Ironía de la posmodernidad tardía (si es que seguimos ahí o vaya a saber dónde), el nombre de un sindicato nacido en el seno del peronismo sirve ahora para una muestra sobre la espiritualidad en el arte contemporáneo del nuevo milenio. En el subsuelo del Malba, casi en espejo invertido a la muestra de diseño que cierra hoy tras el paso de 200 mil personas atraídas por el país industrial que fue, el cartel de Luz y Fuerza arranca una leve sonrisa acaso como si el gesto de Greco terminara de consumarse pero ya sin ningún riesgo. La evidencia de que los espíritus de los Luz y Fuerza Agustín Tosco (líder del Cordobazo dibujado por Castagnino para un afiche) y del desaparecido Oscar Smith fueron al fin conjurados, como en la volátil canción del segundo disco de Pescado Rabioso (“Mi espíritu se fue”, 1972)
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