Alta Fidelidad. Mundial: el arte de ponerse la camiseta
Es la noche previa a la apertura del irreal mundial de Qatar y en la radio suena, trémula, la voz chiquita de Cyndi Lauper, la primera aspirante sin éxito a suceder a Madonna, cantando su balada “True Colours”. “Pero te veo a través de tus colores verdaderos/brillando/veo tus colores verdaderos y por eso te amo/por eso no tengas miedo de mostrarlos/tus colores son verdaderos y bellos como un arco iris”, se le oye. ¿Podría haber sido esta muestra de pop nochentoso la canción de apertura de la competencia que cada cuatro años paraliza al mundo? Por supuesto, más cuando selecciones como las de Alemania y Dinamarca desafiaron la homofobia del Emir anunciando que lucirían un brazalete con los colores de la diversidad sexual, el arco iris LGTBI+. No lo hicieron, al fin. Y una vez que la pelota rueda es imposible detenerla. Pero la balada de Lauper va más allá de esta coyuntura socio-cultural. Si nos escolarizaron memorizando que la pintura es el arte de combinar los colores, cuáles fueron esos colores verdaderos que explotaron ojos adentro sino los del descubrimiento de las camisetas de fútbol, puras combinaciones de tonalidades que terminan por definir una idiosincrasia. Si no lo tuviéramos tan naturalizado qué otra cosa sería sino un espasmo abstracto eso de gritar “dale rojo” (¿Rothko?), por citar apenas un ejemplo. Todo es color en el fútbol como en la pintura. Se es del verde o granate, celeste, bicho colorado, bleu, verde-amarelo (¿Brasil o Van Gogh?) y así. Hasta los que crecimos con la televisión haciendo rayas como en una intervención de Nam June Paik veíamos nuestros colores en la pantalla blanco y negro.
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Nadie entendió mejor esto que Rosana Fuertes, una artista nacida en Mar del Plata cuyo nombre un tanto relegado vuelve justo a tiempo como un búmeran. Hincha de San Lorenzo, Rosana, ojo de artista, pudo observar en la cancha el fenómeno de dos extraños abrazados gritando un gol. Y cruzó el puente roto entre el arte moderno y contemporáneo con el fútbol que aporta un insumo muy alto a la cultura visual. Berni se había aventurado con “Club Atlético Nueva Chicago”, botijas posando como profesionales que el MoMA se llevó por poco más de mil dólares en los años 30 y Pablo Suárez, su follower, retrató al mediocampista Marcelo Trobbiani (mi ídolo) en una pintura que pasó fugaz por una edición de Expotrastiendas y nadie sabe decirme dónde volver a verla. Pero el fútbol nunca fue tema del arte de forma tan directa como cuando Rosana empezó a trabajar la forma de camisetas como soporte recortándoles su forma en cartón y acrílico. Su obra “Los 60 no son los 90″ es rescatada en la muestra El arte es un misterio (Colección Amalita) donde se revisa la década encendida por el Rojas mientras que otra versión expandida de aquella instalación que había mostrado en la Fundación Banco Patricios (sponsor de mi camiseta de Ferro) fue realizada por ella a pedido de los curadores de Figuritas (Casa del Bicentenario), que indaga en la conexión fútbol-arte. Pero entonces, 1994, Fuertes estaba un poco en desacuerdo con esa relación “liviana” entre los 60 y los 90 y se sentía, junto a su pareja (el artista) Daniel Ontiveros, muy afectada por la ola de privatizaciones que encaraba el menemismo. Tuvieron que dejar Mar del Plata porque perdieron el trabajo y en el conjunto de camisetas en el que venía trabajando desde 1992 se agregaron unas con la imagen del Che de Korda y otras con el Menem más sonriente. Los noventa no fueron los sesenta, claro está, y tanto el Che como Menem tienen en su obra algo del Ecce Homo de Borja. Distorsiones de la historia que una artista muy aguda supo captar. El Che de los tatuajes, los trapos y el rock alternativo se había vuelto inofensivo y no servía para ninguna revolución, así como el caudillo riojano no había llegado para poner en marcha una reentré del peronismo clásico.
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“Mi sueño es diseñar camisetas de fútbol”, me dice Rosana en el entretiempo de Uruguay vs Corea del Sur. Entonces hablamos de las camisetas de Qatar 2022. De la variedad de rojos que hacen que todas juntas se parezcan a esa serie de monocromos de diferencias apenas perceptibles en la que se esmera Juan José Cambre. Incluida la de Holanda que de piel naranja en el 74 y 78 (hitos del diseño gráfico ambos mundiales) pasó ahora a una tonalidad fronteriza acaso por eso de llamarse Países Bajos. Y ni hablar del team belga conocido también por su color: Diablos rojos. Esta vez fueron más lejos en el diseño en una condensación avant garde desde el escudo donde la B tiene la tipografía inequívoca de la Bauhaus (¿un reconocimiento a Henry Van de Velde, el olvidado interiorista que empezó todo en Weimar?) a las medias de las que brotan llamaradas como en una pintura comic de Lichtenstein. O el amarillo pato (¿Fillol?) que parece imponerse en los arqueros. True Colours, más allá del negocio, los del fútbol y los del arte. Bellos como un arco iris, Cindy.
(Esta columna fue escrita y despachada con total incertidumbre en la víspera de Argentina-México)
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