Alta Fidelidad. Mona Lisa: del Louvre a Bad Bunny
Las vanguardias feroces de principios del siglo XX (dadaísmo, futurismo) pedían el cierre de los museos o, peor, el espectáculo de verlos arder. Pero, por el contrario, de a poco, las instituciones fueron absorbiendo una por una todas las formas iconoclastas del arte en sus colecciones. Hasta que la pandemia, la palabra de 2020, hizo realidad aquella demanda febril: los museos se cerraron. Y el arte se escapó a la calle y los smartphones. Vean sino el posteo que hizo el último jueves en Instagram el usuario @thdrawing y que acumuló 18.989 likes en apenas un día. "Imaginen que entran a un bus y la ven. ¿Qué pensarían de esto?" escribió como epígrafe de una foto imposible: la de una mujer de nuestros días de asombroso parecido con Gioconda, la misteriosa sonrisa pintada por Leonardo entre 1503 y 1519. El posteo no indica el nombre de esta Gioconda que escapó del óleo sobre tabla de álamo ni el lugar donde fue captada en su fuga del museo, de la historia del arte. Sí podemos saber que #monalisa tiene 1.713.735 entradas en Instagram, por lejos la obra de arte más etiquetada en la red social, un ícono cinco siglos vigente. Lo curioso es que se escrolea y se pispean las imágenes y lo que abunda son apropiaciones de la imagen renacentista: memes, selfies y demás subgéneros visuales de los tiempos digitales. La foto aquella del turismo de masas arremolinado frente a la pequeña pintura en el Louvre para fotografiarla fue cambiada por imágenes como esta: la de una Mona Lisa suelta en el transporte público.
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En diciembre de 2019, el sitio especializado Artsy publicó "Los 10 momentos que definieron el arte en la década de 2010". El primero del top, con fecha 10 de octubre, es "La creación de Instagram y su impacto en el mundo del arte". Allí se dice que con el lanzamiento de esta red social los artistas encontraron una nueva herramienta de marketing pero, sobre todo, "los curadores tuvieron que aprender a lidiar con hasta que punto una muestra es instagrameable". Así, las obras pasaron de ser museables (de calidad museo) a ser calificadas por su potencial de interactuar como iconografía de la práctica extendida de IG: subir y compartir la experiencia saltando el alambrado de lo privado y lo público. Fondos de pantalla o nueva forma de paisaje, son las instalaciones las que suelen rankear alto en el Insta-art. Artsy destacaba entonces la obra "Infinity Mirror Room" de Yayoi Kusama que aquí vimos en el Malba en 2013. Tiene su propio hashtag y posteos de todas partes del mundo: "Los feeds de Instagram se saturaron con la misma escena: una galaxia interminable de luces brillantes que convergen en una figura solitaria en una habitación oscura, un teléfono con cámara que oculta parcialmente su rostro". Lo mismo pasó en la Tate con "Your blind passenger" del danés Olafur Eliasson, un neblinoso túnel de luz donde los visitantes elevaban sus teléfonos en una postal casi religiosa. Y, claro, con "La pileta" de Leandro Erlich, también en Malba, por la que se hacían colas menos para sentir la experiencia extrañada de la arquitectura fake del artista que para sumar una versión propia al feed o las historias de IG.
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La plasticidad de Mona Lisa para ser resignificada empezó con el dadaísmo cuando Marcel Duchamp le pintó bigotes a una pequeña postal con la imagen de la obra. La insolencia del ready made venía codificada con una extraña sigla: "L.H.O.O.Q." El nombre de la obra deletreado era homófono del francés "Elle a chaud au cul" que traducido al español dice algo así como "Ella tiene el culo caliente" y que en francés era un vulgarismo para decir que una mujer estaba excitada. El juego fonético de Duchamp podría ser un verso apto para el perreo como los que impusieron al portorriqueño Bad Bunny no solo como el rey del reggaetón sino como una nueva firma del pop global. Al punto que en su español jadeante y de autotune logró que su disco de 2020 se convierta en el álbum latino más vendido de la historia. Así es como la revista del New York Times le dedicó su última portada con un magnífico perfil. Los versos de Bad Bunny mezclan el erotismo autorreferencial del ritmo con señas inequívocas de la vida y los protocolos digitales. "Solo comparto memes ya no te escribo nada/y me borré tu foto solo la puse privada" canturrea en "Si veo a tu mamá" montado en una apropiación del característico comienzo de "Chica de Ipanema". ¿Cómo Duchamp con Da Vinci? Bastante, sí. El álbum se llama "YHLQMDLG", sigla que significa "Yo hago lo que me da la gana". Claro, con 42 millones de oyentes mensuales en Spotify está en todo su derecho. Como Jeff Koons, cuyo Rabbit (conejo), una escultura de acero, se vendió en 2019 en 91 millones de dólares marcando el récord para un artista vivo. Muy vivos los dos.