Alta Fidelidad: Manal en Ferro Carril Oeste un 5 de mayo de 2024
“Javier Martínez estaba más cerca de ser un poeta concreto que un aprendiz de surrealista”; un homenaje al baterista y cantante del grupo Manal, que murió el 4 de mayo a los 78 años
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Una parte de la infancia disociada de la violencia política de los ‘70 puede contarse a partir de la colonia de vacaciones del club Ferro Carril Oeste. El cierre de las “Vacaciones Alegres” era como de otro mundo, aunque no todo hubiera sido tan “alegre” y los testimonios de chicos y chicas resistiendo la llegada del bus que los retiraba de sus casas formen parte de la memoria oral de Caballito como un eco de otro tipo de rastrillaje, apenas perceptible entonces.
La suelta de globos de colores con “Top of the world”, de Los Carpenters, era una performance de la felicidad q la que le habían puesto el nombre de “Fiesta del Color”. Príncipes de corderoy y princesas de plush expandidos a categoría de suceso plástico. Todo pintado desde la memoria: no hay googleo posible aquí, nada para alimentar a los inhallables almacenes de servidores. Es analógico, una Kodak con fecha mental improbable: octubre o noviembre de 1973.
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Esta tarde, empapado de forma sutil y constante por un rocío quirúrgico volví a sentir aquella sensación de los globos viajando al cielo en la “Fiesta del Color”. Pero ni yo era un micro-beatle de 6 años ni sonaban diáfanos Los Carpenters. En el entretiempo al que Ferro llegó ganando por un gol sobre Gimnasia y Esgrima de Jujuy la voz del estadio conspiró para que en su habitual pasada de avisos se escuchara “Avenida Rivadavia” de Manal, grabada en 1969. Es difícil pensar en otra canción pop que diga más sobre esta gente que (casi) llena el así llamado “templo” esta tarde de domingo.
“Caminamos una calle sin hablar, Avenida Rivadavia”, escribió ronco Javier Martínez y podría decir sin exagerar que en esa frase está mi vida. Una sumatoria de silencios de Rivadavia ida y vuelta por la superficie y el mundo oscuro del subte A. Silencios del amor, los desengaños, los trabajos mal pagos, los días felices, las intoxicaciones de la temprana juventud. Sin anuncios, sin bronce, sin recurrir a la inadecuada palabra “prócer” (guardémosla para los retratos de la Independencia y ya), Ferro programa Manal y nadie sigue la letra porque fue escrita hace 55 años y porque Javier Martínez no tuvo hits sino hitos. Era, decía, un filósofo que en los ratos libres hacía música. “Avenida Rivadavia” sonando en Ferro, tan cerca de Avenida Rivadavia, tiene la soltura de aquellos globos de la “Fiesta del Color”. Y es una bellísima e inesperada despedida del pionero arisco que no se adaptó a la ola masiva post Malvinas y eligió, como Moris, un destino de eremita.
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Un estadio casi lleno para ver a un club de fútbol que lleva más de veinte años en el purgatorio del ascenso fue el involuntario portal por donde la voz de Javier (interpretado por Alejandro Medina) transmutó de forma inadvertida. Salió por el sistema de sonido y (como puro sonido que es) se perdió en el aire como aquellos globos con Los Carpenters que nunca hubieran podido despegar si en 1973 se programaba Manal. Aquello hubiera sido un sabotaje. Porque las cosas del mundo se quedan imantadas, fijadas en el alquitrán de los blus y las canciones del trío.
Es que Javier Martínez estaba más cerca de ser un poeta concreto que un aprendiz de surrealista. Concreto en el sentido de la vanguardia musical de pos guerra. Concreto como Pierre Schaeffer, Stockhausen y el laboratorio del Di Tella. Por eso “Avenida Rivadavia” no es un postango ni, mucho menos, la precuela del rock neorrealista de los ‘90. Es poesía concreta: usa los materiales de la realidad tal cual son. Como hace en “Avellaneda blues” o en “La Mufeta” (con La Pesada) donde sobre un collage de ruidos del centro de Buenos Aires recita el mantra “diarios, mesas, pastas, caras, mufas, minas, bifes y nada cambia”. Capta un momento de Buenos Aires sin intervenir. Lo aísla como Alberto Greco en sus Vivo Dito o Marta Minujín en La Menesunda. En esa liga también jugaban Javier y Manal.
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No se trata de vanguardizar (y prestigiar) a Manal desde la historia del arte porque a la historia del arte se le pasó siempre que Manal se formó en esa misma sopa (así lo diría el Indio Solari que expandió la poética de Martínez hacia una hermeneútica que las masas descifraron a su antojo). Manal, formado en los laberintos del Di Tella y el bar Moderno, era el grupo más vanguardista del rock que se tocaba en Buenos Aires con tan pocos seguidores que no hubieran podido ocupar ni un cuarto de la tribuna popular que se tiñe de verde mascullando resignación y un escepticismo muy característico de Javier. Un confeso adherente, por otra parte, a la escuela de los filósofos “cínicos” de la Grecia clásica. Una antigüedad del futuro: eso era, es, Manal.
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En mayo de 1970, Marilú Marini cerró sola con su cuerpo el mito del Di Tella. Un monólogo de danza (“Maria Lucía Marini es Marilú Marini”) del que sólo puede saberse que bailó a Chopin, Vanilla Fudge, Spooky Tooth , Max Roach y, sí, Manal. Todavía hoy recuerda que la canción que eligió de “Javier” fue “Por que hoy nací”, una letanía existencialista (“El viento de los vivos me despertó”) que convierte a los Doors en música de calesita. Sentí algo de ese viento esta tarde cuando esperaba por el segundo tiempo en la popular que da a la calle Martín de Gainza y los globos de 1973 volvieron en una imagen mental intransferible despegando como satélites en fuga con el swing de “Avenida Rivadavia”.
En la mañana del lunes de París (mi trasnoche de laptop y Manal y La Pesada) Marilú, a quien le había mandado el video de Manal en Ferro (la voz lucha por imponerse entre el murmullo descuidado de los hinchas), me devuelve el wassap con un corazón negro y esto: “Javier nos dio mucho de él mismo”. Los silencios insondables de la avenida Rivadavia, por caso, a los que volveré a enfrentarme mañana mismo.
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