Alta Fidelidad. Mamushka brava: Oreiro y la vanguardia rioplatense en la Rusia de Putin
"Fiesta argentina". Se lee en un flyer que las fans de Natalia Oreiro reparten en la previa de un recital que la estrella uruguaya consagrada en Buenos Aires dará en un rincón lejano de la estepa rusa, antiguos dominios de la Unión Soviética que hoy quedaron dentro de los límites de Mother Russia. Esto que se ve en el documental "Nasha Natasha" es apenas una sample de un fenómeno absurdo, inexplicable, conmovedor. El boom de Natalia Oreiro en Rusia, con sus novelas y su construcción de cantante pop moldeada entre el Miami sound machine de Gloria Stefan y el retro Tarantino, es un caso de geopolítica pop. Su influencia de quince años en pre adolescentes que hoy son madres es tal que, incluso, ha desparramado en esas tierras lejanas la devoción por Gilda a quien se la baila en coreografías de "sábados tropicales" en Ekaterimburgo, San Petersburgo, Omsk, Ufa, Krasnoyarsk y también Moscú. La relación de la uruguaya que se convierte en la estrella pop que la Unión Soviética no se permitía (solo sacrificadas heroínas de la revolución socialista allí) desafía toda la circulación norte-sur hegemónica del entretenimiento. Reina de dos orillas, la Oreiro devuelve en la forma de un arquetipo de mujer libre los años de cultura rioplatense (en la pintura, la literatura, el folklore, el tango y el teatro) marcados por la influencia de la utopía socialista y las estrategias internacionales del PC, sigla que el desuso resignificó como Personal Computer.
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Natalia Oreiro además de ser un encanto (cualquiera que la haya entrevistado puede dar fe) es una tenaz protectora, una Madonna, del arte contemporáneo uruguayo del que se sabe rodear para potenciar sus productos. El guión y la dirección de "Nasha Natasha" le fueron confiados a Martín Sastre (1976), por lejos el videoartista más interesante de las últimas dos décadas en Latinoamérica. Sastre explota el humor y la crítica filosa a las instituciones culturales creando visiones imposibles como aquella de una Lady Di que no muere sino que termina perdida en un suburbio de Montevideo. O la subasta pública de "U from Uruguay", un perfume hecho con esencias de las flores del jardín de la casa de Pepe Mujica.
Frente a sus obras, el video arte que se consume en ferias y bienales resulta de un aburrimiento abrumador: solemne, estéril. Oreiro ya había recurrido a Sastre (que la filma a medida) para la versión cine de "Miss Tacuarembó", la novela Puig 2.0 de Dani Umpi (1974), otro artista contemporáneo uruguayo y multifacético. Si bien aquella aventura quedó aprisionada por las ansiedades de los productores puso en escena a la Oreiro como madrina del Urugay llevando al mainstream a dos artistas que sacudían el paradigma de la "garra charrúa" con sus fantasías queer. Esta vez, la alianza resultó perfecta. Sastre se ciñe a las reglas del documental pero es capaz de explotar en esas imágenes de chicas rusas corriendo desesperadas los ecos visuales de otras imágenes que hemos visto desde la beatlemanía en adelante. Subraya el cliché pero también el pathosformel (término acuñado por el historiador de arte alemán Aby Warburg), la forma pathos, el tropo visual que se repite desde entonces como la fotografía ha repetido gestos y formas de la pintura clásica de manera capilar, inconsciente. Recurre a los testimonios (los padres, la hermana, Mollo, Facundo Arana, periodistas rusas) para construir a Natalia pero también a sugestivas, cautivantes imágenes de su silencio. El concepto discepoliano de "la ñata contra el vidrio" vuelve una y otra vez en esas tomas donde la cámara la espía con la mirada perdida contra la ventana de un bus o un tren rumbo a destinos cada vez más gélidos y alejados de Occidente. Una Oreiro a cara lavada cuyo silencio es inexpugnable y que el realizador matiza con una voz en off que en ruso lee definiciones ("fenómeno") o citas de Eduardo Galeano. La relación norte-sur invertida como pedía Joaquín Torres García, sobre cuya obra se vertebra acaso toda búsqueda vanguardista en el Uruguay. Cuya principal marca es también el exilio artístico: Oreiro, Sastre y Umpi tuvieron que buscar en Madrid y Buenos Aires sus plataformas de proyección. Es bueno tenerlo en cuenta ante tanta fijación VIP con el bellísimo país al otro lado del río (que dista de ser un paraíso).
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Casi al mismo tiempo que se estrenó "Nasha Natasha" en Netflix, el sello ruso con base en San Petersburgo Cycland editaba un disco simple en vinilo con la obra de arte sonoro que Alan Courtis (Reynols) creó a partir de una instalación de la rosarina Nicola Costantino. Courtis trabajó sobre los materiales de la instalación "El verdadero jardín nunca es verde" que se exhibió en el CCK en 2017 y con un micrófono de alto contacto creó una pieza que se escuchaba en loop en el ingreso a la sala. Esto es, literalmente, sacarle música a las piedras a través de múltiples capas de sonido procesado. Un mantra abrasivo que se instala incómodo entre el silencio y todo lo que sobreviene una vez que se lo atraviesa. Costantino ha desarrollado un camino aparte en el arte contemporáneo donde lo performático se articula con las formas quietas: se convierte en la protagonista del cuadro "La mujer del sweater rojo" de Berni o, directamente, en el fantasma en video de Eva Perón. ¿Qué le impediría tomar un sample de esta Oreiro de Sastre y escenificarla en una de sus performances (in) quietas?
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