Alta fidelidad. Los Beatles, súbditos de Palito, el Rey de Tucumán
Ahora que la palabra apropiación se subió a la góndola del discurso de época, vale la pena repasar estos seis minutos con cuarenta y cuatro segundos de El Rey en Londres, ópera prima de Anibal Uset de 1966 . Los Beatles están tocando "She loves you" en el Royal Albert Hall. El grupo comparte pantalla con primerísimos planos de beatlemanía explícita: histeria, llanto, gritos. En tanto, luego, vemos un plano del backstage. Una bellísima Graciela Borges de blanco acompaña del brazo a Palito Ortega, hierático y de smoking. Hay un plano de ambos siguiendo el compás beat de "She loves you" desde un costado del escenario. Los Beatles ahí ya no son tan identificables, apenas unas siluetas con flequillo. Cuando termina la canción, hay un plano largo del escenario. Palito avanza hacia el centro mientras ¿Los Beatles? van dejando de a uno el escenario. Vemos que finalmente saluda con un apretón de manos a uno de los extras que vendría a ser John Lennon. Palito canta "Tu tienes todo" y hay planos de la platea extasiada. Cuando termina el mismo público de Los Beatles estalla en grito y llanto. Según El Rey en Londres, hubo una noche mágica en la que John, Paul, George & Ringo telonearon a Ramón Ortega, Rey de Tucumán. Más probable acaso fue el affaire entre la Borges y McCartney, vagamente reconocido por la diva varias décadas después. Nada que haya sido como consecuencia de esta joya bizarra del montaje, pura apropiación en el lenguaje del arte contemporáneo.
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La escena en la que Los Beatles telonean a Palito Ortega (¡¡en Londres!!) es una de las tantas cosas que el mundo se hubiera perdido si se cumpliera el episodio de amnesia colectiva que plantea el filme Yesterday (Danny Boyle), con estreno argentino previsto para setiembre, en el que de un día para otro nadie, excepto un joven cantautor, recuerda el songbook universal del cuarteto de Liverpool. La idea de "Yesterday" eliminaría piezas del museo beatle personal e intangible de millones de personas, un delete fatídico. Este museo beatle no se compone de memorabilia sino de memorias parciales donde la ideología estética del grupo entraba en colisión con coordenadas socioambientales. Ya no recordaría, entonces, el poster con los cuatro retratos de Let it Be y la letra traducida de "Yesterday" ("ayer todos mis problemas parecían tan lejanos") pegado en la vidriera de una boutique unisex en la calle Puán, cuando no era sinónimo de Filosofía & Letras sino un arrabal dickensiano con una fábrica de tabaco que escupía hollín en el centro. Las figuras y las palabras esas en el poster ejercían una fascinación inexplicable para un niño futbolista que registraba allí una sensación nueva. Se borraría esa sensación y todo lo que estaba asociado. La pareja de chicas que atendían la boutique: una que fumaba sin pausa y parecía vivir en una playa artificial, siempre bronceada. Y la otra, chilena, de la que se decía en el barrio que era "marimacho" y que había llegado corrida por los militares. Toda esa información (lesbianismo, el Chile de Allende) estaba asociada al poster que las chicas tenían pegado en la vidriera y, en la fantasía de Boyle, se evaporaría. Así con todos y cada unos de los íntimos museos beatle alrededor del mundo.
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Aunque ya no está, tampoco recordaríamos el bar Los Beatles en el puerto de Montevideo. No podríamos contar su historia: la de un parroquiano agradecido que, luego de que le salvaran un reloj muy querido en el incendio del bar, pagó su reconstrucción, renombró el lugar y lo llenó de fotos y posters de los Fab Four. El espectáculo era curioso: un bar de borrachos sin ninguna relación con toda esa decoración que narraba en imágenes la épica del grupo. Una parte de Montevideo se ha mudado a Buenos Aires ahora con la muestra de Pedro Figari en Bellas Artes. Figari plasmó el alma negra de la vieja ciudad con el lenguaje del modernismo y dejó establecida una huella, una clave cultural. Mucho tiempo después, le tocaría al genio errático de Eduardo Mateo reescribir ese mismo pulso afro a partir del cimbronazo generacional de Los Beatles. Mateo fue Figari por otros medios y su candombe beat un modelo de apropiación bastante más intrigante que el montaje disparatado de El Rey en Londres.
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