Alta Fidelidad: la última revelación de Kuropatwa
Una foto de artista con firma, otra de un cronista anónimo; una de estudio, otra de la calle: recuerdos de escenas visuales que se cruzan, siempre, con la música
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“Así que a mí me gusta que las fotos hablen solas. Creo que en mi fotografía hay mucha poesía, expresa sutilmente las cosas que me suceden, lo que me pasa. Hay rebeldía, hay cosas violentas, como cuando mostré culos con flores. A la muerte la muestro siempre y a la naturaleza también”. Leo este testimonio de Alejandro Kuropatwa -citado en el libro El ojo que mira, artistas de los noventa, de Victoria Verlichak-, sobre Axila (1983), una de sus lúcidas (como la cámara de Barthes) fotografías que llega por mail en una especie de newsletter llamado “Vitrina” que la galería Herlitzka & co envía de forma regular como un resabio de la pandemia cuando los espacios se cerraron y la vía digital reemplazó la visita. Algo que quedó del covid- 19, como algunas pocas personas a las que todavía se ve con barbijo en el transporte público y esas gripes que duran semanas, pero ya nada se testea y bueno, es el cuerpo después de la pandemia.
En este caso, el de Kuro y su close up, es el cuerpo y el arte después del HIV y del coronavirus, nada menos. Hay rebeldía, hay cosas violentas, escribió Kuro, y encuentro un eco de su íntimo texto curatorial en la justificación esbozada por Kevin Rowland para la elección de una foto con la que me reencontré ayer. El cantante new wave buscaba una imagen de “unrest” (agitación) para la tapa del primer disco de su grupo The Dexy’s Midnight Runners editado en 1980 en el Reino Unido, que habrá llegado vía azafata a algún hi fi argentino o acaso no.
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No al mío, claro está. Compré ese álbum en formato CD en mi primer viaje a las islas británicas en abril de 1994. Si bien tenía una vaga idea de la música que hacían fue, como tantas otras veces, un flechazo con la tapa, con la foto de la tapa para ser preciso. Un chico de unos 12 o 13 años que mira directo a la cámara, ese momento único, carga una valija en la que pareciera entrar su vida y a su alrededor el mundo, donde quiera que esté, parece desmoronarse. Como la foto era en blanco y negro y recordaba escombros alrededor, la ubicaba en el History Channel de mi mente en los años de la posguerra, con esas fachadas a medio destruir. Es una forma urbana muy propia del siglo XX y XXI que no solo se corresponde con bombardeos sino que puede tener que ver con cierta forma de terror real state como la de esta imagen que guardé en mi smartphone de la avenida Pedro Goyena al 500 donde un PH fue arrancado de cuajo por mala praxis inmobiliaria. Así se ve ahora mismo el lugar: podría ser Liverpool cuando los Beatles niños jugaban con deshechos bélicos. Pero la tapa de Searching for the young soul rebels (tal el nombre del disco) no tenía escombros, sino que mi recuerdo había puesto en la escena la bomba que pudo haber explotado entonces en ese lugar específico del mundo.
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Llevaba diez años buscando ese CD después de varias mudanzas y supuse, hace tiempo, que lo había perdido. Apareció donde menos lo esperaba y de forma azarosa en una de las tres copias que tengo de Machine Head (Deep Purple, 1972) y al hacerlo sonar (increíble pero real: lo primero que se escucha es una radio que sintoniza “Humo sobre el agua”…) vino a mi memoria la imagen de ese chico que ahora sé que se llamaba Anthony O’ Shaugnessy y que era un norirlandés católico a cuya familia habían expulsado de su casa durante las revueltas civiles en Belfast.
La imagen del chico escapando con sus pocas cosas había ilustrado una tapa del Evening Standard y nueve años después, Rowland volvió sobre esa imagen para ilustrar esa idea de “unrest” por detrás del nombre del álbum: “Buscando a los jóvenes rebeldes del soul”. Pero la tapa sigue sin aparecer y tuve que correr a buscarla en el teléfono. Y ahí vi que no era la II Guerra Mundial sino los violentos 70 en el Ulster, gente que corre alrededor de este chico que el fotorreportero captó con ojo clínico. Un genio sin nombre, como tantos otros en el gremio, al que le corresponden también las palabras de Kuro sobre la fotografía. Léase: “(…) Una vez que sé lo que quiero, lo armo todo en mi cabeza y pienso qué ángulo de toma voy a hacer, cuánta luz, qué película, el revelado, la impresión, pienso en todo. Eso es la fotografía”. Una foto de artista con firma, otra de un cronista anónimo; una de estudio, otra de la calle. La misma urgencia: vivir para siempre.
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