Alta fidelidad. La imposibilidad de imaginar un mundo sin Marta Minujín (hit del verano)
“Yo no sé definir qué es eso del amor o la amistad, lo que puedo decir es que desde que la conocí me es indispensable saber que está y me es…” Nunca los puntos suspensivos dijeron tanto, en este caso notas en el pentagrama de un silencio de diez segundos en los que el dandy Marcial Berro sabe que lo que completa su reflexión final sobre Marta Minujín es indecible y el camino de la mente al mecanismo de la voz aparece obturado en una serie de movimientos que culminan con ese gesto de taparse la cámara o apagar la cara. Marcial ha sido un gran amigo de Marta desde sus incursiones de fines de los 60 en Nueva York, ciudad a la que recorrían en patines no porque fuera trendie sino porque no tenían plata para hacerlo de otro modo. El estreno de Construcción de un mundo (Guillermo Costanzo), anoche, en Malba, encara su recta final, y en esos cuarenta segundos está acaso el fotograma del año (no soy crítico de cine ni programador de festivales, pero sufro de esta extrema tendencia a la hipérbole). Llevamos solo tres días del verano 2025 y esta afirmación urgente tiene que ver, claro, con la gestualidad de Marcial que dice lo que no nos podemos imaginar: un mundo, una Buenos Aires, sin Marta Minujín.
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El verano suele buscar sus hits entre remixes de ritmos caribeños aptos para coreografías en la arena o, con suerte, alguna canción pop que desafíe el standard con su estribillo. Escucho por ahí que la temporada podría quedar en manos de Bizarrap (¿Por qué no pensar en su rostro oculto por un par de anteojos en una transmisión memética del personaje-obra de Marta?) y su music session 61 con Luck Ra. Una canción de amor, al fin, que destilada tiene partes iguales de dance, hip hop, cuarteto cordobés y lo que los antiguos llamaron “música melódica”. Pero como con los astros (la película de Costanzo empieza con el análisis de la carta astral de Marta) hay una canción del verano personalizada si es que se está dispuesto a escucharla. “Voy a shazamearla”, dice mi hija echando mano al diccionario de los verbos digitales. Esto es en el cierre del primer día del año cuando la canción que suena muy baja en la radio de la cocina me abstrae del mundo por su estribillo. Es una de esos milagros del pop de los 80 que pasan por una silly love song, pero cuyas declinaciones hacia el estribillo aceleran las pulsaciones. “Es como una ciudad fantasma sin tu amor/una ciudad fantasma, hasta que vuelvas”, se escucha a Cheap Trick en “Ghost Town”, de 1988, y esto no es Leonard Cohen, Patti Smith, Nick Cave o nada que le dé lustre de literatura a la música popular sino un diamante comercial. Llevo días poniéndola en modo repetición esperando por ese estribillo cuya resolución lleva más o menos el mismo tiempo que el gesto de Marcial Berro en el documental. No puedo evitar que al salir del museo que se convierte en cine por las noches atraviese el regreso a casa con los auriculares puestos en Cheap Trick y “Ghost Town”, mi hit (en el sentido de que me hizo touché) del verano. Dejo que el algoritmo complete lo que Roberto Conlazo (Reynols) llama “Tarot pop” y los resultados son asombrosos (aguante Spotify).
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Empiezo el año leyendo Los hombrecitos con sobretodo (Mansalva, 2023) el nuevo Aira (perdí la cuenta ya, ¿César irá por el libro 120?) otra entrega en su incesante constelación de cuentos de hadas dadaísta. Sucede en Flores, otra vez, que es hacia donde me dirijo escuchando en modo repetición “Ghost Town”. El habitual disfraz de ingenuidad con el que Aira escenifica sus novelas cortas se va perdiendo conforme avanzan las páginas y lo que hay es una convocatoria disparatada a recuperar la teología para explicar lo inexplicable. Eso que sucede cuando Marcial Berro se tapa la cara o cuando en una muy acertada decisión de Costanzo el documental empieza con un plano del taller de Marta y su voz inconfundible aullando “José Luis, José Luis”. Y no hay ni habrá respuesta.
Construcción de un mundo se repite todos los viernes de enero, a las 20.