Alta Fidelidad. Jorge Luis Björkges: un imposible escritor pop
The sixties. Mientras los escritores y lectores empujados por el mandato revolucionario rechazaban en Borges a la pluma de la alta burguesía decadente, a Piazzolla le costaba hacerse entender en el país del tango y su obra obtenía mayor eco en Francia e Italia. Lo curioso es que entre estos vanguardistas moderados (Borges, siguiendo la categorización de Martín Kohan en La vanguardia permanente) y populares (Piazzolla) tampoco pudieron entenderse entre ellos. En 1964 al sello Polydor se le ocurrió reunirlos para que el compositor junto con Edmundo Rivero y el actor Luis Medina Castro musicalizaran los poemas del libro Para las seis cuerdas. En fin, que ni Piazzolla ni Borges (que lo desdeñó “Astor Pianola”) quedaron conformes con el álbum. Al fin el éxito artístico de esta reunión cumbre sucedió en el exilio: no de Borges ni de Astor sino de la música misma. Diez años después la adusta imagen de la tapa de Polydor mutó en otra, una criatura emplumada, partes iguales de Carmen Miranda, David Bowie y un chamán amazónico. Ney Matogrosso (Bela Vista, 1941), exuberante y dramático, fue quien le dio a una de las poesías de Borges musicalizadas por Piazzolla estatus de arte.
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Como parte del Festival Borges 2022, vía streaming, el investigador Lucas Adur se ocupó el jueves de lo que dio en llamar “Borges Pop”. ¿Hubo o hay algo así? Acaso personaje, más conocido por su asordinada irreverencia que leído en los 70, o por su mesa fija al lado de la Galería del Este en el fervor ditelliano no hubo un Borges que pueda ser descripto en esos términos. Si hubo un escritor pop ese fue, pues, Manuel Puig y como ícono a Borges habría que rastrearlo detrás del personaje de Mick Jagger en Performance en el momento más alto de su difusión en inglés (Cortázar sí es citado como ícono en la ultrapop Blow Up). Pero lo que el título de la conferencia pone en foco es más bien el uso que Borges hizo de la cultura popular y de masas (de las milongas a su interés en la ciencia ficción) y cómo fue luego adaptado por el cine (Alphaville y El nombre de la Rosa), y sobre todo el cómic adulto (novela gráfica hoy) de Hugo Pratt a Neil Gaiman. Adur traza una genealogía sobre “Tema del traidor y del héroe” (1944) que va desde La estrategia de la araña de Bertolucci a El Corto Maltés y termina en un capítulo de Los Simpson. Ahí sí, entonces, Borges instrumentalizado por la cultura pop, entendida como procesadora radicalizada de la cultura popular. Más aún, postpop: tematizado en memes en el canon digital de Mona Lisa y Che Guevara.
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El mismo Matogrosso se le insinuó a Piazzolla en bambalinas tras un show del octeto en Río de Janeiro. Recién disuelta su banda de rock Secos & Molhados, el postropicalista buscaba una amalgama de folclore, MPB, psicodelia y pop para su primer disco solista. Y Piazzolla, neofílico como ninguno, se lo llevó a grabar a Italia, donde había establecido su base de operaciones en los primeros 70 (busque usted el video de “Balada para un loco” en la RAI: un altar para Baltar). ¿Se puede llamar tango a eso que Piazzolla y Matogrosso hicieron? Grabaron dos músicas populares contemporáneas de Buenos Aires (definía Astor hacia 1972) vía Brasil. “As Ilhas” y “1964″, un poema publicado por Borges en El Otro, El Mismo con el que Astor se tomó revancha. Anticipando el hit de Pepeu Gomes “Masculino e Femenino”, Matogrosso es una luciérnaga curiosa que pliega la voz hasta volverse de sexo indiscernible. Y dice: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor (…)”
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¿Cómo llamar a estas zonas de contagio entre la borgeano y lo pop? ¿Aleph’s Blues? Digamósle Björkges mejor. La saga continúa.
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