Alta Fidelidad. Hombres al agua: Kosice, el cuarto Soda
Reflexiones alrededor de la muestra en homenaje a Gyula Kosice en el Malba
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Como un chico encandilado, cada vez que pisaba su taller me detenía frente al televisor. Es que este no era cualquier televisor sino el fantástico TV hidraulizado, de Gyula Kosice. Una suerte de burbuja con forma de electrodoméstico donde el tubo de rayos catódicos era reemplazado por un mecanismo que mantenía la pantalla hidraulizada, ese verbo en el que el artista con nombre de ciudad (antes húngara, ahora eslovaca) imaginaba un futuro virtuoso para la humanidad. La TV de agua no sintonizaba señal alguna, pero tenía un sonido imperceptible, único, que se potenciaba con las otras piezas de agua (¿son fuentes?) alojadas en el taller creando una suerte de composición ambient concreta que ahora se repite en el Malba.
Después de muchos años sin verla, estar frente a la Kosice TV me llevó a la situación proustiana de la magdalena. Pero acá no era un aroma, sino que la idea de televisión inundada se replicaba en una imagen de la infancia (“mi único paisaje de la infancia era la televisión encendida”, le escuché decir hace algunos días al pintor Alberto Passolini) proyectada sobre otra tele. El episodio aquel de Los Tres Chiflados en el que un trabajo de plomería mal realizado por los inefables buscavidas en una mansión hace que mientras los invitados observan una filmación de las cataratas del Niágara del aparato salga un torrente de agua. A Kosice no le gustaría leer esta comparación (cuando escribí que era una mezcla de Leonardo y Flash Gordon, se quejó de la mitad sci fi). La obra y el momento en el que vi por primera vez aquel episodio disparatado, a su manera dadá, son casi simultáneos: primeros 70.
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“Meses navegando, tierra a la vista/todo volverá a ser como fue”. También en los primeros siete segundos de “Hombre al agua” de Soda Stéreo lo que hay es un murmullo casi imperceptible de agua cuyo sonido podría haber sido tomado de algunas de las piezas hidráulicas de Kosice, pero no. Es una de las tantas maravillas de Gustavo Cerati que en el álbum Canción Animal (1990) pegaba, otra vez, un volantazo estético para el trío (los tres, no tan chiflados…). Después de actualizar y traducir a Buenos Aires el software de la new wave y el pop after punk de Londres, Soda se había camuflado en ropas spinettianas y, sin caer en el gesto retro, recuperaban el grano valvular del sonido de los primeros 70 argentinos.
Hace casi diez años salí disparado hacia un café para escribir un réquiem de 14 mil caracteres casi en trance. Gustavo Cerati había muerto después de pasar años de insoportable quietud vegetal y la revista digital Anfibia (para seguir navegando) pedía lo que se llama un perfil. Creo que lo escribí entonces se parecía más a la imagen con “fantasmas” de la tele que papá se empeñaba en coregir girando una pesada antena que a una fotografía de Anne Marie Heinrich. Demasiado cerca, demasiado pronto todo, aunque fuera inevitable. “Hombre al agua, voces que se agitan/Hombre al agua, barco a la deriva”, después del estribillo un solo de guitarra abrasivo.
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Ese hombre de Cerati bien pudo ser el niño Kosice (Ferdinand Fallik) de cuatro años en un viaje interminable desde Europa cruzando el océano Atlántico. De la Ciudad Hidroespacial a TV hidraulizado, Gyula fue el gran artista de la migración europea a la Argentina. El recuerdo del espejo de agua inabarcable no se le borró jamás de la memoria y, así, con esta serie donde la modernidad del plexiglás y el elemento que mantiene vivo al planeta se conjugan consiguió poetizar la aventura incierta de aquellos que nos precedieron, con un par de valijas y casi nada más. Entonces eso que se escucha acercándose mucho a la Kosice TV es el ruido de nuestra historia y la imagen, agua en un televisor, puro ADN de barcos a la deriva. Como el que trajo a Gyula y el que se llevó a Gustavo, diez años ya el 4 de setiembre.
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