Alta Fidelidad. Fervor de Buenos Aires: la hora de los magos y un cuento de Ada
Sabia mucho de Federico Manuel Peralta Ramos desde que lo vi por primera vez en el show de Tato Bores en los ‘80 (claro que hubo un tiempo pasado mejor en la televisión) hasta que me sumergí en el anecdotario de su amigo Pedro Roth una tarde antes de la cuarentena, en la última entrevista presencial que hice para el libro El Di Tella: historia intima de un fenómeno cultural.
Lo que no sabia es que iba a entrar al cine Gaumont a ver una película sobre Federico Manuel Peralta Ramos (El Coso, Néstor Frenkel, 2022) un miércoles de enero para salir llorando. Pero no por su muerte que no era ninguna sorpresa. Tampoco por el devenir de su vida en la que se mantuvo como “hijo” hasta los 53 años sin contingencias que alimentaran el morbo de la biopic. Ni siquiera por el accidente fatal de la ingesta de 32 medialunas que es una versión aniñada de las legendarias sobredosis de los rock stars. Eso provoca, en todo caso, otra de las sonrisas con las que se acompaña su andar de filósofo peripatético por una Buenos Aires fantasmática. Y es eso lo que conmueve, al fin.
De manera subrepticia, como una frecuencia apenas audible, Frenkel consigue darle a este documental (que sigue hasta el miércoles en el incómodo horario de las 13.15) un tono melancólico que se derrama con las ultimas ruinas de una ciudad que ya fue. No hace falta que se eche mano al tango (las únicas músicas que se escuchan son las de Federico, Jorge de la Vega y una pieza incidental de Gonzalo Córdoba) porque una grabación suya en off, entre otros rescates, lo pone mejor: “No hace falta ser Gardel. Ni siquiera Gardel fue Gardel”. La película, de un modo misterioso, construye su fantasma en torno a esta prodigiosa, insondable frase del Macedonio pop.
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El primer contacto con Federico, de vuelta, había sido en ese show de Tato Bores que viajaba por las antenas con velocidad de Internet. Ahí Tato le decía que había una generación que no lo conocía a lo que el gordo o Federiquito respondía: “Ya sé que hay una generación que no me conoce. Por eso ahora me dedico al rock”.
En el otro extremo de la pirámide social, nacida en una villa miseria en las afueras de Córdoba, la adolescente Ada Moreno encontró en la psicodelia y el rock el vehículo para reinventar su destino. En la bisagra de los ‘60 y los ‘70, cuando Federico iba dejando escritas frases memorables en servilletas del Bar Moderno o el Florida Garden, Ada comenzaba un periplo que terminaría poniéndola en San Pablo para ver el primero de miles de conciertos: Os Mutantes, el grupo tropicalista y lisérgico donde cantaba Rita Lee y que en los 90 se volvió un rescate global de la mano de David Byrne y Beck.
Esto es el comienzo del cuento de Ada en un librito (por su tamaño) llamado No soy una extraña: memorias, de Sui Generis a la new wave neoyorquina (Vademecum, 2021) que merece sumarse a una biblioteca de actores secundarios cuyos recuerdos (reconstrucciones, mejor) pueden ser tan valiosas como las de los protagonistas. El cuento de Ada, pues, de la cama de Billy Bond y Nito Mestre al living de la Nueva York pos punk de Clics Modernos forma parte de la Microhistoria, esa rama de la Historia Social fundada por el erudito italiano Carlo Guinzburg a fines de los 70.
La lectura de la fotógrafa que captó la imagen de Sui Generis como príncipes folks (la foto del poster del Adiós Sui Generis o de mi LP Lo Mejor de Sui Generis) es un acceso lateral y muy valioso a los estudios Phonalex donde Jorge Alvarez y Bond, ese joint venture único entre un editor progresista y un anarco-rocker, aceleraron el periodo más aventurado del rock argentino. Eso a lo que Federico Manuel decía que tenía que dedicarse para que una generación nueva (la mía) lo conociera en los 80.
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Viendo El Coso vuelve a comprobarse que “La Hora de los Magos”, una de las canciones más cautivantes compuestas por su amigo Jorge de la Vega, tuvo en Federico a su mejor intérprete. Lo vemos en un recorte de la película El Amor es una mujer gorda (Alejandro Agresti, 1988) y en el patio del Centro Cultural Recoleta donde también la canta a capella en la antesala de su muestra La salita del Gordo, donde permanecía sentado por horas esperando por interlocutores. Para quien todavía no encuentre al artista por detrás del cajetilla descarriado El Coso es al fin un desfile de paisajes mentales. “Artista es el que tiene talento para vivir una vida maravillosa”, se le escucha decir con una cacerola en la cabeza. El prólogo perfecto para este librito con el que entro al cine: un verdadero cuento de Ada.
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