Alta Fidelidad: el libro mató a la estrella de Internet
Con el hashtag #booksrevenge (la venganza de los libros), el autor publica en su cuenta de Instagram imágenes de lectores “underground”
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El título es una cita, una boutade y una cruzada improbable al mismo tiempo. Cuando la tecnología lo hizo posible, la creación de un canal dedicado a la difusión de cortometrajes funcionales a canciones populares (lo que Gardel había hecho en los ‘30 y Elvis en los ‘50) extendió en la lingua franca la categoría video-clip. MTV inició su transmisión en 1981 con un video-clip que, en circuito cerrado, hablaba sobre la imposibilidad de sobrevivir en el pop fuera de la cultura audiovisual. “Video killed the radio star”, se llamaba el hit de la banda inglesa The Buggles incluido en el álbum The Age of Plastic, toda una declaración de principios de la neo-modernidad de los ‘80. En el legado de la música pop de hegemonía anglo es acaso una pieza menor, pero en el título y en el lugar que le tocó ocupar (más hito que hit) parece una oda predictiva de la tecno cultura de la segunda década del siglo XXI.
Hoy el canal de videos full time devino un outlet de espectáculos de realidad que, en concepto, retrasan sesenta años; los videos se mudaron a YouTube y la radio no murió en absoluto, sino que multiplicó sus canales de emisión hasta dar con su forma abreviada y serial: el podcast. En términos de McLuhan, la tecnología supuestamente muerta sobrevive en el corazón de su victimaria. Los versos de The Buggles se restringían a la muerte del broadcast, pero anticiparon la duplicación digital de la realidad toda: “Robaron la autoría de tu segunda sinfonía reescrita por máquinas de una nueva tecnología y ahora entiendo tus problemas como los míos”. La voz robótica, vía vocoder, un accesorio de anticuario.
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Cuarenta años después no es necesario esperar a que MTV pase el videoclip de The Buggles para tener la experiencia completa. Basta con una búsqueda rápida en YouTube pero también se puede hacer el simulacro de escuchar en la radio el hit tecno pop que cantaba sobre la muerte de la radio. Escuchar “Video killed the radio star” en streaming (desentendidos del celu) mientras se lee un libro es una experiencia de dislocación temporal en la supervivencia darwiniana de los medios. Es como negar la propia idea de la letra que exigía componer no solo para el estudio de grabación sino también para las cámaras. Es cierto que la activación de cualquier plataforma de música ya pone a la corporación digital a mapear nuestras elecciones (¿escuchar The Buggles llevará a alguna recomendación turística o gastronómica?) más allá de la historia clínica que dejamos escrita en las playlist, pero nos aleja del radar.
Con el hashtag #booksrevenge (la venganza de los libros) llevo varios meses captando en mi cuenta de Instagram algo que se había (casi) extinguido: el lector de subte, el lector underground. Una postal que parecía arrancada de la vida cotidiana por la atención posesiva que reclama, fuera por trabajo u ocio, el celular. Lo excepcional aparece ahora serializado y esto puesto sin ninguna otra herramienta que la observación silvestre, casual. Se suman los lectores de libros (no diarios ni revistas) abstraídos de la membrana (siguiendo el concepto de Jordi Carrión) digital en la que convertimos nuestro tiempo en data, aunque esta tenga la capacidad de disfrazarse de sentimientos, curiosidad, morbo, entretenimiento o información. Leer un libro, no importa cuál ni de qué, se convirtió en otra cosa. Cada minuto (leído) es un minuto menos (en la membrana), parafraseando a Manal (“Necesito un amor”, 1969).
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Algún día, alguien, escribirá la novela de como murió el Candy Crush en la multiplicación silenciosa de lectores underground. Es cierto que yo no estoy leyendo mientras me esfuerzo por capturar estas lecturas, estas manchas, en medio del monocromo de usuarios de redes sociales y plataformas y que al postearlos en una galería anómala también estoy informando a la membrana. Es la trampa de la tecno cultura. Al exaltar esta módica rebeldía también estoy cumpliendo una función de vigilancia sobre la suave disidencia que está en camino. No se habla de una vanguardia iluminista y letrada sino, nada menos, de que algunos, algunas, otros y otras ahora mismo no se estarían reportando. ¿Dónde están? Perdidos en un libro, pues. Como la modelo de “The subway reader”, pintura al óleo de Guim Tio fechada en 2016.